Viernes, 15 de enero de 2016 | Hoy
VIOLENCIAS
Seve Demir, Pakize Nayýr y Fatma Uyar fueron asesinadas por la policía turca el primer lunes de 2016 en Silopi, una ciudad al sureste de Turquía. Los femicidas, miembros de la policía que responden al tirano Recep Tayyip Erdogan, destruyeron sus cuerpos al punto de que sólo pudieron ser reconocidas por sus cabellos. Las tres formaban parte del proceso de liberación que las mujeres kurdas encabezan en la región y masacrarlas es un intento de disciplinar a todas.
Por Paula Jiménez España
Los rostros de las tres jóvenes kurdas recientemente asesinadas en la ciudad turca de Silopi fueron totalmente desfigurados. Y en el cuerpo de una de ellas, Fatma Uyar, activista del Congreso de las mujeres libres, ni siquiera es posible reconocer cuántos balazos recibió. Con Fatma el ensañamiento fue peor que con sus compañeras, de quienes sí se sabe: a Seve Demir, integrante del Parlamento por el Partido DBP, se le disparó once veces y a Pakize Nayýr, activista de la Asamblea del Pueblo de Silopi, cinco. Tras haber sido advertidas de que Karþýyaka, el barrio donde se encontraban, sería atacado por la policía –una práctica represiva habitual la de abrir fuego sobre la población civil– intentaron escapar, pero no lo consiguieron. Tampoco lograron ser asistidas por el servicio médico aunque lo pidieran por teléfono, porque se bloqueó el paso a las ambulancias. Los policías que las encontraron heridas, las torturaron y las destruyeron físicamente al punto de solo poder ser identificadas por sus cabellos. Pero estas tres activistas no fueron elegidas azarosamente entre los pobladores de Silopi para el despliegue del odio. Tanto el DBP, donde militaba Seve, como las asambleas populares que integraba Pakize, son fuerzas sociales del movimiento de autogobiernos en el Kurdistán turco, mientras que la agrupación de mujeres que integraba Fatma ha sido y es, central en el proceso de liberación de este pueblo.
Kurdistán cuenta con unas treinta millones de personas que habitan cuatro países: Irán, Irak, Siria y Turquía. Su impulso separatista surgió, en principio, de la necesidad de unirse en un estado independiente, pero posteriormente esta aspiración cambió. Por razones ideológicas, la noción de Estado derivó en otra más elevada y feminista: la construcción de un confederalismo basado en los principios de la democracia, la ecología y la liberación de género. Un sueño común que, dadas las circunstancias actuales en Turquía, no solo está muy lejos de cumplirse sino que incluso parece haber retrocedido bajo el influjo autoritario de Recep Tayyip Erdogan, el presidente que obtuvo la mayoría parlamentaria sospechada de fraude el pasado 7 de julio. La situación kurda desde entonces ha empeorado con las 54 declaraciones de estado de emergencia, la muerte de 260 civiles y el conflicto declarado que mantiene con Kurdistán el Estado Islámico. En palabras de Meral Çiçek, presidenta del Centro Kurdo para las Cuestiones de las Mujeres en Erbil: “Está claro que el EI recibe el apoyo de Turquía. Y el Estado Islámico libra una guerra sistemática contra las mujeres: para él, la única razón de ser de las mujeres es responder a las necesidades sexuales de los hombres. La visión del mundo que representa es completamente opuesta a lo que estamos intentando hacer en el Kurdistán. No es una lucha local sino un enfrentamiento entre dos formas de ver el mundo”.
Las mujeres kurdas han estado absolutamente presentes tanto en el escenario político como en la lucha armada de su pueblo desde hace más de un siglo. La piedra fundante de la presencia feminista en la vida política fue la pionera Sociedad para el Progreso de las Mujeres Kurdas que se fundó en Estambul en 1919 y desde 1978, con la formación del Partido de Trabajadores del Kurdistán, su rol protagónico ha crecido sustancialmente. En los últimos años estas activistas se han convertido en un ejemplo de autoorganización para la resistencia y la construcción del poder popular. Agrupaciones como las Unidades de Protección de las mujeres del Sur (YPJ- S) y la Unión de Jóvenes Patrióticas Revolucionarias (YDGK-H) se han puesto al hombro la asistencia sanitaria al pueblo kurdo y la autodefensa de las ciudades sitiadas. Tanto el Movimiento Nacional K como las fuerzas democráticas de izquierda asociadas a él han llevado adelante enérgicas políticas de lucha antipatriarcal. En la parte norte de Turquía, la legislación autorizó el retiro del sueldo de los hombres acusados de violencia de género para otorgárselo a sus víctimas. En más de cien municipalidades kurdas, la mitad de los puestos públicos fueron ocupados por mujeres y las ciudades gobernadas por un hombre y una mujer en carácter de “co-alcaldes”. Hoy nada de esto parece existir. Algunxs de estos alcaldes han sido despedidos, otrxs encarcelados al igual que 1285 personas integrantes del Partido Democrático del Pueblo; las instituciones públicas fueron destruidas, las fuerzas especiales turcas usaron las escuelas como bases militares y los techos de las casas fueron ocupados por franco tiradores. Los periodistas, por supuesto, han sido raudamente echados de los medios. Pero cuando a Erdoðan se le pregunta por el problema kurdo y todas sus implicancias, el hombre responde que se trata de un tema de terrorismo. El primero de enero, pocos días antes del triple crimen, se le formuló otra pregunta: si él pensaba que Turquía podía adoptar un sistema presidencial que al mismo tiempo mantuviera la estructura unitaria del país, a lo que parece haber respondido con mayor sinceridad: “Cuando miramos el mundo, vemos que es posible. Se puede ver esto si nos fijamos en la Alemania de Hitler y otros países”, dijo.
La masacre de Silopi sucedió apenas tres días antes de que se cumpliera un nuevo aniversario del asesinato en París de otras tres mujeres kurdas. Fue el 9 de enero de 2013, cuando las activistas separatistas Sakine Cansýz, Dogan Fidan y Leyla Saylemez, las tres exiliadas turcas, recibieron balazos en la cabeza y en la nuca dentro de una oficina de un centro cultural de la calle La Fayette. Pese a haber sido encontrado al ejecutor, la masacre sigue sin esclarecerse en el punto en que aun no sale a la luz la verdadera fuerza que la motorizó y por la que ni Francia ni Turquía parecen querer averiguar demasiado. No puede escapársenos que tanto aquellos crímenes como los tres recientes han sido perpetrados no solo contra el pueblo kurdo sino particularmente contra las mujeres empoderadas que representan un peligro muy tangible aun para un sistema como ese, brutal y represivo.
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