futuro

Sábado, 7 de febrero de 2009

UNA NOTABLE COINCIDENCIA

Darwin & Wallace

 Por Pablo Capanna

A Russel Wallace la hipótesis de la selección natural se le ocurrió en el momento y en el lugar más insólitos, cuando volaba de fiebre en un campamento de la selva. Postrado por el paludismo en las islas Molucas (Indonesia), Wallace intuyó que la “transmutación de las especies” funcionaba como si en la naturaleza hubiera algo parecido al regulador que Watt le había puesto a las calderas, allá en la lejana Inglaterra.

A Darwin también se le había ocurrido, quizás mirando las tortugas de las islas Galápagos o un día en que volvía en sulky a su quinta de Down House. Los dos habían leído a Malthus, y Wallace llevaba consigo un ejemplar de El Viaje de Darwin. Hacía bastante que se hablaba de “evolución” y los tiempos estaban maduros para que más de uno reparara en la selección natural. Wallace era muy conciso, y le bastaron unas páginas para comunicarle sus ideas a Darwin, quizás la única persona capaz de apreciarlas.

Finalmente, Darwin reconoció la coincidencia y comprendió que sus vacilaciones para publicar habían permitido que se le adelantaran. Pensaba escribir un libro de 2500 páginas, casi una enciclopedia, pero a partir de ese momento se puso a trabajar en El Origen de las Especies, que escribió en tiempo record y se publicó en noviembre de 1859.

El nombre de Darwin pasó a ser sinónimo de “evolución”; quedó asociado para siempre con los versátiles pinzones, las longevas tortugas, la diversidad de los percebes (crustáceos), las laboriosas lombrices y hasta las perversas Ichneumonidae (insectos), que le hicieron perder la fe en el dios relojero.

La fama lo expuso a indeseables manipulaciones políticas e ideológicas. Algunas de sus tesis más crudas alentaron al racismo y al eugenismo. Puesto que Marx le dedicó un ejemplar de El Capital, los soviéticos erigieron un museo en su homenaje, y más recientemente los fundamentalistas norteamericanos lo hicieron responsable de todos los males del mundo. Siendo agnóstico, fue convertido en campeón del ateísmo. Era conservador, y fue adoptado por las izquierdas.

Está de más insistir en el rol fundamental que jugó para la biología moderna. Pero aquí prefiero recordar a Darwin en el momento en que renuncia al derecho de prioridad que tenía sobre la idea de la selección natural y decide presentar sus trabajos junto a los de Wallace.

Todo indica que Darwin era el más apto para sobrevivir y la selección natural hizo que eclipsara a Wallace. Pudo haber ocultado el trabajo del escocés, por lo menos hasta que el otro hiciera la larga y difícil travesía desde los trópicos. Pudo haber reivindicado para sí la prioridad que cronológicamente le correspondía. Pero entonces no había Guinness donde figurar, ni un Nobel que disputar. Ni siquiera se peleaba por los subsidios de investigación.

El amor a la verdad y el respeto por los hechos, sean amigables o no, es la mayor virtud del científico. Aunque algunos piensen que a la larga Darwin no podía haber hecho otra cosa, su gesto tiene una dignidad ética poco usual. De todos modos, en el conocido cuadro del ruso Mikhail Eustafiev junto a él aparecen Lyell y Hooker, pero a Wallace no se lo ve.

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