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Martes, 12 de diciembre de 2006

LITERATURA › OPINION

Recordando a Rafa

 Por Alejandra Procupet *

Quería a la gente. Y por eso la gente lo quería a él. A pesar de su opinión no demasiado favorable de los seres humanos. A pesar de Plop, o por Plop, luchaba contra esa mezquindad de la que nos sabía tan capaces, contra su propio lado oscuro, y era bueno, solidario, generoso. E inteligente (no me hubiera perdonado que no lo mencionase). Tenía el don del retruécano. La respuesta rápida, bien porteña. Pero usaba la ironía, ese pequeño cuchillo de palabras para el que estaba tan dotado, para hacer reír. Veía el absurdo en casi todo. En la vida. Y sin duda todo esto también le hubiera parecido absurdo. Tanto que en medio del drama de estos últimos días, estando en el hospital, nos dijo a Jorge y a mí que lo que estaba pasando parecía una obra de teatro de Tito Cossa, en la que la familia se reúne alrededor de uno que se está muriendo, se desatan unos conflictos fenomenales y al final no pasa nada. Por suerte para todos no hubo conflictos. Aunque sí risas.

Pero aunque abominaba de estos rituales, su otro coté, el de las ciencias exactas que tanto amaba, lo hubieran llevado a tomar lista de los presentes y ausentes, para trazar una estadística, revisar la curva del cariño y putear a algunos por lo bajo.

Le gustaba hablar con “a”. Por eso siempre me decía: “Rafa ama a la flaca”, y yo le respondía de inmediato “La flaca ama a Rafa más”. Y él alegaba: “jamás más”. Y competíamos en el amor inmenso que nos teníamos. Jugaba, se reía, se comprometía... Tuvo ese par de hijos hermosos que eran su desvelo y su alegría. En estos días, me dijo expresamente que su mayor preocupación, su dolor insoportable, era faltarles. Por eso estas palabras. Porque las palabras aman, cuidan, atesoran los recuerdos y hasta los inventan o mejoran.

Son los recuerdos de ese papá que los adoraba que Maxi y Sofi tanto van a necesitar. Y yo también. Y mis hijas, con las que supo ser ese perfecto maridovio de la madre, protector siempre, amigo y compinche a veces, papá cuando era necesario.

Son esos recuerdos de Rafa los que, creo, vamos a necesitar todos los que estamos acá. Sus amigos, su mamá, o madre, o “tu mamá” como graciosamente le decía. Seguramente fue ella, su mamá, quien le enseñó a tener ese profundo amor por las mujeres, que lo llevó a tener tantas novias, y después, por suerte para mí, en el otoño de su vida, como me cantaba en plan bolero, tantas amigas. A todas nos veía algo lindo, que merecía un piropo. Gracias Carmen por la educación sentimental.

Podría seguir hablando de su hermanito Jorge, que tantísimo lo cuidó y por el que se sintió tan amado: “es un roble”, me dijo; y de sus amigos, y de la gente que trabajaba con él y por los que se preocupó hasta el final... pero Rafa me censuraría diciendo: “le sobran 20 páginas”. Porque él era de escribir cortito. Y también de vivir cortito, la puta madre. Pero siempre intenso, siempre fuerte.

Quiero terminar con palabras de Rafa, que en uno de los tantos mails de amor que intercambiamos en estos años me escribió:

“Puede ser que la memoria sea un río, puede ser que la verdad sea siempre la última. Pero, lo que es para mí innegable es esta sensación en el pecho de estar, de ser. Y saber que es esto lo que tengo y lo que quiero. Y si hay algunas palabras para decirlo son estas: soy feliz. Carajo, que no es poco. ¿Que no es poco? Es todo”.

* Editora free lance. Esposa de Rafael Pinedo.

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