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Miércoles, 19 de junio de 2013

CHICOS › LA EXPERIENCIA DE JULIO BRUM Y PAPAGAYO AZUL

Mucho más que cruzar el charco

El ejemplo Momusi cruzó el charco y encontró en Julio Brum un impulsor para la conformación de una agrupación similar en Uruguay: “Me vinculé con Momusi en 1998 en el primer encuentro que organizaron y allí conocí a María Teresa Corral y a varios colegas argentinos muy valiosos”, recuerda Brum. “Fue muy inspirador ver un colectivo de músicos organizándose y preocupados por la calidad artística y educativa de la canción para la infancia, trabajando muy bien y con un envidiable espíritu colectivo. Algo a imitar realmente”, destaca. Y recuerda que antes que elegir dedicarse a la música para chicos, “la profesión me eligió a mí”. “En todo caso, lo vivo con placer y mucha responsabilidad y cada vez más convencido de la necesidad estratégica de que nuestros países tomen el tema con la responsabilidad adecuada en el campo cultural, estamos hablando de la construcción sensible y del imaginario de las futuras generaciones, nada más ni nada menos”, se entusiasma.

La inspiración del colectivo argentino llevó a Brum a fundar en 2004 Papagayo Azul, una asociación sin fines de lucro que nuclea educadores y músicos preocupados por la calidad artística y educativa de la canción para niños. “Te diría que cambiamos la historia de la canción infantil uruguaya –señala orgulloso–, generando nuevos espacios y más estímulos para su desarrollo y difusión en el país. Creamos el sello Papagayo Azul, organizamos conciertos para extensión escolar en la Sala Zitarrosa de Montevideo, hemos realizado formación docente en varios niveles y en 2011 creamos el portal Butia (www.butia.com.uy) que se está transformando en el portal web de los músicos infantiles latinoamericanos”, enumera.

Brum está convencido de que este tipo de encuentros deben apuntar a consolidar una idea cultural latinoamericana de la infancia: “Hay que acompasar esas estrategias con el trabajo real y con las necesidades de los países y los artistas”, dice, y propone como “primer desafío” que “se tome la infancia como un espacio de desa-rrollo cultural donde se construye hegemonía e identidad y salgamos de ese tedioso discurso del entretenimiento y de la cultura de masas que trata lo infantil como sinónimo de idiota. Es vital tomar la infancia como un campo teórico-práctico de la gestión cultural, del diseño político y de la creación artística responsable desde lo estético y lo educativo”, desafía.

Parte de ese proyecto incluye la difusión de los artistas de todo el continente, en todo el continente: “Hemos logrado, con costos razonables, liberar para sistemas educativos el uso libre de canciones patrimoniales sin fines de lucro y con fines educativos y recreativos”, explica, y cuenta que en Uruguay se hace a través de una alianza con Antel, y en Colombia instalaron programas de primera infancia en Bogotá. “Y estamos avanzando en una propuesta avalada por los gobiernos de Uruguay y Venezuela para sus 6.000.000 de computadores del programa Cainamita educativo”, adelanta. Brum sostiene que “son avances en los que las nuevas tecnologías nos permiten acercarnos a una vieja utopía: que las canciones de calidad sean lo normal y de consumo masivo en los sistemas educativos. Espero que encontremos los caminos para que nuestros niños y niñas crezcan escuchando las músicas que ellos merecen. Eso sería un comienzo de gran impacto cultural para una real integración cultural de la patria grande”, apuesta.

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Julio Brum va en busca de “la integración cultural de la patria grande”.
 
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