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Viernes, 9 de octubre de 2015

RESCATES

Viajera solitaria

Chantal Akerman
1950 – 2015

 Por Marisa Avigliano

La palabra repetida era shock. Choque circulatorio en cadena para recibir la noticia. Chantal Akerman había muerto a los sesenta y cinco años en Paris –se había suicidado según Isabelle Regnier, de Le Monde. Mientras el mundo se enteraba algunxs arrugaron el ticket para ver al día siguiente los 115 minutos de No Home Movie, su última película (un documental sobre su madre) en el 53rd New York Film Festival y desarrugaron enseguida convirtiendo los dedos en plancha. Otrxs quisieron hablar sobre ella en voz alta: “Es una pérdida muy triste, una de las pocas personas que continuaba provocándonos, siempre ofrecía algo fresco y nuevo. Maestra absoluta, te extraño” (Apichatpong Weerasethakul). “Su película Jeanne Dielman fue una de esas experiencias que cambian la forma de pensar y de ver el diseño de una película (…) tuvo un profundo impacto en la forma en que puedo concebir la idea de contar historias y en la manera de retratar la vida de una mujer en la pantalla” (Todd Haynes). “Su cine influyó en el mío. Siempre vuelvo a ver asombrado la invención narrativa de su Jeanne Dielman” (Gus van Sant). “Chantal Akerman atrapó el silencio proustiano en sus películas” (Antoine Compagnon). “Ella tenía un espíritu de lucha, una manera muy directa de hacer las cosas, no tenía ninguna duda (…) Cada vez más toda su obra se hizo más y más personal y terminó con la película sobre su madre. No se sabe hacia adonde habría ido a continuación, lo que es muy triste. Toda su obra es una gran épica” (Jonas Mekas). “La muerte de Chantal es un shock. Sus películas están impregnadas de melancolía existencial” (Kathy Halbreich). “Je, tu, il, elle  (1976) es una película única, para mí es muy fuerte, ya que se hace con su carne, su piel, su vida” (Claire Denis). “Frente a Chantal Akerman, me di cuenta de que se puede aprender todo el tiempo, sin parar. Tenía un aspecto muy juvenil, con los ojos abiertos en todo momento. Nunca noté que teníamos 20 años de diferencia” (Sylvie Testud). “El cigarrillo en la boca, siempre pura y tierna, frágil, luchando contra todo y con curiosidad por todo. Recuerdo verla caminar en medias ‘¡estoy fuera de mis zapatos!’ dijo y se rió. Ella estaba al margen de todo y eso es lo que la hizo tan hermosa” (Marie Losier). “Estoy conmocionado y mi corazón está roto (…) sólo espero que las personas se tomen el tiempo para redescubrirla” (Andrew Bujalski). La barba de Richard Brody tiene razón cuando saca cuentas y dice que cuando Akerman filmó Jeanne Dielman (una de las películas más originales y audaces en la historia del cine) era más joven que Orson Welles cuando hizo Ciudadano Kane y más joven que Jean-Luc Godard cuando hizo Sin aliento. Sí, Jeanne Dielman es tan influyente y tan importante como lo fueron las películas de Welles y las primeras de Godard. Aún subida al podio de juventudes creadoras, Chantal continua siendo tan desconocida como no debiera. Mientras tanto durante la despedida y en la constancia del shock latente se encienden cientos de pantallas y en todas se asoman restos diurnos de Chantal. Aparece Jeanne pelando papas y amasando carne (ya vieron la Belle de Jour de Buñuel, no pueden no ver Jeanne Dielman, 23, Quai du Commerce, 1080 Bruxelles, 1975) y recibiendo el sombrero del último cliente. Rutina doméstica, prostitución y muerte en majestuosa coreografía. Y enseguida vemos a Chantal desestimando etiquetas (no vamos a etiquetarla en el responso, no, sólo diremos para quien se haya perdido en la batalla de las distracciones que cuando decimos cine feminista sin concesiones estamos diciendo cine Akerman) y explicando que ella se interna en las imágenes del documental “hasta que éstas se vuelven casi abstractas porque la idea es ir en contra de toda idolatrización”. En un monitor del fondo Chantal recita la Biblia en hebreo; en otro, cuenta que era una adolescente cuando filmó su primer cortometraje gracias a la venta de unas acciones en la bolsa de diamantes de Amberes. Con oblicuidad certera desde ahí se la ve a Natalia, su madre, en su último año de vida recordando en No Home Video su deportación a Auschwitz. El nazismo mató a toda la familia de Natalia. La anciana sobreviviente del Holocausto recuerda junto a su hija que en Bruselas intentó toda la vida vivir una vida. No muy lejos y mientras continúa el relato de la epopeya conmueve la escena de amor y sexo de Chantal desnuda en 1974 besando a Claire Wauthion en Je, Tu, Il, Elle. Sin llamar la atención, una mujer que la descubrió en una retrospectiva en Buenos Aires en 2005, come un chocolate mientras mira a Juliette Binoche y William Hurt en Un diván en Nueva York (la película de Chantal que irrumpió en las salas del circuito comercial). La videoinstalación crece y le hace honor a su creadora que vuelve a armar las valijas para irse otra vez de viaje mientras alguien descubre Un jour Pina a demandé, el corto sobre Pina Bausch. Chantal siempre se iba de viaje por el mundo dejando por un tiempo el set, su set-mundo era una Génova íntima de pasadizos estrechos. Nunca ninguna casa para la viajera despierta. Salpica el mar cuando se la nombra y dan ganas de meterse.

Su cine es incitante y sensible (de rigurosa sensibilidad) será por eso que la lista de sus películas -incluyendo cortos y documentales- parece infinita cuando queremos recomendarla. Con los títulos podríamos jugar un Scrabble perfecto donde cada letra encontrará compañía y puntos altos haciendo sin esfuerzo del tablero en un calendario de cine imperdible. Las cartas maternas en News from Home, un collage de escenas arrebatadas en Toute une nuit y pasos de baile para el musical Golden Eighties. Pero no todo es fandango, en el tablero alguien ya escribió La folie Almayer (basada en la novela de Conrad) y La cautiva (en La prisionera de Marcel Proust), una fusión de Hitchcok y Mozart, como les gustaba decir a los críticos mientras ella continuaba, cámara en mano, develando lo extraordinario que se esconde en una imperceptible escena de la vida privada y alguien espía por la ventana del Hotel Monterey, su corto de 1972 sobre uno de esos hoteles baratos que aparecen en las guías neoyorkinas de Cheap Hotels. Cerca de la escalera tres adolecentes miran suspendidas en el tarareo los trece minutos de aquel primer corto, Saute ma ville, ópera prima de la belga que miraba a Warhol y puerta ventana de todo su universo: un ramo de flores, una chica, un gato, un secador de piso roto y las detonaciones de una cocina en explosión. Ahora que está muerta quedan sus películas dirá alguien con la rapidez del caso. Su militancia, su rigor político, agregará otra voz certera. Sin revelar su nombre una mujer recita una elegía rota por la muerte de Chantal que le pertenece: no ha habido en la ciudad ni en la garganta/Una palabra antes ni una puerta. Pido/Clemencia por los que piden clemencia antes/Que yo. Pido con la punta de la lengua/Para que sea cierto, porque una puerta no es una metáfora./No fueron muertes las metáforas antes ni lo serán ahora/Que ella murió en la punta de mi lengua. Cierro el azar/A los anillos de boda de la danza en fuga que reclama/La fosa común. Y pinto la boca de ella, aunque levanten/El sitio de la ciudad porque perdí sus labios, llevándome/De paso ese umbral borrado de herejías, epitafios y murciélagos/Antes de que en él presintiera/Las puertas que ella nos animaba a entreabrir/. No estaba prevista su presencia en la videoinstalación luctuosa y sin embargo es natural oírla, como si la espera hubiera terminado.

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