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Viernes, 13 de septiembre de 2002

SOCIEDAD

La pelea SALADITA

Despidos sorpresivos de empleadas contratadas en PepsiCo pusieron en marcha un movimiento en defensa de sus puestos, pero además dejaron al descubierto las condiciones de trabajo de la Argentinaflexibilizada: muchas de ellas tienen problemas cervicales y flebológicos, producto, en algunos casos, de permanecer dieciséis horas paradas.

 Por Sandra Chaher

En mayo de este año, un tercio de los trabajadores de PepsiCo Snacks fue despedido. Ciento treinta y seis mujeres quedaron casi masivamente en la calle: los despidos habían empezado el 11 de enero y en cuatro meses la empresa se desprendió del total de empleadas contratadas. En febrero además habían suspendido a un delegado –una medida ilegal, ya que los delegados tienen fueros sindicales– y el 12 de julio dieron, hasta el momento, la última estocada: seis empleados efectivos, tres mujeres y tres hombres, se enteraron de que prescindían de sus servicios por “bajo desempeño laboral”. Dos de esas mujeres eran esposas de delegados y habían tenido un rol importante en la lucha por la reincorporación de las contratadas.
PepsiCo es la empresa de la multinacional Pepsi Cola que se dedida a la fabricación de productos alimenticios: papas fritas, triangulitos saborizados, los snacks que nutren las picadas hogareñas. Hasta el despido de las contratadas en enero, la empresa había utilizado la herramienta de reducción de personal en forma mínima y con un objetivo ejemplificador. Después del corralito, la inminente devaluación y previsible caída de ventas (semanas atrás el diario Clarín publicó que los snacks eran uno de los consumos que más habían caído desde diciembre del 2001: 42%), la empresa decidió desprenderse de todas las empleadas contratadas, un tercio del total de más de 500 empleados de la fábrica. El criterio ya no era ejemplificador, había que reducir drásticamente los gastos en un mercado achicado. La industria alimenticia es, en términos generales, dominio de mujeres. En PepsiCo, el 75% son empleadas, entre efectivas y contratadas, aunque los delegados que las representan sean varones, y sean los hombres los que se llevan los mejores sueldos y los puestos menos insalubres. Con el despido masivo, la empresa se desprendió de un grupo de mujeres que se contrataban de palabra por seis meses para “picos de producción”. Cumplido el término venía el recambio, excepto con las más hábiles manualmente, que seguían en la empresa sin que se renovara siquiera el compromiso verbal.
El 11 de enero a la noche, cuando Marcela C. (no quiere que se divulgue su nombre por temor a no encontrar un nuevo trabajo) llegó a la planta de Florida, Vicente López, para reintegrarse después de unos días de estar enferma, se encontró con sus compañeras contratadas de los turnos mañana y tarde avisándole que estaban despedidas, que el personal de seguridad las había sacado por la fuerza de la fábrica esa mañana. La primera tanda fue de 52 mujeres. Con ellas empezó la lucha de los obreros de PepsiCo Snacks Argentina que hoy tiene el apoyo de asambleas barriales, el Concejo Deliberante de Vicente López, la Comisión de Trabajo de la Cámara de Diputados, partidos políticos, parlamentarios y la Secretaría Regional de la Unión Internacional de Trabajadores de la Alimentación (UITA).
Esas primeras 52 mujeres instalaron una carpa frente a la planta que se mantuvo 18 días. “No pudimos sostenerla más porque la mayoría de las mujeres tenían que ocuparse de los hijos. Muy pocos maridos las acompañaron, la mayoría no estaba de acuerdo con lo que hacíamos y nivenían. Y los familiares tampoco las ayudaban cuidándoles a los chicos.” Claudia C. tiene 27 años y no tiene hijos. Vive con su familia en Ingeniero Maschwitz. En este momento están todos desocupados, viviendo del subsidio de desempleo de una de las hermanas y de algo de dinero que pasa el ex marido de la madre. Claudia se vino hasta San Martín, a la casa de Leandro Norniella, el delegado suspendido (aunque mes a mes la empresa sigue pagándole su sueldo, como si hiciera falta ese gesto para evidenciar que lo que molestaba era su presencia en la planta y no los 500 pesos que cobra por mes), para dar su testimonio como ex contratada. Alrededor de la mesa del comedor hay también otra mujer, una de las despedidas el 12 de julio, tampoco quiere que se sepa su nombre, pero sí su historia. Pongamos que se llama Alicia R. “Cuando fueron los despidos de las primeras 52, el 80% apoyamos su reclamo. Pero después la empresa empezó a apretar. Los primeros días de la carpa se fijaban quién se acercaba, quién estaba con ella y trajeron a un escribano que tomó el nombre de los que participábamos en las asambleas. Yo ya estaba mal vista. Había entrado hacía 5 años a la empresa y como en un momento dieron la posibilidad de estudiar, yo pedí ese derecho y tuvieron que darme el turno fijo de la mañana. Eso los perjudicaba, para ellos era mucho mejor que todos estuviéramos en el régimen de turnos rotativos. Pero además, después de estar un año en empaque empecé con problemas cervicales porque estaba ocho horas parada, y me mandaron a procesos, donde las tareas son más livianas y estás sentada. Pero durante un año estuve con problemas cervicales: se me contracturaba la espalda y el cuello. En el departamento médico me daban Alplax, Valium, inyecciones de Oxa B12, y me dieron 20 sesiones de kinesiología. Y entonces me di cuenta de que no era la única a la que le pasaba, y empecé a hablar por abajo con algunas compañeras para que nos concientizáramos. Teníamos la experiencia de una chica que había tenido no sólo problemas como los míos sino várices, que también es bastante común por el tiempo que estás parada, y la empresa no le reconoció ninguna de las dos cosas. Pero la mayoría de las mujeres que trabajan ahí son solas, con hijos, muchas tienen a los maridos desempleados, y esto hace que los problemas de salud sean secundarios. Concientizarlas es un trabajo de hormigas.” Alicia tiene 33 años y dos hijas, pero su pareja la apoya en la lucha. Ella rechazó el despido y la indemnización que ofreció la empresa. Dice que después de lo de la carpa, y de la persecución que sufrieron los que la apoyaron, estuvo muy mal, nerviosa y depresiva, y que hay muchos compañeros que están como ella. “Reina el terror en la planta –agrega Claudia–. Por ahí vas a llevarles volantes y los que antes te hablaban ahora ni te miran.” “Es que nadie espera que les pase, pero todos saben que los pueden despedir, que esto no terminó acá”, interviene Leonardo.
El 11 de enero, los seis delegados de la comisión interna elegida en mayo del 2001 tuvieron una actitud inicial de apoyo a las compañeras. Enseguida se dividieron: tres con los empleados y tres con el sindicato. El Sindicato de Trabajadores de la Industria de la Alimentación –liderado por el secretario general de la CGT, Rodolfo Daer– reconocía a las contratadas como personal efectivo pero no quería tener un conflicto por ellas; su compromiso fue conseguirles una buena indemnización y pelear para que no hubiera más contratos de ese tipo, pero no apoyarían la lucha por la reincorporación. Leonardo se la pasaba en la carpa, su figura creció y la exposición le costó una zancadilla que terminó en suspensión en febrero. Durante enero y febrero se hicieron asambleas dentro de la fábrica. Ya no. La “práctica antisindical” llegó hasta la violación de un cuarto donde los delegados guardaban sus cosas, hoy ya no hay más espacio para la actividad gremial dentro de la planta, ni asambleas ni boletines. La comisión interna votada en el 2001 resultó combativa en exceso para la tolerancia de PepsiCo. Hasta entonces, los delegados habían sido mássumisos, pero Leonardo adjudica la elección de él y sus compañeros al hartazgo de los obreros de los abusos de la empresa.
Varios temas eran conflictivos. Hasta no hace mucho los efectivos hacían cuatro turnos divididos en dos grupos: uno de lunes a jueves, y otro de viernes a domingos. Cada grupo trabajaba diez horas, unos de día y otros de noche. De esta forma, la empresa no pagaba horas extras, pero durante años hubo compañeros que no estuvieron en su casa ningún fin de semana. Después implementaron los turnos rotativos de los que hablaba Alicia, pero a las contratadas no se les permitía hacer horas extras a menos que aceptaran un nuevo turno entero completo, con lo cual a veces estaban 16 horas paradas, además de que cobraban menos que los efectivos.
Pero lo más grave era la salud, y las más perjudicadas las mujeres. Leonardo dice que una de las razones por las que quiso ser delegado era porque no soportaba la injusticia contra sus compañeras. “En la industria alimentaria, después de 4 años, las mujeres empiezan con problemas de várices, de espalda y cintura.” No sólo es perverso el régimen laboral, que hace que las mujeres tengan la mayoría de puestos donde hay que estar paradas o, si están en procesos, les pueden pasar cosas como quemarse las manos al tener que separar con guantes de látex papas fritas recién salidas de la freidora o, si quieren sentarse, tener que hacerlo en sillas de metal que con la temperatura de la sección suelen estar hirviendo. El refinamiento de la perversión está en el sistema de atención médica. Los empleados tienen su obra social –Obra Social del Personal de la Industria Alimenticia (Ospia)– pero antes de consultar a un especialista de cartilla tienen que pasar por el departamento médico que funciona en la planta. “Esto ellos te lo aclaran desde el primer día que entrás a la empresa –dice Alicia–. Y ahí te atiende una enfermera, sólo si hay una urgencia aparece el médico.” “En realidad si vos vas a la obra social y no al departamento médico no te dicen nada, pero se armó una relación viciosa porque en el departamento médico te dan medicamentos aunque sean para alguien de tu familia, y entonces quedás como debiéndoles un favor”, especifica Leonardo. Por miedo o por soborno, la mayoría va al departamento médico y no a la obra social, y la salud queda bajo control patronal. “Todos los años nos hacen una revisación médica –cuenta Alicia-. La mayoría de las chicas, y muchos hombres, tienen problemas en la espalda, pero los hombres, como son operadores no tienen que estar parados todo el tiempo, y además los dejan quedarse más tiempo en el comedor; a nosotras, en cambio, las supervisoras nos van a sacar hasta de los baños si hace falta. En ese examen nos hacen un electro, audiometría, análisis de sangre, placa de tórax, y para revisarte las várices te dicen que te bajes los pantalones, pero donde se focalizan los derrames es en los tobillos, y ahí no miran. El mismo médico, este año, le dijo a una compañera ‘y sí, ahí van a terminar haciéndolas mierda’.”
Alicia pensaba presentarse como candidata a delegada en las elecciones del 2003. ¿Cómo se entiende que en una empresa donde los derechos más vulnerados son los de las mujeres, y ellas son mayoría, las representen sólo hombres? “Es que hay mucho sometimiento –dice ella, tranquila por momentos, ansiosa en otros, escapándosele por el pecho la angustia contenida–. Es difícil que nosotras, con los hijos y todos los problemas que tenemos, seamos conscientes de nuestros derechos. A mí me habían ofrecido presentarme el año pasado, pero por razones económicas yo no estaba afiliada al sindicato. Igual, no nos quedamos quietas, estuvimos con las compañeras en la lucha y el 8 de marzo sacamos un boletín sobre la mujer que tuvo mucha repercusión entre las compañeras.”
El 24 de julio los trabajadores y delegados en lucha convocaron a un acto en las puertas de la empresa donde hubo más de 500 personas y se consolidó esta unión que se viene dando en manifestaciones y actos: ocupados en lucha, desocupados y asambleístas de distintos barrios yempresas. También hubo legisladores, partidos políticos, piqueteros, el Ceprodh y las Madres Línea Fundadora. Leonardo está a full enviando mails, yendo a la planta a repartir volantes y pensando las próximas estrategias. “Porque los despidos no terminaron acá.”

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