futuro

Sábado, 17 de julio de 2004

FABRICA DE MUSCULOS Y DOPING GENETICO

El cóctel de los campeones

Por Federico Kukso

A fines de 2003, el doctor Lee Sweeney, director del Departamento de Fisiología de la Universidad de Pensilvania (Estados Unidos), hizo un anuncio que dejó a los adalides del fair play petrificados: “En dos años estarán listas las técnicas de modificación del tejido muscular en seres humanos”. No hay que ser matemáticamente brillante para darse cuenta de que esos dos años ya no son tales y que toda actividad deportiva que se practique en canchas, piletas, pistas y rings del planeta se aproxima cada vez más al vértice de ese agujero negro conocido como manipulación genética. Y que una vez que el plazo expire, el peor de los infiernos se desatará: superhombres y supermujeres con brazos fabricados a medida batirán sin transpirar a la troupe de tenistas encabezada por Roger Federer y Justine Henin para ganar Wimbledon o cualquier otro torneo que se les antoje; esquiadores con “súper rodillas” cosecharán collares de medallas doradas en las rampas de Aspen; nadadores ágiles como delfines y veloces como atunes se mojarán lo justo y necesario para subir al podio; y así ad nauseam.
Por más hiperbólicos que sean estos pronósticos, la avaricia científica no descansa en pergeñar la fórmula mágica que empuje cada vez más a los atletas de todo el mundo en dirección de la realización del ideal deportivo más popular de la era moderna: “más rápido, más fuerte, más alto”. Como si escasearan esteroides, anfetaminas, hormonas, diuréticos y los golpes debajo del cinturón, la biotecnología promete una fruta prohibida que en vez de venir en envase de manzana lo hará en forma de vacunas (genéticas) dirigidas específicamente al músculo que el atleta desee embelesar. Y para regodeo de tramposos, no habrá control médico que lo pueda delatar.

ROBO PARA LA CORONA
Hace 50 años, los esteroides anabólicos hicieron su debut triunfal en el deporte. En cierto sentido, fueron la punta de la pirámide química que se levantó desde el siglo XIX con el auge de la morfina, ampliamente usada en los deportes de resistencia como el ciclismo; la estricnina, de moda en las maratones de los Juegos Olímpicos de Londres (1904), y las anfetaminas que aparecieron en los Juegos de Berlín (1936) bajo el clamor nazi.
Desde hacía tiempo la veta lúdica del deporte había emigrado para ser reemplazada por la persecución de la victoria a toda costa. Un triunfo pronto se convirtió no sólo en signo de la perfección individual sino en muestra del tesón de una nación y su derecho a vociferar su dominio natural sobre el resto. Así lo entendían los jerarcas de la Alemania del Este que financiaron los trabajos de más de 1800 científicos para diseñar un esteroide made in Germany en los laboratorios de la ciudad de Kreischa, con el que pudieran alimentar a sus deportistas desde chicos. A la píldora le dieron el (secreto) nombre de Oral Turinabol y se presume que fue suministrada por lo menos a diez mil atletas. En su momento no se supo cómo, pero entre 1968 y 1988, la República Democrática Alemana se alzó con 519 medallas olímpicas. Los efectos de tales tratamientos están hoy en evidencia como es el caso de Heidi Krieger (hoy, tras una operación de cambio de sexo, Andreas Krieger) quien vio cómo su cuerpo se masculinizaba producto de las altas dosis de andrógenos (hormonas masculinas) que le daban sus entrenadores.
WE ARE THE CHAMPIONS
Hasta que la ingeniería genética no mostró al mundo sus verdaderas capacidades, los deportólogos se saciaban con estudiar al detalle los más nimios factores que entran en juego a la hora de la competencia: la altura, el peso, la alimentación, las horas de sueño y la composiciónmuscular del deportista bajo inspección. Pero cuando los científicos se percataron que podían jugar con los genes de un organismo y modificarlo a su antojo, no tardaron en germinar los sueños de dar con el ser humano hecho a la carta. Es necesario aclarar que aún estos intentos no son una realidad, pero que se estén llevando a cabo unos 500 estudios en animales para ver, por ejemplo, la forma de aumentar la capacidad de transporte de oxígeno de la sangre, indican un camino.
Se cree que no es muy osado fantasear con inyecciones de cócteles químicos que modifiquen la información genética de las células y hacerlas capaces de sintetizar hormonas de forma permanente para generar masa muscular adicional donde se quiera. Los optimistas presumen que esta nouvelle vague del dopaje (dopaje genético o celular) conseguiría aumentar la fuerza muscular de un deportista hasta en un 27% sin ningún tipo de entrenamiento.
Uno de los laboratorios en la delantera de este tipo de investigaciones se encuentra en la Universidad de Pensilvania donde sus miembros se empecinan en modificar genéticamente los músculos de ratones llamados –de entrecasa– “ratones Schwarzenegger”. El equipo, dirigido por el anteriormente citado doctor Lee Sweeney, modificó el ADN de los músculos de las patas de los ratones luego de inyectarles un virus que portaba un gen para la fabricación de la hormona IGF-1, molécula que desarrolla el sistema muscular. Sorprendentemente, se registró un aumento de un 18% en la masa muscular de los ratones en comparación con otro grupo que no recibió el tratamiento.

LA LEY Y EL ORDEN
El Comité Olímpico Internacional (COI) y la Agencia Mundial Antidopaje ya se hicieron eco del tumulto que causarían estas inyecciones a ser aplicadas en las piernas, brazos y espaldas de los atletas de elite para llevar a las nubes su rendimiento, y añadieron al dopaje celular en la lista de sustancias prohibidas. “El dopaje celular o genético se define como un uso no terapéutico de genes, elementos genéticos y/o células que tienen la capacidad de mejorar el rendimiento de un deportista”, reza ahora el nuevo Código Antidopaje del Movimiento Olímpico.
Lo que más alarma es que este tipo de dopaje no sea detectable con un análisis de orina o sangre (como los llevados a cabo por primera vez en Sydney 2000). Para fustigar al tramposo, habría que tomarse el trabajo de extraer muestras de tejido muscular de los atletas y ponerlos bajo la lupa.
Ni para los Juegos de Atenas (que comienzan el 11 de agosto) ni para su versión invernal en Turín 2006 se cree posible que estas inyecciones todopoderosas estén listas. Tal vez para Beijing 2008, pero sólo tal vez.
Entonces, dos opciones tendrán que ser tenidas muy en cuenta: o claudicar ante la idea de que desapareció el deporte tal cual como se lo conocía o cambiar de un plumazo las reglas de aquello que alguna vez nació como un juego bello y entretenido y que descaradamente transmutó en una ostentación de orgullo, banalidad y poder.

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