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Viernes, 13 de septiembre de 2002

TALK SHOW

La loca de amor

 Por Moira Soto

Si “un clásico nunca termina de decir lo que tiene que decir” (Italo Calvino), Hamlet, a más de cuatro siglos de haber sido escrito por el coloso W.S., podría ser considerado el rey de los clásicos, aunque en la obra este “dandy epigramático” (Borges) no pasó de príncipe dudante cuya venganza le cierra el ascenso al trono (los muertos no suelen gobernar). Favorito desde siempre de la escena, pero también del cine, en los últimos años el interés por esta pieza teatral ha reverdecido en el mundo, a través de numerosas puestas y películas, de incontables ensayos. Si nos atenemos al cine, amén del platinado Laurence Olivier de 1948, de las versiones dirigidas por Grigori Kozintev (1964), Tony Richardson (1969), del Hamlet Goes Business (1987) de Aki Kaurismaki, entre otras adaptaciones, a partir de los ‘90 cabe citar (para defenestrarlo) el Hamlet de Zeffirelli con el inoperante Mel Gibson (a su lado, en cambio, sobresalieron Glenn Close y Helena Bonham-Carter, respectivamente Gertrudis y Ofelia), la aparatosa y epidérmica versión del ya –por suerte– desinflado Kenneth Branagh (en la que brillaron Julie Christie y Kate Winslet) y la curiosa mudanza al Manhattan contemporáneo conducida por Michael de Almereyda en Ser o no ser (2000), leal, con lógicas reducciones, al original, protagonizada por un juvenil Ethan Hawke lidiando con la estupenda Diane Venora (qué mamita) y persiguiéndose con la siempre manipulada Ofelia de Julia Stiles.
La estimulante versión de Hamlet que acaba de estrenarse en el BAC (Suipacha 1333, con funciones los jueves –a $ 8– viernes y sábados –a $ 10–, a las 20.30), dirigida por Pico Jiménez Zapiola, instala a Hamlet en los años ‘60, pero sólo por medio del impecable vestuario y los exactos peinados de sus personajes, puesto que el texto, con algunos cortes, respeta fielmente el original (la obra se ofrece en inglés, con subtítulos). Entre los aspectos más atractivos de esta relectura hay que señalar el tono de franca comedia al que se recurre para poner de manifiesto que el príncipe se hace pasar astutamente por loquito, aunque no por eso abandona sus famosos soliloquios, formulados con la necesaria gravedad, especialmente aquel en que discurre sobre el suicidio y que la sutil actuación de James Murray pone de inquietante –y actualísimo– relieve.
Pero hablemos de una vez de las mujeres, que a fin de cuentas es la meta indisimulada de esta columna, y que en Hamlet se expresan sólo a través de dos personajes apasionantes: la ambigua, secreta (“no da pistas, simplemente actúa”, dijo de ella Julie Christie), conflictuada reina, y la tierna, desorientada Ofelia. Esta adolescente huérfana de madre, hija del primer ministro chupamedias del poder de turno, sermoneada y piloteada por los varones de la familia que logran desquiciarla –con la eficaz colaboración de Hamlet– supo inspirar en el victoriano siglo XIX bellos cuadros (en la ilustración, el clásico de John Everett Millais) de los prerrafaelistas que se lanzaron a exaltar la fragilidad, la pasividad, el “impulso sacrificial” (al decir de Bram Dijstra, en su estudio Idolos deperversidad) de las damas jóvenes en general. Desde luego, la escena preferida es la de Ofelia coronada de juncos y flores flotando en el agua, pintada con descaradas tendencias necrófilas.
Bien distinta es la chica de pollera a cuadros y chatitas que interpreta con mucho acierto Soledad Galarse en el BAC. En esta ocasión, Ofelia, si bien sujeta a mandatos de padre y hermano, acentúa un perfil menos victimizado de lo habitual: queda clarísimo que descree de que su adorado hermano practique las normas que le impone a ella, se nota que se angustia cuando es usada como anzuelo para testear la locura del príncipe y, sobre todo, se evidencia en esta notable puesta la triste paradoja de que, siendo el príncipe el que se hace el chiflado, finalmente la que de verdad enloquece –reprimida, tironeada, frustrada, rechazada– es Ofelia, la chica a la que le encantaban los boleros que le escribía Hamlet en el primer acto: “Duda de que se mueve el sol... pero no dudes de mi amor... te amo en extremo, hasta el último extremo”. Eran otras épocas, lejos del agua, en que el príncipe, en esta nueva versión, entonaba no sin ironía la canción “Get Happy” (Sé feliz, olvida los problemas...).

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