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Lunes, 28 de noviembre de 2011

MUSICA › ACá Y ALLá, EL VíNCULO CON CORTáZAR

Historias de tango y resistencia

–¿Cómo conoció a Cortázar?

–En los primeros años de la década del ’70, estando en la orquesta de Osvaldo Pugliese, habíamos formado con Binelli el Quinteto Guardia Nueva. Grabamos un disco y cuando salió, uno de los pocos que lo promocionaban era Hugo Guerrero Marthineitz, a través de su programa El show del minuto. Un buen día Cortázar estuvo de visita por Buenos Aires, y el peruano lo invitó. Recuerdo que estuvo varias horas en el programa, y oh sorpresa, difundieron un tema del Quinteto, que Cortázar escuchó. Luego preguntó quiénes éramos, el peruano le contó nuestra historia, y en ese momento sonó el teléfono de casa mientras yo escuchaba la emisión, y me dijo: ‘Venite rápido así te presento a Cortázar, que se convirtió en un hincha de ustedes’. Sin poder creerlo, me fui a Radio Belgrano, y lo conocí personalmente. Creo que no dormí por una semana.

La relación continuó en 1977, cuando Mosalini migró a París. Allí formó el grupo Tiempo Argentino junto a otros que estaban en su misma situación (Gustavo Beytelmann, Enzo Gieco y Tomas Gubitsch) y la primera presentación fue en un café concert de París. “¿Quién estaba? Cortázar –vuelve a sorprenderse–. El lugar era pequeño y el flaco sobresalía fácilmente entre el público... sudé la camiseta como nunca, y sólo toqué para él. El disco aún no había salido a la venta y estábamos buscando a alguien que le hiciera el prólogo, así que nos animamos y le hicimos la propuesta.” La pluma de Julio se encendió. Ya no era la misma, genial pero prejuiciosa, que había desacreditado al primer peronismo, y la intro a “Tiempo Argentino” fue certera: “Cuando el horror obliga a los hombres a abandonar su país, la poesía y la música parten con ellos (...) Lo que aquí se canta contiene la denuncia y el repudio de la opresión que padece nuestro país, y esa manera de entender y de servirse del tango lo transforma y lo proyecta a nuevas sendas. Detrás invariable y fiel, el ritmo de Buenos Aires late como un corazón que nada ni nadie podrá cambiar, porque su nombre es pueblo”.

–Tango y resistencia...

–(Risas) Sí, pero además él venía bastante seguido a mi casa porque le gustaba cómo cocinaba Violeta, mi mujer. Una noche de invierno vino a cenar, y como casi siempre yo tenía la sensación de dar un examen, temía cometer errores o repetirme en la manera de armar mis frases. Cuando lo llevé a su casa me dijo: “Parate en la esquina y fumemos un pucho”. Su primer comentario fue: “Mirá, Juan, nuestros encuentros son un desperdicio. Yo sé que vos hacés un esfuerzo cuando tomás la palabra, pero no te olvides de algo: yo te necesito como sos: tocando el bandoneón, hablando de tu niñez, de las minas, o de lo que se te antoje. Caso contrario me romperías enormemente las pelotas si seguís en esa tónica: ahora arrancá y llevame a casa”.

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