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Viernes, 1 de noviembre de 2002

CURIOSIDADES

LA CIENCIA DEL KIMONO

Alicia Takinami se inició hace quince años en el estudio del kimono: las escuelas especializadas de Japón dedican cursos de una década a instruir a sus alumnas en el arte de los estampados, los códigos y los usos de esa prenda única a la que le es indiferente el volumen corporal de una mujer. Hay una sola manera correcta de doblar un kimono: un signo de que sólo puede llevarlo puesto aquella que conozca su tradición.

 Por Soledad Vallejos

"Okeko” quiere decir “hacer kimono”, y es la expresión japonesa para encerrar en pocos sonidos los saberes que atraviesan todas las prácticas rituales de la tradición. “El kimono, como el ikebana, es una disciplina, es algo espiritual”, afirma Alicia Takinami a casi quince años de haberse iniciado en esos códigos para cuya enseñanza las escuelas especializadas de Japón dedican cursos de diez años y currículas que van desde la ceremonia del té hasta el sumi-e (dibujo al carbón). Impulsora de la Sodo Kimono Gakuin, el correlato porteño de esas instituciones educativas de Japón, Alicia vigila atentamente los pliegues de uno de los kimonos de seda impecable que este fin de semana podrán verse en el Haru Matsuri, el festival de primavera que tomará por asalto las tardes del Jardín Japonés para celebrar el día de la cultura japonesa. “Hay una única manera de doblarlo. Cuando se pliega mal, la marca queda para siempre”, dice, y sonríe al encontrarlo perfectamente acorde a los siglos de historia que se condensan en esa prenda insospechadamente luminosa, capaz de develar status, estado civil, edad y estación del año.
Dice la prehistoria del kimono (literalmente, “cosa de vestir”) que todo comenzó hacia el 710, cuando el período Nara sintetizó las tendencias de los períodos Jomon, Yamato y Asuka. Fue entonces cuando la combinación de casaca y pantalón o pollera dejó paso a una nueva técnica de corte que permitía obtener, mediante trazos exclusivamente rectos, todas las piezas de un vestido sin importar tallas o formas corporales. De los períodos siguientes (el Kamakura, de 1192 a 1338, y el Muromachi, de 1338 a 1573), el actual kimono fue perfeccionando las combinaciones de colores que se volverían tradicionales, incorporando códigos de acuerdo con clanes de guerreros o linajes familiares. En la etapa siguiente (el período Edo, de 1603 a 1868), mientras los samurais iban dejando paso a las burguesías comerciales y los dominios feudales entraban en decadencia, los kimonos comenzaron a agregar a su utilidad para la vida cotidiana uno de los valores que conserva hoy día: el de prenda única, valiosa y heredable de generación en generación, en vistas de una confección primorosa que, en definitiva, se había tornado símbolo de status.
Codificado y omnipresente en las grandes ceremonias públicas y privadas, “el kimono tiene reglas y las tenés que cumplir” desde los primeros años de vida, como sucede con el Sichi-Go-San (“siete-cinco-tres”), el festival que, un día de noviembre, puebla las calles de padres que pasean a sus niñas y niños de siete, tres y cinco años, vestidos con pequeños kimonos. Aún más iniciáticos y de tremenda fuerza colectiva, sin embargo, resultan los 16 de enero: todas las muchachas y los chicos de 20 años celebran su ingreso en la edad adulta tomando la ciudad ellos en haori y hakama (las capas y los kimonos masculinos decorados con escudos familiares), y ellas con furisode, los kimonos exclusivos para muchachas casaderas. Y es que, a diferencia de la sobriedad impuesta en los utilizados por las mujeres casadas (tomesode), el de las solteras señala la edad y el estado civil mediante colores más vistosos, un escote más cerrado (en realidad, un cuello que deja la nuca menos expuesta, puesto que la belleza de la mujer,en el mundo oriental, reside en la nuca), y unas mangas extremadamente largas, capaces de llegar a la altura de los tobillos. “Así como en Occidente se usó el de los abanicos, hubo un lenguaje de las mangas de los kimonos”, en el cual la respuesta más alentadora para un festejante no era otra que un vivo aleteo de las mangas, magistralmente sintetizado en su nombre: “furi”, mover, y “sode”, manga.
Sencillo como se lo ve, cualquier kimono demanda, por lo menos, una hora de atención exclusiva, a tal punto que es preciso contar con ayuda para enfundarse en uno, desde la nagajubam, una enagua de algodón (originalmente, un kimono blanco y más sencillo que el exterior) que oficia de combinación hasta el cuello blanco inmaculado que va sobre ella (el eri). Sobre eso, y tras maniobrar con una serie de cordoncitos que sujetan el eri y adaptan la enagua al cuerpo, se lleva el kimono propiamente dicho, vigilando cuidadosamente que el cruce del escote sea de izquierda hacia derecha (“yo he visto personas que lo cruzan al revés, y no queda bien, porque de derecha a izquierda se hacen los cruces en una persona fallecida”) y quede perfectamente cerrado. De todo el conjunto, tal vez sea el obi (el cinturón) el detalle más elaborado y admirado: totalmente blanco (o con detalles plateados o rojos) para los kimonos de las novias, admite una variedad de fantasías, labrados y bordados en solteras y casadas, aunque las últimas no puedan vestirlo tan alto como las casaderas. Y es que esa suerte de faja es la que remata en los moños (para las solteras) o los “otaiko” (habitualmente, el nudo que semeja un paquetito, y que no es otra cosa que, nuevamente, la sencillez de las casadas) que coronan el vestido en la espalda.
La riqueza de las sedas, bordadas o estampadas con grullas (símbolo de la felicidad) y bambús (la longevidad), de rojos vivaces (el augurio de la felicidad) o blancos impolutos (predominantes en los kimonos nupciales, que simbolizan del inicio de un viaje), sin embargo, no son aptos para todas las ocasiones. “En casamientos de seres queridos, o alguna ceremonia igualmente importante en la que acompañás sin ser protagonista, tiene que ser negro, y tener el cuello impecablemente blanco, como mucho con algún detalle plateado.”
“A pesar de ser una disciplina tan rígida, o tal vez por eso mismo, el kimono muestra lo que sos realmente, deja ver tu personalidad, igual que pasa con la ropa occidental”, aunque actualmente el kimono tradicional se haya apartado de la vida cotidiana y haya quedado reservado a grandes ocasiones y encuentros especiales. Porque, modernización obliga, ahora las tiendas especializadas en cortes de tela y kimonos de Japón ya no ofrecen exclusivamente prendas de seda pura, cosidas a mano y teñidas de manera artesanal, que sólo admitían procesos de lavado especiales (y por partes, para lo que había que descoser pieza a pieza): para algo, claro, llegaron las sedas sintéticas que se llevan de maravillas con el lavarropas.

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