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Sábado, 29 de octubre de 2005

Textual

Curiosamente (o, mejor dicho, lógicamente), en ese ámbito cerrado que lleva hasta el paroxismo las medidas para asegurar el desconocimiento y la desinformación más integrales, los mensajes proliferan. En ese mundo, donde los signos están prohibido o rigurosamente controlados, todo es signo y mensaje: todo es inevitable y enfáticamente significante. Y a su vez todo preso político se convierte, desde que se incorpora al medio carcelario, en un lector, un descifrador, un hermeneuta hipersensibilizado. Los periódicos son desmenuzados e interpretados con terca aplicación hasta en sus detalles más ínfimos. La forma en que se abre o se cierra una puerta. Un cambio de celador en el pabellón, la audición de ruidos poco familiares, una autorización o una prohibición inesperadas, el saludo de un guardia o de un oficial, una demora o un avance en las horas de recreo, un cambio en el régimen de comidas, la presencia de un individuo desconocido; todo es recibido y asimilado prioritariamente como hecho significante, como mensaje a descifrar e interpretar, como confirmación o refutación de hipótesis previas y origen de otras nuevas. El detenido político tiende así a convertirse más o menos rápidamente, y casi siempre con un oscuro malestar, en semiólogo y exegeta obsesivo de signos de todo tipo.

* Fragmento de La bemba (Siglo XXI).

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