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Viernes, 25 de marzo de 2005

ENTREVISTA

la colada

Aunque se ganó el lugar en el noticiero del mediodía de Canal 13, hay un tono disonante –y saludable– en los comentarios de Liliana Hendel. Al punto de que muchas veces, sobre todo cuando habla de aborto, educación sexual u otros temas ríspidos para la moral media, parece que estuviera colada en una señal tan masiva.

 Por Sonia Santoro

Viste un trajecito amarillo patito cercano a la formalidad. Sus pies, sin embargo, la delatan: lleva unos suecos tricolor –rojo, negro y blanco–, altísimos e hipermodernos, de Ricky Sarcany. Lo que deschavan los zapatos no es su gusto por la moda precisamente, aunque exista, sino el placer por moverse al borde de los límites establecidos, hasta que llegue el día de pasar al otro lado; como lo hizo cuando cerró el consultorio de psicoanálisis en el que había trabajado durante 20 años para probar suerte en la tele, ámbito cuestionado por los psicólogos si los hay. Algo de toda esa efervescencia se intuye detrás del traje de especialista en temas de mujeres que calza en el noticiero del mediodía del 13. Con su cara de chica prolija, suele decir algunas cosas que rozan lo políticamente incorrecto. Y supo instalar temas en la agenda de los canales abiertos que antes estaban vedados –llámese violaciones, mujeres golpeadas o abortos–, a pesar de que los productores la tildaran de “espanta rating”.
Liliana Hendel puede posar para las fotos como una experta, a sabiendas de que le gustan los flashes. “Siempre supe que quería tener una vida que se notara”, dice durante la entrevista, mientras hace tintinear sus pulseras y revolea las piernas para un lado y otro, al ritmo de carcajadas cómplices. Porque si algo ha sobrevivido en esta psicóloga devenida periodista fue su sentido del humor.
Nació en Parque Centenario, en el seno de una familia de clase media judía. Papá comerciante y mamá ama de casa no sabían qué hacer con la adolescente rebelde que despuntó apenas pudo. Hija mayor seguida por dos hermanos varones, se autodefine empedernida mala alumna. “Yo no era una nena problema, pero para mi mamá y las maestras sí porque era inquieta, porque hacía planteos que eran extraños para esa época, entonces, me amonestaban todo el tiempo. Y no era una alumna disciplinada. Esa cosa de hacer los deberes me hinchaba”, dice ahora, desde su lugar de psicóloga y mamá de tres hijos que andan por los veintipico. Probablemente, sus padres esperaban de ella que se casara y tuviera hijos, pero eso poco le importó a la interesada. Las libertades que no le daban se las tomaba: no la dejaban maquillarse y le robaba lapicitos a su mamá para hacerlo a escondidas o, como tenía prohibido salir, mentía descaradamente para lograrlo.–Pensar que era un tema cuándo una se ponía las medias largas, que en esa época todavía había ligas. Esto venía a reemplazar los zoquetes o las medias tres cuartos, lo cual te daba condición de señorita.
–Era como el pantalón largo de los varones.
–Claro. Yo me las empecé a poner sin que ellos supieran. Salía de casa, bajaba las escaleras, me sacaba las medias aunque fuera invierno porque me daba vergüenza usar esos zoquetes horribles y, cuando volvía, me los ponía de nuevo y subía.


Hendel llegó a Psicología después de dudar un tiempo si seguir su pasión por Perry Mason, aquel abogado justiciero de la serie televisiva.
Y fue durante 20 años una psicoanalista freudiana no muy ortodoxa, siempre con la especialidad de pensar a la mujer.
–¿Por qué?
–Porque antes de terminar mi carrera me formé con Mirta Videla en el tema de embarazo y parto y empecé a trabajar no bien me recibí en psicoprofilaxis obstétrica, en la preparación para el embarazo, parto y puerperio. Tuvimos durante muchos tiempo un instituto que se llamó Nacer. Lo que yo percibía en aquel momento era cómo se manejaba el imaginario del parir de la mujer no sólo en los hospitales sino también en el ámbito privado y la fuerte diferencia que había entre un espacio y otro: por un lado, el auge del parto natural, a oscuras, sin anestesia y, por el otro, en el hospital te decían “dale pujá, que bien te gustó cuando lo hiciste”.
Y tuve un período antes de tener mis mellizos, corto por suerte, en el que no quedaba embarazada. Entonces, volviendo a como empecé con los temas de mujeres, me parece que tenía que ver con mi propia vida, con preguntarme qué pasaba si no quedaba embarazada, quién era yo, esta mujer, de esta familia que esperaba de mí que me casara y tuviera hijos.
–¿Cómo te fue siendo primeriza
de mellizos?
–Fue maravilloso. Primero, porque yo pertenecía y pertenezco a una clase favorecida en este país, una clase media que podía tener servicio en casa. Igual me acuerdo de que no había pañales descartables y, parece una tontería, pero no sabés cómo se enredaban los hijos de los chiripá. Hubo un momento en que existió una empresa, La Pañalera, que se llevaba la bolsa con todos los pañales y te los traía limpios. Después hubo un problema con el mercurio con que los lavaba, hubo chicos intoxicados y cerró. Así que lo que parecía como una solución maravillosa, olvídalo...
Sin embargo, lo recuerdo bien, siempre me tomé las cosas con mucho humor y soy tranquila. Por ejemplo, el tema del desorden a mí no me molesta, lo cual es maravilloso cuando tenés chicos chiquitos.


Su primera incursión televisiva fue de entrevistada en carácter de “ama de casa que trabaja” en el programa Buenas tardes, mucho gusto. Luego hizo columnas sobre embarazo y parto en ese programa. También estuvo en Utilísima y escribió para la revista Ser Padres Hoy.
Hace siete años que llegó al noticiero del Canal 13. Condujo su propio programa en TN, La noticia en casa, durante cuatro años. Y pronto tuvo la sensación de que quería limitarse al ámbito de la psicología, que empezaba a hacer periodismo y a preguntar no desde el lugar del que sabe la respuesta sino del que va a ver cómo es.
–¿Cómo fue tu desembarco en el 13?
–Buscaban a un Socolinsky y me probaron: me mandaron al frente con Santo, que jamás te dice qué te va a preguntar antes de salir al aire...
–O sea que tenías la cuota de adrenalina necesaria.
–El tema era menopausia y Santo me dijo la palabra, porque si hay una palabra que aborrezco y que se utiliza cada vez que se habla de las mujeres es “contener”. Así que cuando me dijo al aire: “Es un período enla vida que la mujer necesita contención”, yo le debo haber saltado a la yugular y le dije: “Contener es una palabra que deberíamos erradicar” y él se quedó... Mucho tiempo después me enteré de que ésa había sido la llave de mi estadía porque a él le tienen miedo. A Carlos D’Elía, el productor general, le encantó que no le tuviera miedo. Y Santo, que es un hombre inteligentísimo y excelente compañero de trabajo, lejos de enojarse quedó encantado por la confrontación; lo mismo la gente.
–¡Qué cambio, del consultorio a hacer tele en vivo!
–Fue fuerte el cambio. Fue un período en que me volví a casar y cambié de profesión. Cerré el consultorio porque sentí que volvía a apasionarme como lo había hecho al inicio de mi carrera como psicoanalista. Además, esto implicaba que te llamaban y tenías que salir y que una nota puede durar 10 minutos o 10 horas, entonces no podía comprometerme con pacientes.
Me di cuenta de que había terminado un ciclo puertas adentro y empezaba un ciclo puertas afuera.
–¿Qué análisis hacés del modo en que la televisión trata a las mujeres?
–Yo no termino de saber si no se puede hacer un programa con un concepto más feminista porque de verdad no vende. Eso era lo que a mí me decían cuando yo empecé en el noticiero y fijate cómo se instaló en la agenda y yo como periodista. La tele de los programas televisivos para la mujer me parece deplorable.
–¿Y cómo te llevás con la exposición mediática?
–Salimos y Silvia Martínez Cassina (conductora del noticiero) está desesperada por sacarse todo, yo en cambio sigo maquillada todo el día y a la noche me retoco. Si no fuera una periodista seria, sería Susana Giménez bajando por la escalera con las boas así y moviendo las patitas -.dice entre risas y a todo gesto.
–¿Tenés el sueño típico de ser vedette?
–Claro, no me dan ni la altura ni el culo (risas), ni me sometería a todas esas intervenciones, pero me encantaría, aunque sea ser Rafaela Carrá...
A mí me parece una cosa absurda de esta sociedad que Lilita Carrió esté cuestionada porque va a Punta del Este a veranear. Yo me reivindico setentista y psicobolche, creo en un mundo mejor y más justo y eso no significa que me tenga que ir a vivir a un departamento de un ambiente en La Matanza. A mí no me genera contradicción como tampoco ser seductora y vestirme bien, volver a enamorarme y a casarme y servir la ensalada a la noche.


Conoció a su actual pareja en una cita a ciegas, pergeñada por una amiga que pareció vislumbrar en ellos el amor porque compartían algunos temas, como yoga, Deepak Chopra y meditación. Al año estaban viviendo juntos, pero con unas cuantas diferencias que en su primer matrimonio.
–Ser feminista en esta relación sirve para establecer un contrato distinto. No vivo de una manera y pienso de otra, realmente llevo a la práctica mi pensarme autónoma, autosuficiente...
–¿Antes te costaba?
–Sí, primero porque dependía económicamente. Segundo, porque había un esquema de lo familiar donde la situación era más difícil para mí. Me parece que una tiene más claro el contrato de reciprocidad, que mi carrera es tan importante como la de él, que somos dos personas autónomas que nos acompañamos. Yo no quiero que me contenga, no quiero que sea un padre protector, quiero que sea el hombre con el cual yo elijo estar. Me parece que algo de eso se debía transmitir en las peleas con Santo que a la gente le gustaba tanto: esa cosa del hombre y la mujer que pueden discutir y que pueden llevarse bien y plantear su punto de vista, que no es el del clásico sometimiento de acompañante de los varones que conducen el noticiero. Eso también empezó a cambiar...
–Antes era siempre la chica linda.
–Claro y las opiniones políticas, por lo menos en Canal 13, corrían por cuenta del varón. Era así, Santo bajaba línea y Silvia nada. Ahora está cambiando. Ya nadie se sorprende de que una mujer en un noticiero opine y no hace tanto que no era así.
–A esta altura, ¿lograste que tu vida se notara como soñabas?
–Sí, creo que lo estoy logrando. Creo que pude cambiar la presencia de ciertos temas en un ámbito como un noticiero del mediodía en un canal abierto, que no es poca cosa. Me parece que ya hablar de la feminista no es eso que veíamos históricamente, justamente porque cuando una puede decir libremente sí soy feminista, soy judía, soy petisa, soy divorciada, en la misma línea de definición, empezás a incorporar un esquema distinto y, en ese sentido, sí creo que algo voy dejando.
Una mujer se acercó a hablarme en un congreso y me dijo que después de escuchar mi programa había decidido que no iba a permitir que su marido le siguiera pegando. Me contó que hacía siete meses que se había separado y estaba sosteniendo la separación. Y me preguntó si yo tenía conciencia del poder de llegada... Con eso ya estoy hecha.
Por otro lado, veo que las productoras de los noticieros están lejos de cualquier conciencia de género, nos queda mucho por recorrer; la violencia está instalada.

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