futuro

Sábado, 21 de junio de 2003

MELODIAS DE LA NATURALEZA

Música genética, molecular y algo más...

Por Federico Kukso y Leonardo Moledo

Nadie podría negar que se trata de un buen antecedente: entre 1612 y 1619, nada menos que Johannes Kepler (1571-1630) se encargó de refinar un género musical ya conocido por el propio Pitágoras en el siglo VI a.C.: la llamada “música de las esferas”. Para Pitágoras, como para Kepler, cada planeta, según la velocidad angular con la que gira, produce un sonido particular. Así lo dejó en claro en su libro Harmonices Mundi (Armonías del mundo), donde, además de enunciar su gloriosa tercera ley, que más tarde inspiraría a Newton, escribió seis melodías que correspondían a cada uno de los planetas hasta entonces conocidos (Mercurio, Venus, Tierra, Marte, Júpiter y Saturno). De allí a lo que hoy se conoce como música molecular no hay más que tres siglos y un paso.
En verdad, la “música molecular” (o genética) se lleva todos los laureles si de raras invenciones musicales se trata. La idea es traducir en secuencias de notas musicales la estructura de algunas de las miles de proteínas que contiene el cuerpo humano. La bioquímica Linda Long de la Universidad de Exter (Gran Bretaña) es una de las “artistas” más conocidas de este curioso sistema de composición musical. Primero utiliza la cristalografía de rayos X para “mapear” en tres dimensiones los veinte tipos distintos de aminoácidos que componen a las proteínas. Luego con un software especial le asigna a cada uno duración, amplitud, tono, escala e instrumento para ser interpretado. Long ya cuenta en su haber con varios cds como Listen to your body (Escucha a tu cuerpo) y Music of the body (Música del cuerpo, que consiste en 40 minutos de sonidos de hormonas humanas), cuyos temas (con cierto ritmos de vals y onda new age) pueden escucharse en su sitio www.molecularmusic.com.

CONCIERTO INTERIOR
En realidad, la música molecular nació en los años ‘60, cuando las funciones de las proteínas recién empezaban a describirse, y la verdad es que no estaba mal: daba la sensación de que todo el mundo tiene una melodía adentro. Pero ya Watson y Crick habían descifrado la doble hélice y entonces, obviamente, el próximo paso eran los genes y el genoma. ¿A quién no se le ocurre?
Un tal Susumo Ohno, especialista en genética (del Beckman Research Institute de la ciudad de Hope, Estados Unidos), descubrió que al asignar arbitrariamente notas musicales a las sustancias que componen el ADN (Do a la citosina, Mi y Re a la adenina, Fa y Sol a la guanina, y La y Si a la timina), conseguía los más variados ritmos musicales. Incluso, con la ayuda de su esposa Midori, interpretó algunos pasajes en piano, violín y viola.
Hace poco, y para conmemorar los cincuenta años del descubrimiento de la estructura del ADN, un equipo español de Microbiología del hospital Ramón y Cajal de Madrid compuso diez canciones que tuvieron como partitura notas musicales traducidas de secuencias del genoma humano (entre los que se utilizaron genes involucrados en la sordera y la enfermedad de Alzheimer) y otros seres vivos como hongos y bacterias. Aunque el nombre del cd no es muy original (Genoma Music o La música del genoma, del que se puede escuchar algo en www.genomamusic.com), los de algunas de las canciones (quizás futuros “hits”, quién sabe) sí lo son: “Homo sapiens Conexina 26”; “YRB1P Candida albicans”; y “SLT2-proteína kinasa”.
Pero así como no todos los intentos de descifrar el genoma son nobles, los de pasar genes a música tampoco. Por ejemplo, la empresa de biotecnología Maxygen (de Redwood City, California) pretende en vez de patentar genes, digitalizarlos como notas musicales (en mp3s) y ponerles copyright a las canciones que de allí salgan. La idea no es ingenua: las patentes tienen en Estados Unidos un límite de 17 años, mientras que los derechos de autor duran cien años. El tema para algunos es preocupante: quizás en un futuro no muy lejano, uno puede llegar a encontrar trozos de su patrimonio genético en forma de música rondando por Internet, sin que nadie le haya avisado al respecto.

LOS SISMOS, EL NIÑO Y LOS TRUENOS
Hay quienes fueron un poco más lejos que las proteínas y los genes. Como Marty Quinn (del Design Rythmics Sonification Research Lab, en Estados Unidos), que logró extraer patrones musicales a partir de terremotos, ondas cerebrales, variaciones de la corriente de El Niño, tormentas que azotan a Júpiter y la actividad solar. Sus últimos trabajos (que el músico y especialista en computación expone en www.quinnarts.com) son Sinfonía Climática y Sonata Sísmica; nombres bastante creativos que llaman a uno a pegarle al menos un vistazo (con el oído, claro).
En definitiva, pese a la solemnidad con la que muchos presentan estas supuestas piezas de arte (que para algunos no dejan de ser ruido), no son más que notables experimentos o juegos. Como el que realizó hace trescientos años Johann Sebastian Bach, quien, aprovechando el hecho de que en alemán las notas musicales se designan con letras (A=la, B=si bemol, C=do, H=si) utilizó la melodía de su apellido como contratema de la última sección del Arte de la fuga. No sería raro suponer que la música de las proteínas, los genes y los terremotos le habría encantado a Bach, y probablemente a otros gigantes de la música como Beethoven, Mozart o Chopin.

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