Viernes, 8 de enero de 2010 | Hoy
PERFILES
Hace 40 años –cuando aún no existía la ley de divorcio, la patria potestad la ejercía el padre y la palabra aborto apenas se susurraba– un grupo heterogéneo de mujeres fundó la Unión Feminista Argentina, a la que se sumó prontamente la entonces adolescente Hilda Rais, quien participó en múltiples actividades dentro del naciente movimiento, y paralelamente desarrolló una carrera literaria escribiendo varios libros colectivos, dictando originales talleres y, sobre todo, produciendo tres volúmenes de acrisolada, admirable poesía. El último, Ensayo y serenata, acaba de aparecer.
Por Moira Soto
A la legua se le nota que preferiría no hacerlo. Que la idea de ser entrevistada para una nota periodística la descompagina un poco, como si la inquietara no estar a la altura de la situación... “Te aviso que no sé hablar sobre mi poesía”, le había dicho al pasar a la cronista en la amable función de estreno de Ensayo y serenata, su último libro presentado en NoAvestruz, entre amigas y amigos de verdad, con arrebatada introducción de Angélica Gorodischer, algunos poemas de ahora y de antes interpretados estupendamente por María Inés Aldaburu.
Hilda Rais, la mujer que se demora en llegar a la entrevista, aparece con un vinito bajo el poncho –un decir que se contradice con el calor reinante–, sin duda para darse ánimos y avenirse a la conversación que la tendrá de protagonista. De merecidísima protagonista, tanto por su condición de feminista de la primera hora (de continuada militancia en el tiempo) como por su alta calidad de poeta.
Hilda Rais tuvo casi adolescente su despertar feminista, en 1970, cuando se integró a las filas de la UFA, donde actuó entre 1970 y 1976; también participó del grupo Política Sexual (1973-1974) y en los ‘80 formó parte del Frente de Lucha por la Mujer, fue miembro de la Comisión pro Reforma de la Ley de Patria Potestad y socia fundadora de Lugar de Mujer. Entre 1999 y 2007, desplegó mucha actividad en Sudestada, asociación de escritoras de Buenos Aires. Paralelamente, Rais dictó singulares talleres de escritura para mujeres que nunca habían escrito, asimismo para aflojarles la mano a abogadas, psicólogas, sociólogas “que escriben tan mal”. Como ensayista, entre otros artículos, dio a conocer en 1984 un trabajo que marca una fecha por destapar una temática hasta ese entonces silenciada: “Lesbianismo, apuntes para una discusión feminista”. Como poeta, H. R. ha publicado: Indicios (La Campana, 1984, premiado), Belvedere (Libro de Tierra Firme, 1990) y, muy recientemente, Ensayo y serenata. Con otras escritoras y siempre con neto enfoque feminista, escribió Diario colectivo (La Campana, 1982), Salirse de madre (Croquiñol, 1990), Locas por la cocina (Biblos, 1998). En este último texto, bajo el insinuante seudónimo de Calderita Barcarola, se permite un poema humorístico sobre el aborto en que, luego de establecer una serie de disparidades culinarias (“escama no es pescado...”), cierra así: “El semen no es un enano,/ el óvulo no es doncella,/ cigoto no es vida bella, / embrión no es ser humano”.
“A través de una amiga conocí a Leonor Calvera, supe que se había constituido la UFA, fundada por María Luisa Bemberg y Gabriela Cristeller”, empieza a confiarse Hilda Rais. “Empecé a averiguar de qué se trataba y fui a una reunión en diciembre del ‘70. Gabriela había formado previamente un grupo de reflexión sobre la sexualidad –para parejas heterosexuales, obviamente–. En realidad, era una condesa italiana que había tomado contacto con el feminismo en su país. María Luisa lo había hecho a través del feminismo norteamericano.”
–Creo que debe ser éste el único país del mundo donde las fundadoras de una organización feminista tienen ese origen... UFA disponía de un local muy grande gracias a la familia de la condesa. Así fue que entré en un grupo de concientización y de pronto me encontré sentada entre desconocidas que debían contar cosas personales, de la vida privada. Fue un shock. Se proponía un tema y todas empezaban con la misma frase: “Bueno lo mío es muy particular”. Y luego de escucharnos entre nosotras, encontrábamos los puntos en común, algo muy impactante. Para mí, la experiencia de estos grupos fue realmente importante. Comprendí en carne propia aquello de que lo personal es político. Siempre había una coordinadora que marcaba el tiempo, no te podías exceder. Tenías que aprender a escuchar a las demás, que no eran tus mejores amigas: eran otras mujeres. Y después, no te quedaba otra que salir de la conmoción, porque era imposible no involucrarse emocionalmente. Salir para poder pensar, sacar conclusiones, anotarlas...
–Había un temario que creo que había traído María Luisa de las norteamericanas: relación con la madre, con el padre, con los hijos, con el dinero, con el jefe en el trabajo, la primera menstruación... Con el tiempo se fueron agregando otras cuestiones de nuestra propia vida cotidiana. La función de coordinar era rotativa y había que entrenarse, aunque era la parte que menos nos gustaba. Estos grupos te servían mucho para la vida y la comunicación entre mujeres, te sentías con una responsabilidad respecto de las demás.
–Teníamos poquísimo material al alcance. Algunos libros que habían traído de afuera Gabriela, María Luisa. Algunos textos muy fuertes como Carla Lonzi: Escupamos sobre Hegel, Rivolte Femminile También Betty Friedan. Hacíamos fotocopias de muchos artículos.
–Esa UFA duró hasta el ‘73. Primero dejamos de tener el lugar de encuentro. Entonces, las reuniones se hacían en distintas casas, hasta que se produjo la ruptura. En esos primeros años, éramos la mayoría mujeres de clase media, casi no había universitarias o profesionales. Empezaron a ingresar militantes de izquierda con otras problemáticas –capitalismo, lucha de clases– que agitaron el ambiente, aunque no explícitamente. También aparecieron pequeñas miserias: si bien se podían comentar y comunicar las conclusiones, las historias personales no podían salir del grupo. En algunos casos, ese secreto se vulneraba, circulaba el chisme. El lesbianismo no se verbalizaba. Las lesbianas decían, decíamos: “Bueno, cuando me enamoré de una persona...”. Hay que reconocer que estábamos en otra época y vivíamos con el temor de espantar a la gente, de que se malinterpretaran nuestras propuestas. El rótulo de feminismo igual lesbianismo tenía un peso negativo tremendo en ese entonces. Cada una se animaba a lo que podía. En fin, el estallido se produjo por una serie de razones. Se discutió mucho sobre si sólo debían tratarse temas específicos de la mujer, o si se ampliaba el compromiso y se consideraba todo lo que pasaba en materia política en nuestro país, en América latina. Renunciaron Leonor Calvera, Alicia D’Amico... María Luisa Bemberg ya se había ido para dedicarse al cine. Gabriela Cristeller tampoco estaba. Quedamos Mabel Maio, Marta Míguelez, Sara Torres, Inés Hercovich, María Mellino... Decidimos sentarnos a reflexionar, a estudiar, y luego irnos abriendo. La actividad pública que hacíamos era, por ejemplo, volantear para el Día de la Madre por calles y plazas.
–Había algunos con unos dibujos muy graciosos que aludían a las múltiples tareas de la mujer en la casa, con los niños, los electrodomésticos. El lema era: Madre, reina o esclava, nunca una persona. En el ‘74, cuando López Rega mediante salió el decreto de prohibición de anticonceptivos, nos lanzamos no sólo a volantear, también a estar en la calle Florida hablando con la gente sobre el tema. En el ‘75, en el Año de Igualdad, Desarrollo y Paz, se armó una coordinadora para organizar los eventos, con mujeres de los partidos políticos, feministas. Ya existía el MLF (Movimiento de Liberación Feminista), creado por María Elena Oddone. María Luisa Bemberg se había hecho bastante conocida por el guión de Crónica de una señora, de 1971, y en 1975 hizo el de Triángulo de cuatro, las dos películas protagonizadas por Graciela Borges. Entonces, cuando había que ir a un medio y se necesita a alguien presentable, que supiera expresarse, ¿quién cumplía estos requisitos? María Luisa, claro, que resultaba inatacable, la trataban con mucho respeto. En cambio, María Elena era muy guerrera, muy agresiva con los entrevistadores.
–Eso nos preguntábamos en la segunda etapa de UFA. Nos juntamos, tuvimos una larguísima charla. Quedó claro que María Elena quería ser la directora, la presidenta, la líder. Ella era verticalista, mientras que nosotras estábamos en la horizontalidad, sin jerarquías. Algunas del MLF se vinieron a UFA, empezamos a trabajar con los chicos del FLH (Frente de Liberación Homosexual) que había arrancado porco antes. Nos conectamos porque ellos estudiaban el feminismo y formamos el grupo Política Sexual, inspirándonos en Kate Millett. Ahí estaba Néstor Perlongher, de formación marxista, de una lucidez enorme. Entonces nos juntamos los chicos del FLH, que eran muy jóvenes, y algunas feministas de UFA, María Elena y un varón hétero español, demógrafo.
–Descubrir cómo mirar el mundo, la vida en general, mi vida en particular, de otra manera. Se me abrió la cabeza. Yo no tenía el registro de que hubiera una injusticia tan grande en relación con las mujeres. Se me iluminó todo de golpe. Fue tan fuerte que me pasé de rosca, me fanaticé. A donde iba, una fiesta, una reunión, bajaba línea. Veía la opresión de las mujeres no sólo en la vida, también en el cine, en la literatura. Yo había militado en la izquierda desde los 15 y de pronto me encontraba con que nos atacaba la izquierda porque nos consideraba pequeñoburguesas, mientras que la derecha nos tomaba por subversivas terroristas: las notas que salían en El Caudillo eran terribles.
–Por supuesto que había una serie de cosas que considerábamos que era necesario modificar, pero no las hacíamos públicas. Nuestro programa incluía el aborto legal y gratuito, el divorcio, la patria potestad indistinta... En esa primera etapa no nos vinculamos con ningún partido político que pudiera tomar esas banderas y defenderlas.
–A mediados de los ‘70, Marta Míguelez, que se estaba formando como directora teatral, quiso estudiar con Alberto Ure. Ella había estado leyendo a Paulo Freire y pensó que se podía hacer teatro feminista sobre la base del teatro del oprimido. Ure le respondió algo así como “¿Tenés feministas? Entonces hagamos una cosa: traémelas y trabajamos mientras vos aprendés dirección”. Y ahí fuimos un montón alegremente a laburar con Ure, a desangrarnos bastante. Ure era de una curiosidad, de una pasión increíbles. Nos provocaba continuamente situaciones de violencia, a nosotras que veníamos con el discurso de que las mujeres no somos agresivas, mucho menos las feministas que tenemos ideales, creemos en el respeto, la horizontalidad. Ure nos largaba: “Bueno, ¿así que les interesa el tema del aborto?”. Y a continuación armaba una escena, nos mandaba: “Vos estás para abortar y tenés que pelearte con el médico. Vos sos el médico. Vos sos el policía...” Nos obligaba a sacar una violencia que creíamos no tener representando distintos personajes. Estuvimos varios meses trabajando con él, fue muy revulsivo. La mayoría no pudo soportarlo, quizás porque no éramos actrices profesionales. No estábamos preparadas para ese baile, teníamos la ilusión de hacer un teatro feminista claro, didáctico, eficaz... Y él nos metió en zonas oscuras, perturbadoras. Dejamos a Ure y seguimos por nuestra cuenta.
–Sí, en UFA ya había mujeres que venían del PST, del trotskismo, con mucho compromiso político. Entonces, ocurrió el golpe. Poco tiempo después, cuando aún nos seguíamos reuniendo, nos llegó a través de María Luisa Bemberg que se había enterado a través de sus contactos de que los milicos nos habían catalogado como un grupo de ultraizquierda. En ese momento, una probable condena a muerte. Ya habían empezado las desapariciones, sabíamos de gente que pasaba a la clandestinidad. En consecuencia, disolvimos UFA de común acuerdo, quedamos como feministas sueltas que nos juntábamos cada tanto, leíamos. En esas reuniones estuvo un poco el origen del Diario colectivo, que se publicó más tarde. Lo escribimos entre el ‘80 y el ‘82, a partir de la idea de Inés Cano que tenía el libro de Shulamith Firestone.
–Veíamos que se empezaban a producir algunos cambios. Por ejemplo, en algunos diarios y revistas que reflejaban las movidas y los logros del movimiento feminista, siempre considerando que acá estaba todo muy verde. En los tempranos ‘70, fuimos con María Luisa Bemberg a una entrevista para la revista del diario Clarín, que nunca se publicó. Imaginate: María Luisa tenía cuatro hijas, y en el reportaje se le ocurrió contar que cuando había quedado embarazada por quinta vez, “sentí que tenía un cáncer en el útero y aborté”... Años más tarde, cuando escribíamos Diario colectivo, recurrimos al asesoramiento legal para asegurarnos de que uno de los textos, una experiencia de aborto, que es la mía, no constituía apología del delito. De todos modos, creo que algo se empezó a abrir en el ‘79, nosotras retomamos las actividades públicas, comenzamos la campaña de la patria potestad, que era el tema menos irritativo. En el ‘79 apareció el CEM, Centro de Estudios de la Mujer. Un día llegó Inés Cano a una reunión toda alborotada: “¡No saben lo que pasó! Estuve en una jornada de psicólogas que trataron el tema de la mujer”. “¿Psicólogas?”, dijimos casi a coro. Es que casi las considerábamos en la vereda de enfrente. Inés prosiguió: “Y adivinen quién estaba: Eva Giberti”. “¿Y cómo está?”, quisimos saber. “Muy bien, tiene un pensamiento claramente feminista”.
–Ahí se pronunciaron muchas celebridades, actrices, actores, animadores. Todo comenzó con el caso de una madre soltera de Mendoza, una mujer a la que echaron del Poder Judicial por estar embarazada sin haberse casado. Ahí empezamos a hacer ruido, con el respaldo de gente famosa. Ya llegaban de afuera algunas películas de inspiración feminista, como Lo mejor de Juan, que devorábamos ansiosamente. Comenzaron los encuentros feministas en Latinoamérica. Cuando abrió Lugar de Mujer en el ‘83, estaban volviendo muchas mujeres políticas que se habían hecho feministas en el exilio.
–Empezamos a trabajar durante el ‘83 con la idea de abrir una casa, tratábamos de ver la forma de financiar el proyecto, invitamos a otras mujeres para cambiar ideas. Calculamos: si cada una pone 100 dólares –de aquel entonces– podemos alquilar un departamento barato y realizar todas algún trabajo gratuito en esta casa abierta, que se podía autoabastecer con las cuotas de las socias. Y lo hicimos. De pronto, en una reunión caían veinte mujeres que no sabían nada de feminismo, muy interesadas en participar. Las psicólogas, las abogadas comenzaron a acercarse al feminismo. Eran tiempos de esperanza por la recuperación de la democracia. Hubo una confluencia entre las que nos habíamos mantenido unidas, trabajando un poco en secreto, y muchas otras mujeres que estaban dispuestas a participar, sumadas a las que volvían del exilio. Lo conseguimos. Desarrollamos una actividad que ahora me sorprende a mí misma. Armamos un colectivo organizado. Había atención legal, talleres de autoayuda, un espacio de arte, un barcito en el fondo, se debatía mucho. En Buenos Aires, fue el primer sitio donde funcionaron grupos de autoayuda para mujeres golpeadas. Tiempo después, claro, empezaron las financiaciones, los proyectos esponsoreados, la cosa del quiosquito... Dejó de ser el lugar de resistencia, de creatividad, de trabajo desinteresado. Pero ciertamente en Lugar de Mujer surgieron los primeros grupos de lesbianas, ATEM tenía su espacio...
–Mirá, el primer día de democracia, cuando se abrió la Cámara de Diputados, los primeros proyectos que entraron allí fueron los presentados por las abogadas de Lugar de Mujer: Patria Potestad Indistinta e Igualdad de los Hijos ante la Ley (matrimoniales y extramatrimoniales). Ahora te sigo respondiendo a una pregunta tuya anterior: al producirse esta apertura con Lugar, al multiplicarse las feministas, al sumarse tantas mujeres, nos dimos cuenta de que lo que había hecho en los ‘70 había cumplido una función corrosiva: ir infiltrando el ideario feminista. Creo que las feministas de los ‘70 fuimos responsables de bastantes cambios culturales: por ejemplo, que a partir de los ‘80 muchos varones empezaran a pensar que ser machista, proclamarse machista, era malo. En los `70 era impensable una legisladora que se manifestara feminista. Yo me siento contenta y orgullosa. Por supuesto que en los ‘80, a partir del regreso de la democracia, hubo muchas expresiones periodísticas con distintos grados de inspiración feminista, desde el suplemento de Tiempo Argentino y el periódico Alfonsina a las revistas femeninas como Claudia, el programa de radio Ciudadanas a alguna producción televisiva.
Ensayo y serenata es el sugerente título del libro de poesía que Hilda Rais acaba de alumbrar. Intentar algo sin estar segura del resultado, probar, acaso verificar: es decir, ensayar. En música, esa arte tan cercana a la poesía, la serenata es un pequeño concierto que se le brinda a alguien al aire libre, mientras cae el sereno, el rocío nocturno. Una pieza instrumental de varios movimientos tocada preferentemente por los vientos, que naturalmente hay que ensayar... “Un ensayo es provocar la eternidad (...)/ Cultivar la renuencia/ clavarse los puñales/ repudiar pruebas de fertilidad/ enfermarse/ no tener ganas”, dice bellamente H. R. en su primer poema. Más adelante: “Voy a barajar y dar de nuevo, sí,/ pero no hay mesa ni piso ni escritorio/ no tengo dónde nuestras cartas descifrar/ ni tengo cartas”. Y acercándose al final: “Las horas han dado sereno/ sueñan los salvajes, duermen los unitarios”.
Dice Hilda Rais que aprendió a leer de muy chica y por propia iniciativa: “Todavía tengo el recuerdo remoto del orgullo de mi viejo cuando yo en la playa con un palito escribía mi nombre sobre la arena y la gente se paraba admirada: “Ay, tan chiquita!”. Me encantaba escribir las composiciones en el colegio. Luego, en el secundario, cuando me daban una consigna para escribir, la devolución de la profesora solía ser: “No corresponde al tema. Es que frente al estímulo, me disparaba para otro lado”.
–Ojalá hubieran sido pajaritos, es hermosa esa figura... Me regalaron un diario a los 12 y ahí empecé a anotar mis pensamientos profundos de tristeza, soledad. A continuación, pasé a los cuadernos, donde escribía todo lo que se me pasaba por la cabeza. Textos breves que ahora se llamarían prosa poética. En la adolescencia leía a los surrealistas franceses. Recién a los veintipico me di cuenta de que me vendría bien un taller. Fui a la SADE, primero a narrativa, pero vi que toda la gente escribía cuentos, no era lo que tenía en carpeta. Me pasé a poesía, que coordinaba Elizabeth Azcona Cronwell, y me quedé ahí un semestre. Después seguí yendo a un taller en su casa, tenía maravillosos compañeros. Ahí supe que yo escribía poesía, la experiencias fue fantástica. Me puse más rigurosa, empecé a pulir más los textos, a escuchar otras opiniones. Pero a mis libros de poesía los trabajé siempre sola, salvo algunas consultas. Al revés de los libros con feministas, que tienen ese carácter colectivo.
–Muy al principio, antes de entrar al taller de Elizabeth, yo leía a Alejandra Pizarnik. Y en ese entonces, pensé: ¿para qué voy a escribir yo si esta mujer ya dijo todo lo que yo quisiera decir, y lo hizo de manera tan genial? Estaba deslumbrada ante tanta maravilla. Y seguí escribiendo. Ya en el taller, cuando Elizabeth me marcaba influencias, yo le decía que tenía coincidencias, que algunas de esas cosas las había escrito antes de leer a Alejandra. Con el tiempo fui entendiendo y aceptando el tema de las influencias, que en mí son múltiples. Y seguí escribiendo, dejando mis cosas en remojo... Lo que me parece más interesante de lo que voy guardando es lo que no entiendo del todo. O quizás al día siguiente descubro que hay un verso, dos versos y me los reservo, por ahí los cuelgo en otro lado porque esas líneas me disparan otras cosas.
– Lo terminé a fines de 2007 porque me puse como plazo un concurso, me concentré tres meses en los papeles. No la pasé bien, ver todo junto me daba una angustia tremenda porque no son muy alegres mis textos. Pero pude salir y ponerme a corregir cada poema horas y días, en silencio y soledad. Deseché un montón, me pregunté si ahí había un libro, organicé el material, lo dividí en sectores y en un momento le puse punto final. Por supuesto que aparecieron muchos interrogantes: ¿por qué quiero comunicar esto que escribí? Si sufro y me cuesta tanto preparar un libro es porque tengo una expectativa de felicidad: poder compartir el fruto de este trabajo.
–Si yo no tuviera este sentido del humor, no estaría viva. Como te dije, no sé teorizar sobre mi poesía, pero algo tengo claro: no escribo sobre nada de lo que pueda hablar. Porque si puedo hablar de algo, no lo escribo. Lo que está escrito en mis otros libros de poesía, sólo esta ahí, expresado de esa manera, con ese tono, con ese ritmo, con ese espacio. Sólo de ese modo. Es como si se tratara de otro lenguaje, en el que aparecen mi ironía, el habla popular, las canciones, los boleros que por ahí dejo caer.
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