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Sábado, 16 de agosto de 2014

MEMORIAS PARA UN ESCRITOR CIENTíFICO

Todos los hermosos caballos hipotéticos

 Por Ezequiel Acuña

Mi primer trabajo con Moledo fue cuando él era todavía director del Planetario. Desde ya, me acuerdo de la entrevista previa. Nos sentamos en un café (que no era La Orquídea), me contó de manera excesivamente breve cuál era su idea, y se preocupó más que nada por dejarme en claro un par de cosas.

“Mirá –me dijo–, yo soy marxista, pero como todavía no aconteció la revolución y seguimos viviendo en un mundo capitalista, para este trabajo yo te voy a explotar de tal forma que los algodonales del sur de Estados Unidos te van a parecer un spa.” Ocho o nueve años después charlamos de ese primer encuentro mientras tomábamos otro café, ahora sí en La Orquídea; no se acordaba de esa amenaza, pero le parecía muy bien habérmela hecho.

Un día agitadísimo, mientras intentaba llevar a término a los ponchazos el trabajo para el que me había entrevistado, entré a su oficina en el Planetario, con algunos problemas y pocas soluciones. Atrás de un escritorio tan grande como desordenado, con pilas de papeles y libros y anotadores, Moledo estaba sentado, reclinado en la silla, mirando hacia el techo o la pared. “Qué bueno que no te agarro ocupado”, le dije ansioso. Me cortó en seco y con mucha seriedad. “Estoy ocupado –me dijo–, estoy pensando.”

Me acuerdo que me reí, me acuerdo que Moledo se mantuvo serio, me acuerdo que dejé de reírme y me incomodé sin entender si estaba siendo irónico o no.

Me llamó para otros trabajos. Muy rápido me di cuenta de que el papel de explotador era mentira, siempre fue generoso; exigente, pero generoso. (Alguna vez le dije que lo de marxista también era mentira, discutimos con placer, me mandó a leer a Lenin, yo lo mandé a releer a Luxemburgo.) De la misma forma, entendí que aquella vez, en su oficina, no había sido irónico. Si había algo que le fascinaba a Moledo es lo que se podía lograr pensando, lo que había inaugurado Tales, lo que había problematizado Bacon, lo que había erigido Newton, lo que había revolucionado Einstein, desde ese acto nunca solitario pero sí imaginativo. Bueno, eso y la literatura.

Este es el momento en donde se debería pasar revista a las cosas que Leonardo Moledo hizo pensando. Cualquiera que sepa la vida que le dio al Planetario o se haya acercado a la colección de libros que dirigió, o entienda cómo este mismo suplemento Futuro se ha diferenciado de las secciones de ciencia de otros diarios, no necesita que se le explique demasiado. Mi pequeño orgullo privado es haber ayudado a ordenar algunos de esos papeles y apuntes, y libros y archivos, que se le acumulaban sobre esos escritorios (y mesas y sillas), mientras él pensaba... y me contaba lo que pensaba.

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