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Lunes, 8 de octubre de 2012

LITERATURA

Textual

Trilcinea inició a Alfred en el ejercicio vital de fumar marihuana. Alfred, a su vez, me inició a mí. Esa genealogía del humo es extraña, una suerte de gestos y costumbres heredadas: mi manera de enrolar un porro poniéndolo como filtro la punta de un cigarrillo de tabaco, mi preferencia por las pipas de agua, mi costumbre de fumar antes de ir al gimnasio, y ni hablemos ya de mi sentido del humor fumado, que copia la manera de hacer chistes de Alfred. Quisiera poder distinguir cuáles de esos gestos de Alfred provienen de Trilcinea, y cuáles son suyos. Sospecho de algunos gestos, me imagino otros. Tratar de distinguir, en la distancia del recuerdo, cuáles son los gestos de Alfred que copió de Trilcinea, tal vez sea un ejercicio meramente ficcional. Sin embargo, es por ella, por Trilcinea, que, hoy, soy un fumador de marihuana. Si Trilcinea no hubiera iniciado a Alfred, si Alfred hubiera encontrado otra manera de recordar a Trilcinea que no fuera esa droga, si, entonces, Alfred no me hubiera iniciado a mí, hoy yo no tendría este olor perenne a humo verde. Y si consideramos que hoy la marihuana para mí no es sólo un pasatiempo o una costumbre diaria, sino una forma de expresión y también una forma de escribir, tendría que llegar a la conclusión de que Trilcinea, de alguna manera, escribe a través de mí.

* Fragmento de Otra vez me alejo (Entropía).

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