Sábado, 24 de enero de 2004
| Hoy		
Gente 
preocupada
La noción básica de hipocondría puede ser rastreada hasta 
los tiempos de Hipócrates. Tanto los griegos como los romanos observaban 
que algunas personas con particulares estados de ánimo concentraban por 
demás su atención en su estado de salud, creyendo firmemente ser 
víctimas de algún padecer originado en la región superior 
y lateral del abdomen. Allí, en el hipocondrio (hipo, debajo; kondrio, 
costilla) se hallaban el núcleo de la vida y su contraparte, el lugar 
de generación de la enfermedad.
En la actualidad, el manual de diagnóstico psiquiátrico DSM-IV 
(Diagnostic and Statistical Manual) de la Asociación Psiquiátrica 
Norteamericana ofrece una visión bastante distinta de este padecer, al 
que coloca dentro de la familia de los llamados trastornos somatoformes. Las 
pautas diagnósticas son, al menos en teoría, bastante claras; 
en formaresumida y esquemática, puede hablarse de una persona hipocondríaca 
cuando reúne los siguientes requisitos:
1. Preocupación por el temor de tener una enfermedad grave sobre la base 
de la interpretación errónea de la persona de sus síntomas 
corporales.
2. La preocupación persiste a pesar de las evaluaciones y palabras tranquilizadoras 
de los médicos.
3. La creencia de tener una enfermedad grave no tiene un carácter delirante 
y no se limita a preocupaciones concretas sobre la apariencia (como en el trastorno 
dismorfofóbico).
4. Las preocupaciones generan un deterioro psicosocial significativo.
5. El trastorno dura más de seis meses.
6. La preocupación no se explica mejor por otro trastorno mental.
Es frecuente que dicha preocupación en relación con la gravedad 
de la enfermedad que cree padecer surja de una incorrecta interpretación 
de las funciones normales del organismo. Así, por ejemplo, el ruido que 
parte de los intestinos o las sensaciones de distensión que pueden expresarse 
a medida que los alimentos avanzan a través del tubo digestivo pueden 
ser considerados síntomas anormales de un grave padecer estomacal que 
espera ser diagnosticado. Lo mismo puede decirse del latir del corazón 
que aparezca como muy apresurado o irregular cuando no lo es de ninguna de estas 
formas.
En general agrega Litvinoff, estos pacientes presentan síntomas 
variables: en enero piensan que tienen cáncer de piel, en febrero que 
están al borde de un infarto, en marzo que tienen cirrosis, en abril 
úlceras, etcétera. Algunos, por el contrario, tienen sus temores 
centrados en una temática (cardíaca, oncológica, por ejemplo), 
pero son los menos frecuentes. Lo característico de este trastorno es 
que, en todos los casos, los síntomas no simbolizan ningún conflicto 
específico (no resuelto), como sí sucede en las enfermedades psicosomáticas.
Desconexión con 
la subjetividad
El hipocondríaco es una persona que ha establecido un corte que 
lo aleja de su propia subjetividad define Litvinoff, un corte que 
lo deja absolutamente imposibilitado de manejar y expresar sus afectos, sus 
sentimientos y sus deseos. Pendiente de si ese lunar es un tumor o de que no 
se siente bien por tal o cual cosa, el hipocondríaco está aislado, 
no se conecta con su familia ni con sus amigos, vive como metido para adentro 
sin ningún tipo de contacto con nada que no sea su padecer.
Resulta sencillo suponer que sea la angustia por ese padecer la que causa esa 
desconexión con su subjetividad que le impide relacionarse. Pero 
es al revés afirma el psicoanalista de la APA, el hipocondríaco 
está tan desconectado con su subjetividad que al ignorar sus afectos, 
sus sentimientos y sus deseos llega a la hipocondría. Está tan 
desconectado que el único punto de conexión que encuentra es con 
su cuerpo, es en sufrir por una parte de su cuerpo que está mal, que 
está enferma.
Pero en el fondo es un individuo que se siente incapacitado de enfrentar 
la vida, aunque no lo sabe agrega Litvinoff. Le teme a la enfermedad 
y en definitiva a la muerte, aunque muy en lo profundo la desea porque para 
él la muerte es una forma de liberación. Hay un anhelo secreto 
de muerte encubierto en el mismo temor de muerte. Y eso está provocado 
por sentir que la vida le pasa por arriba porque no tiene con qué enfrentarla.
Para el paciente hipocondríaco, la posibilidad de conectarse con su enfermedad 
es una forma (fallida) de aislarse para no angustiarse, ya que por debajo subyace 
un gran sentimiento de debilidad y de inoperancia. Como suele suceder 
en este tipo de trastornos, aquí también hay una problemática 
de negación de los afectos en la infancia afirma el psicólogo. 
El individuo se ha desarrollado en función de buscar una eficacia, pero 
viviendo sus sentimientos como peligrosos, pues para él conectarse con 
sí mismo significa conectarse con la angustia de su propia debilidad.
Ese dolor psíquico que el hipocondríaco no se puede permitir 
lo convierte en un dolor físico, que él siente que es más 
manejable.
Identidad se necesita
Un aspecto paradójico de la hipocondría se presenta cuando estas 
personas finalmente logran que algún médico poco avezado o que 
cede a las demandas de enfermedad de su paciente les diagnostica algún 
padecer. Que el médico les encuentre alguna afección a estos 
sujetos puede otorgarles alguna identidad explica Litvinoff; de 
alguna forma, el médico les está diciendo quiénes son. 
Pero mientras tanto, la deambulación por los distintos consultorios médicos 
en busca de una enfermedad puede otorgarles sentido a sus vidas.
Las personas hipocondríacas la lista de personajes famosos que 
padecieron la enfermedad es extensa, pero mencionemos al menos a Charles Darwin 
o a Immanuel Kant tienden a desarrollar estrechas relaciones con sus médicos, 
con vínculos que nada se parecen a los débiles que suelen entablar 
con sus familiares, amigos o compañeros de trabajo: Lo que hacen 
es desarrollar relaciones con los médicos que sustituyen otras relaciones 
afectivas ausentes, el aislamiento es suplido entonces por la colonia médica.
Un detalle que suele asombrar a los psicoanalistas jóvenes es que, 
cuando se enferman de verdad, las personas hipocondríacas es como si 
se curaran de su hipocondría cuenta Litvinoff. Sucede que 
han encontrado su identidad, y eso los tranquiliza pues acotan su angustia a 
esa parte del cuerpo enferma. Así, cuando pasan a ser pacientes somáticos 
se convierten en pacientes normales. Claro que cuando se curan vuelven 
a ser los mismos hipocondríacos de siempre.
La literatura médica en general coincide en que esta afección 
es de difícil y complejo tratamiento; por empezar, porque son personas 
que rechazan habitualmente la consulta psicológica o psiquiátrica. 
Son personas que creen que tienen que ir al quirófano y no al psicólogo, 
sienten que pierden el tiempo ironiza el psicoanalista de la APA. 
De todos modos, de lo que se trata es que la persona encuentre palabras para 
sus afectos, sus sentimientos y sus deseos, para que así vaya descubriendo 
su propia subjetividad; que se pueda reconocer como un sujeto, para que así 
vaya perdiendo importancia la sobrevaloración de su cuerpo que lo aqueja.
Y aunque las recaídas son frecuentes (en especial cuando la persona se 
enfrenta a situaciones que le resultan inmanejables, como ser despedido del 
trabajo, por ejemplo), estas personas son accesibles a tratamiento psicoanalítico 
o a otros enfoques terapéuticos. Lo que hay que tener siempre presente 
es que aun cuando la enfermedad que dicen padecer es imaginaria, estas personas 
no fingen sus síntomas concluye Litvinoff. El sufrimiento 
es real, de hecho son personas que realmente sufren muchísimo.
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