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Viernes, 5 de abril de 2002

ENTREVISTA

La que se fue para arriba

En 1989, Patricia Janiot estaba haciendo una buena carrera periodística en Bogotá. Pero un amor argentino la hizo buscar trabajo en Estados Unidos, y más tarde, ya casada, llegó a la CNN en Español, en la que hoy no sólo conduce el principal programa sino que también asesora a su presidente. Lejos de la imagen contenida que muestra en la pantalla –o mostraba, no porque ella no siga allí, sino porque algunas empresas de cable suspendieron por costos la señal–, Janiot cuenta su historia.

 Por Soledad Vallejos

Una voz que, casi con seguridad, no tiene al castellano como lengua materna dice que enseguida Patricia Janiot estará al teléfono. Deja el llamado en espera y, en lugar de musiquita de karaoke, se escucha la versión estadounidense de CNN. Hasta el momento, todo parece recordar la pretendida asepsia (informativa, visual) típica de la señal, y algún prejuicio espera que la entrevista sea similar. Patricia atiende el llamado, se disculpa por la demora, llama a la cronista por el nombre, definitivamente no habla en el tono neutro que usa para presentar noticias, y a medida que va contando cosas todo cierra. A fin de cuentas, es la misma mujer que, desde un foro de Internet organizado por la cadena televisiva paradigmática de la identidad norteamericana de los últimos años (la empresa para la que trabaja), repudió los bombardeos de la OTAN en Belgrado, y la política de bloqueo a Cuba.
A fines de 1989, el de Patricia Janiot era uno de los nombres más habituales de la televisión colombiana. Entre el noticiero, el programa de investigación (que había recibido un premio como el mejor de su género) y el programa cultural, la chica de Bucaramanga que había iniciado su carrera mediática en una radio estaba construyendo lo que ella llama “una carrera ascendente”. Ya se había graduado en periodismo y comunicación, también había estudiado radio y televisión, definitivamente estaba siendo reconocida. Y entonces algo cambió. Digamos que en algún momento se le cruzó un argentino por el camino, que ella no huyó despavorida al recordar la fama argentina en el exterior sencillamente porque ella misma es hija de argentinos, y que Miguel y ella terminaron enamorándose.
–Colombia estaba en plena guerra narcoterrorista. Miguel vivía en Los Angeles, así que tenía más sentido que yo me fuera para allá que él viniera acá –dice sin caer en que su “acá” de ahora es Atlanta, no Bogotá–. Empecé a ver qué trabajo podía conseguir yo allá, a hacer averiguaciones primero sobre televisaciones y después para estudiar ciencias políticas o algo, no quería irme con las manos vacías. Todo eso con tanta suerte que, cuando llegué, justo estaban en proceso de buscar una presentadora de noticiero para la comunidad hispana. Hice la prueba, regresé a mi país y a los dos días me llamaron. “Encontrar marido y trabajo en el mismo lugar... es para ti, ¡vete!”, me dijo mi mamá.
Hija obediente, una de las promesas del periodismo colombiano bajó del avión en Los Angeles con la sensación de haber sido soltada “en paracaídas en un terreno desconocido”. No se trataba sólo de vivir de un día para el otro en un idioma distinto, ni siquiera el cambio de ritmo. El shock inicial vino de un sitio más inesperado, aunque quizá más evidente.
–Yo venía de un país donde no pasaban ciertas cosas, como los casos de discriminación, o la problemática de los ilegales, esos temas hispanos que descubrí en Estados Unidos. Venía de un país donde la noticia de apertura, cada noche, era “una bomba explotó allí”, “un coche bomba allá”, el asesinato de un candidato presidencial. Venía de una cosa que era muy dramática, y en Los Angeles tenía que tratar informaciones que me parecían totalmente irrelevantes. Eso fue un poquito traumático.
–Además de esa diferencia, ¿encontraste otras importantes?
–El público era totalmente diferente al mío, el enfoque también era diferente, y el manejo de la información. En Colombia hay intereses de por medio, enormes limitaciones económicas, no hay tanta libertad para trabajar. Cuando yo todavía estaba allí, el narcoterrorismo te obligaba a censurarte a ti mismo para garantizar tu supervivencia.
–¿Tenés amigos periodistas en Colombia?
–Todos. Todos mis amigos son periodistas, algunos compañeros de la universidad que ahora están en medios, y otros de medios en donde trabajé. Tengo contacto permanente, y viajo muy seguido por cuestiones personales o por trabajo, noticias para cubrir sobran. Me fui del país, pero todavía tengo un pie allá. Es triste, en el sentido de que cuando tú vas a Colombia y encuentras un país tan dinámico, tan pujante, tan moderno en muchas cosas... Si no tuviera los problemas que tiene, sería una potencia. Pero es que hay un potencial de problemas que no se ha podido solucionar. Cada vez que voy, siento que mientras no haya seguridad, más lejano es mi regreso. Yo soy madre de dos hijos, no quiero exponerlos a situaciones de riesgo.
Dos años de haber presentado noticias locales para la comunidad hispana le habían servido para llegar a ciertas conclusiones: a) No había manera de que ella se identificara pura y exclusivamente con las noticias locales de la comunidad; b) trabajar en esa cadena había sido un excelente entrenamiento para probar suerte en otra señal norteamericana. Alguien le pasó el dato, ella mandó un video, un currículum, hizo una prueba de cámara, una prueba de redacción y seis meses después escuchó que en CNN le decían sí, en adelante trabajará usted para nosotros, instálese en Atlanta, por favor.
–Sentí que había agarrado el sol con las manos. Era un salto profesional enorme, y era hacer realidad mi sueño de que me vieran en Colombia y trabajando para una compañía americana. Era trabajar con las grandes ligas. En ese momento, me permitía estar un poquito más relajada, ya llevaba dos años en ese país y tenía más experiencia. Me identificaba más con el contenido de la información, porque era la más importante de cada país, eran temas nacionales y de relevancia, no noticias locales. No te diría que el ingreso fue traumático, pero hay muchas cosas que digerir de la manera en que trabajan. Cuando ingresas, te entregan un manual de ética, un reglamento, te zambullen en esa filosofía, que es parte de una política diaria. Y eso se asume todos los días hasta que te sientes cómoda, y sabes los códigos y los estándares. Es una cuestión de dejar pasar el tiempo.
–¿Tenías ideas previas sobre CNN?
–No. Yo me di cuenta de la magnitud del paso que estaba dando cuando, en mi primer viaje, vine a hacer una prueba de cámara y entré al edificio. En ese momento, entrando al edificio, te das cuenta de la importancia y del poder de la empresa. Yo no imaginaba nada demasiado específico, sólo un gran conglomerado de medios (aunque en ese momento no era lo que es ahora), una empresa muy sólida a nivel periodístico, pero no los detalles. Yo no estaba acostumbrada a tanta planificación, a no improvisar nada.
Algo debe haber aprendido, a algo se debe haber acostumbrado desde 1992, porque una cosa es haber ingresado como presentadora del noticiero internacional, y otra muy distinta ser presentadora principal y asesora del presidente de CNN en Español. Eso, en criollo, se llama trabajar duro y obtener, a cambio, poder. En el camino, Patricia fue viendo cómo se le abrían las puertas a reportajes y entrevistas dificilísimas con la sola mención de su canal, “da prioridad, credibilidad, el prestigio” que setraduce en un gran respeto cuando cualquiera de ellos viaja o hace “grandes eventos”. Una de las posibilidades, por ejemplo, que permite ser parte de una gran cadena es tener el tiempo y el presupuesto para ciertas investigaciones, como fue, el año pasado, el “Informe Montesinos”, que develaba parte del funcionamiento de la red de corrupción fraguada por Vladimiro Montesinos durante el gobierno de Fujimori. En esa investigación, “tuvimos tiempo para hacerlo, pudimos trabajar en tres, cuatro países simultáneamente y tuvo repercusión en Perú, Colombia, Venezuela. De eso se trata, de hacer ruido, de traer conciencia de lo oscuro de este personaje. Claro que es el único que cometió la estupidez de grabarse en video, debe haber unos cuántos de los que no nos vamos a enterar”.
–¿Recordás especialmente alguna entrevista?
–La de Pinochet, que hice años antes que pasara lo de Londres. Fue tan difícil conseguirla que tuve mucho tiempo para prepararme, me fui muy bien documentada. Después de haberla hecho, fue un buen bochinche, se armó quilombo, como dicen en Argentina, porque nos amenazaron en la oficina local. Hubo quejas de la derecha, y también de la izquierda, lo que nos dio la talla de que algo habíamos logrado. Pero fíjate que, a la vez, la entrevista con Pinochet fue una de mis grandes desilusiones. Yo me puse nerviosa antes de empezar, después no. Uno espera encontrar este general con vozarrón, algo que inspire autoridad, y era un abuelo, con voz muy aguda que en nada relacionas con este gran dictador en lo que son términos de imagen. Y como buen militar, responde todo lo que uno le pregunta. La entrevista fue muy jugosa, porque declaraciones de él provocaron demandas de organismos de derechos humanos en su contra. Fue una gran satisfacción. El no medía sus palabras. Y después vino todo el proceso, llamó el jefe de prensa a ver qué podíamos sacar, cómo manejar el material, todo un proceso muy desgastante. Pero nosotros no entramos en esas negociaciones, no es nuestra autoridad. Eso también pasa mucho cuando entrevistamos a personajes y jefes de Estado, siempre alguien después te llama.
–¿A partir del 11 de septiembre cambiaron muchas cosas?
–Absolutamente. Ahora hay más obsesión con el papel de los medios, hay menos acceso a la información oficial, y también los medios han accedido a autorregularse en términos de acceder a peticiones del Gobierno. Lo bueno es que se hace públicamente, no tras bambalinas ni entretelones. Se hace públicamente y es noticia. Por eso surge el tema de si hacer un buen periodismo o promover el patriotismo. Esa es la gran pregunta cuando trabajas en Estados Unidos y el país entra en guerra.
Por algún motivo prefiere no comentarlo, no ser ella quien saque el tema, pero además de su labor profesional, además de su maternidad (que la llevó a solicitar, y obtener, un cambio de horario de trabajo que le permita estar con sus niños) y su matrimonio, Patricia preside Colombianitos, una fundación que ayuda a niños que han perdido partes de su cuerpo por la acción de las minas terrestres, que intenta reconstruir una función social en poblaciones tan pobres que ni siquiera pueden creer que tal función exista. Todo eso también fue parte de las consecuencias de los atentados en Nueva York.
–Al día siguiente de los atentados estuve en Manhattan, y el shock fue tan grande que llegué a cuestionarme la profesión misma. Me preguntaba qué sentido tenía ser un medio de transmisión de tragedias siempre. Tú prendes el noticiero y te enteras de lo malo del mundo. En esa ocasión, el shock nervioso es horrible, hubo periodistas que lloraron en cámara, no yo, pero te juro que algo así te toca. Tuve que tener ayuda psicológica. No estamos preparados para ver algo de estas dimensiones. Después de todo eso, esta fundación me ha dado la respuesta que buscaba: la posibilidad de afectar positivamente, efectivamente, a alguien. Para mí, además, es una lección de que uno siempre encuentra tiempo para hacer en su vida, porque cuando me llamaron yo dije “no tengo tiempo, soy esposa, madre y empleada de tiempo completo, no puedo”. Pero insistieron y me convencieron enseguida. Yo te diría que no te niegues la posibilidad de sentir la satisfacción de que uno hace algo por alguien que lo necesita, de devolverle a la vida algo si eres afortunada. Es dejar huella.

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