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Viernes, 28 de marzo de 2003

“No se puede ser virgen y madre a la vez”

Frances Kissling es norteamericana, y preside la entidad internacional Católicas por el Derecho a Decidir, una agrupación que defiende fervorosamente los derechos sexuales y reproductivos femeninos. Según ella, la asociación entre Estado e Iglesia es la madre de toda la discriminación contra las mujeres.

Por Sonia Santoro

La mujer lleva un saco de gabardina rojo, un pantalón blanco y zapatos cómodos. Todo muy simple. Una manera un poco cómica, define ella, de mostrarle a la Iglesia que no hace falta vestirse con esos pesados hábitos negros, las batas rojas de terciopelo y los adornos de oro para tener poder. Frances Kissling preside Catholic for a Free Choice (CFFC), una organización de origen estadounidense que trabaja en la promoción de la igualdad de género y la salud reproductiva. “El rojo es un color fuerte que te permite decir no tengo miedo como ser humano, no tengo miedo de que me vean”, dice. Y define así sus más de 30 años de militancia, en los que se ha convertido en una de las críticas más despiadadas del Vaticano. Treinta años que, paradójicamente, no han sido suficientes para debilitar su devoción católica.
Kissling vino a Buenos Aires por siete días a dar un seminario de formación interna para las representantes de Católicas por el Derecho a Decidir (CDD) de toda América latina, unas 15 mujeres. Esa agitada semana culminó el 17 de marzo con la charla abierta al público, “Salud reproductiva: la tradición católica feminista”, que dio en la Sala Julio Cortázar del Complejo La Plaza. Kissling, feminista de la primera ola, insistió en que la palabra feminista apareciera en ese título.
Esa misma tarde, en un hotel del barrio del Abasto, rodeada de un grupo de mujeres de CDD de la Argentina, habló con Las/12. A las dos de la tarde todavía no había comido. Lo hizo durante la entrevista, presumiblemente, por dos razones: no tiene tiempo para perder y cuesta creer que algo le provoque más pasión que hablar de su trabajo.
–¿Qué opina de la Ley de Salud Reproductiva argentina?
–Yo creo que es una ley muy modesta. Que las mujeres argentinas tengan que luchar tanto para conseguir un conjunto tan chiquito de derechos realmente es increíble. Deberían las mujeres tener el poder para poder tomar todas las decisiones relacionadas con la reproducción por sí mismas. Que en el siglo XXI estén luchando por tener acceso a los métodos anticonceptivos y por la posibilidad de usar la planificación familiar, realmente, es sorprendente.
La Ley 25673 de Salud Reproductiva fue aprobada el 30 de octubre de 2002, después de años de demora en los que más de un proyecto perdió estado parlamentario. La ley crea el programa de salud sexual y procreación responsable para dar información y anticonceptivos a la población. A pesar de la modestia, la Iglesia argentina pidió la exclusión del DIU y la píldora del día después como métodos anticonceptivos por considerarlos abortivos; y que se haga explícita la necesidad del consentimiento de los padres en los casos de personas menores de edad para recibir información y anticonceptivos. Y la Asociación Mujeres por la Vida de Córdoba presentó una acción de amparo contra la aplicación de la ley, que en estos días se resolvió en su contra: la Justicia, finalmente, autorizó a la puesta en marcha del Programa en abril. Aunque todavía laorganización puede apelar y, en ese caso, el destino de la ley quedaría en manos de la Corte Suprema.
Kissling preside Catholic for Free Choice desde 1982. Se trata de una organización internacional con sede en Washington que se inscribe dentro de la tradición social del catolicismo. Está formada por un consejo asesor, encargado entre otras cosas de designar a su presidente, y unos 10 mil militantes católicos estadounidenses que ponen dinero para mantenerla.
–¿Qué problemas ha tenido por enfrentarse a la Iglesia durante su activismo?
–Fui a la cárcel por una manifestación enfrente de la Embajada del Vaticano, pero durante dos horas, eso no es nada grave en comparación con lo que otra gente tuvo que pasar para que se haga justicia... El Vaticano no habla bien de mí, pero, ¿a quién le importa? Yo tampoco digo cosas buenas de ellos. No fui excomulgada, tengo los derechos a ir a misa, soy miembro pleno de la Iglesia. Se pueden enojar mucho, pero no hay nada que puedan hacer.
CFFC empezó a expandirse a otros países siguiendo el camino abierto por el papa Juan Pablo II en sus viajes por el mundo. “El Papa es profundamente conservador –dice Kissling–, así que nosotros vimos la necesidad de ir detrás de él para contrarrestar ese discurso extremo contra los anticonceptivos, la esterilización y el aborto.”
En 1987 se creó, en Uruguay, la primera oficina regional de Católicas por el Derecho a Decidir (CDD) de América latina. Hoy hay grupos afiliados en la Argentina, Chile, Bolivia, Brasil y México, independientes de Washington, que intentan conformar una red latinoamericana.
CDD de la Argentina está en Buenos Aires y en Córdoba. La Ley de Salud Reproductiva, la despenalización del aborto, el uso de preservativos para evitar el contagio del sida, la lucha por un Estado laico, el abuso sexual de los sacerdotes, son algunos de los temas en los que ha trabajado desde su fundación en 1996. No recibe subvención de la CFFC, si no es para casos puntuales como la revista Conciencia, con la que llegan a unas 6500 mujeres –que lideran algún proyecto sobre género– en toda Latinoamérica.
No es la primera vez que Kissling pisa Buenos Aires. En otro de esos viajes estuvo en un programa del conductor Fernando Bravo. Esa noche, mientras cenaba en un restaurante, un muchacho se le acercó y le dijo que, después de ver el programa, su madre le contó que se había hecho un aborto y que por eso había dejado de ir a la iglesia.
“La Iglesia –dice Kissling– culpabiliza a las mujeres y las aleja. La mayor parte del mundo limita el acceso al aborto legal, y cuando es ilegal, a la que se castiga es a la mujer. En Estados Unidos, si una niña queda embarazada la expulsan de la escuela, pero no al varón... Si le permiten seguir estudiando, no le dejan asistir a la ceremonia de graduación porque tiene vientre y el obispo no puede estar ante la presencia de su sexualidad. Antes, las mujeres después de menstruar no podían entrar a la iglesia, debían purificarse. El mensaje de la Iglesia es que la sexualidad de la mujer es sucia. La Iglesia insiste en que debemos enseñar la abstinencia en la escuela, en la adolescencia. Yo digo que primero enseñen abstinencia en los seminarios.”
En enero del 2002 se dio a conocer que 70 curas de Boston, EE.UU., fueron acusados de abuso sexual. Las denuncias se repitieron en todo el país: 216 sacerdotes fueron suspendidos, aunque unos 330 fueron acusados por abusos. El 13 de diciembre, el Papa aceptó la renuncia del arzobispo de Boston, cardenal Bernard Law, a quien le había rechazado la dimisión en abril, por haber protegido durante años a sacerdotes que abusaron sexualmente de niños y adolescentes. Law era el cardenal más influyente de Estados Unidos. Fue el escándalo más grande en la historia de la Iglesia Católica norteamericana.
–¿Le sorprendió esta noticia? ¿Qué ha hecho CFFC?
–Nos sorprendió por tantos casos, pero en cierta forma creo que hay una razón. Esta es una Iglesia que tiene un sacerdocio muy de elite, todos hombres, que no están casados, que no tienen hijos y con todo el poder, un poder absoluto corrupto. Entonces, la Iglesia de muchas maneras es una institución corrupta. Abusa de las mujeres, de sus empleados, ¿por qué no de los niños? Y se salen con las suyas. Nadie los arresta, los jueces no les dan sentencia. Hace dos años, el escándalo era el abuso de monjas por parte de sacerdotes en Africa. Curas que tradicionalmente habían recurrido a prostitutas se dieron cuenta de que eran peligrosas por el sida, entonces violaban a las monjas porque eran célibes y no corrían riesgos. Las hermanas necesitaban permisos del sacerdote para estudiar fuera del país o para recibir el dinero de donaciones. Hubo una incidencia muy grande de sida entre religiosas y un alto índice de embarazo. Fueron expulsadas de sus órdenes, envueltas en desgracia y marginadas. El Vaticano dijo: “Esto no es nada, es un grupo pequeño de sacerdotes”, y les echó la culpa, de manera racista, a los africanos. Ahora, cuando conocimos los casos de sacerdotes abusadores en Estados Unidos, iniciamos nuestra propia investigación y encontramos 5 mil casos de violaciones a menores, do-cu-men-ta-das, en todo el mundo. En México, hay muchos abusos de los Legionarios de Cristo del padre Maciel, que muchas veces se sienta a la derecha del Papa. ¿Cómo puede ser que en Boston un sacerdote abusó durante 15 años de más de cien chicos? Es que los sacerdotes y obispos se protegen entre sí.
–¿Cómo se puede cambiar?
–Organizando a la gente católica. Es igual que cuando uno trata de cambiar cualquier otra injusticia. ¿Cómo se cambia un gobierno corrupto?
–No lo sabemos.
–Uno tiene que ser político, tiene que usar el poder. Otra cosa de la Iglesia es que le gusta trabajar en secreto. Y otra manera de cambiar todo esto es dando a conocer estos casos de abuso.
–En la Argentina hubo dos escándalos sexuales en la Iglesia: el ex arzobispo de Santa Fe, monseñor Edgardo Storni, fue acusado de abuso sexual contra seminaristas; y el sacerdote Julio César Grassi, de abuso deshonesto contra chicos de la Fundación Felices los Niños. Después de eso, la Iglesia denunció una campaña en su contra.
–Siempre dicen eso. Cuando me preguntás cómo reacciona el Vaticano ante nosotras, nos dicen lo mismo. Nos dicen: “Toda esta gente quiere destruir a la Iglesia, son mujeres infelices, insatisfechas”.
–¿Se puede hacer un paralelismo entre curas y patrones –pienso en el caso Simón Hoyos en Salta– abusadores de niños y mujeres?
–Absolutamente. Ambos creen que las personas, las mujeres y los niños, son de su propiedad; que no somos personas completas, que no somos sujetos. Y así pasa lo que pasa... En la Iglesia está la mitología de la virgen madre, una mujer que es la vez virgen y madre. Y ninguna mujer puede ser esas dos cosas a la vez. Si estos hombres, que están en una sociedad en que se relacionan únicamente con otros hombres, la visión que tienen de la mujer está distorsionada. La única mujer de la que tienen una visión buena está realmente distorsionada. Por eso el trabajo que nosotras hacemos no es un trabajo sobre el aborto, tiene que ver con los derechos de las mujeres para que sean reconocidas como adultas por la sociedad, que sean comprendidas como sujetos de su propia vida y no como objetos de la vida. La Iglesia como institución no sabe cómo relacionarse con las mujeres como personas adultas. Y lo mismo ocurre con los chicos.
Kissling nació en Nueva York hace 60 años y se crió en una familia muy católica. A los 19 entró a un convento, pero al año dejó sin haber tomado los votos. “Me di cuenta de que no era para mí”, dice. Entonces, entró a la universidad: estudió Letras y Economía política. Empezó a tener una militancia social y feminista. Participó activamente en el movimiento porlos derechos de las mujeres desde 1970. En 1973, ante la resistencia de la Iglesia a la legalización el aborto en Estados Unidos, tres mujeres salieron a decir que ésa no era la opinión de la mayoría de las católicas y formaron CFFC. Desde entonces, Kissling se volcó a luchar por los derechos de las mujeres a dirigir su sexualidad y a planificar su reproducción. Ese ha sido hasta hoy su voto de fe: aunque no haya sido su plan, es soltera y no tiene hijos.
Blanquísima, con un pelo rubio que cae llovido sobre sus hombros, lleva un par de anteojos y una risa dispuesta que la muestran como un cordero manso. Pero esa primera impresión se esfuma en cuanto se la escucha hablar y se la ve moverse. “Es como una topadora”, la define una de sus colaboradoras. Con esa energía ha tenido una actuación destacada en distintos movimientos nacionales e internacionales que luchan por mejorar el status de las mujeres en la Iglesia Católica y en la sociedad. Fue fundadora del Global Fund for Women, de la International Network of Feminist Interested in Reproductive Health and Ethics (IN/FIER) y de la Religious Consultation on Population, Reproductive Health, and Ethics.
Kissling, que en sus más de 30 años de militancia algo sabe de las estrategias de la Iglesia para mantener su poder, habló durante una hora y sin parar sobre ellas, ante mujeres de distintas ONG, monjas, laicas, feministas y no.
En Estados Unidos, dijo, la mayor parte de los seguros médicos paga el Viagra para que los hombres puedan seguir siendo potentes; sin embargo, la mayoría no paga los métodos de control de la natalidad. “Uno de cada cinco estadounidenses recibe atención de un hospital católico. Y se han hecho encuestas que indican que sólo el 20 por ciento de los hospitales católicos de todo el país le da anticonceptivos a una mujer violada. Esto es una doble violación, por el violador y por la Iglesia”, dijo.
Además, remarcó que el deseo de la Iglesia de controlar la vida de las mujeres es tal que a la que no puede concebir y recurre a un método de fertilización la acusa de adulterio. Y recordó que todavía la masturbación es considerada pecado.
–Por eso ahora tenemos reproducción asistida católica que indica el uso de “preservativos sagrados”, preservativos con orificios –comentó, levantando un murmullo entre risueño e incrédulo entre las mujeres–. El hombre los usa cuando tiene relaciones con su esposa, entonces, parte del esperma penetra en la mujer y luego el hombre se retira y el semen es usado para seguir con el tratamiento de fertilización... Luego lo inyectan en el útero de la mujer. Así el hombre no se masturba y se usa sólo su esperma. Todo esto se hace en las clínicas, después entra la enfermera a limpiar... ¿Pueden imaginarse esa situación? Esto es un abuso de la pareja. Con estas cosas nos estamos enfrentando, con una jerarquía que no comprende la sexualidad humana.
–¿Cuáles son las líneas dentro del catolicismo en Estados Unidos? ¿Se puede establecer un paralelismo con el resto del mundo?
–Lo que puedo decir es que Estados Unidos no es bien visto por el Vaticano con sus ideas de la libertad del individuo, la libertad sexual... Entonces, el Papa que es ultraconservador, desde hace 30 años que está encima de los obispos para tener una Iglesia conservadora, y en los últimos años los obispos hacen cada vez más cosas para agradar al Papa (...) En el mundo de ahora, el Vaticano ha designado a obispos jóvenes, los vamos a tener dando vueltas por mucho tiempo. Fueron maestros, administrativos, burócratas, no estuvieron a cargo de una iglesia, estuvieron alejados de la gente. Todo se hace con la intención de extender su dominio hasta mucho después de su muerte. El poder está en manos de los conservadores.
–¿Qué pasa con la Iglesia progresista?
–Es pequeña y los avances son pequeños. El período en que la Teología de la Liberación era mayoría se terminó.
Una de las banderas que suele agitar Kissling en su movido recorrido por el mundo es la crítica a la relación entre la Iglesia y el Estado: la incidencia de la Iglesia en las políticas públicas es uno de los pilares de la discriminación que sufren las mujeres de todo el planeta, sobre todo cuando lo que está en juego son sus derechos, su sexualidad, la salud reproductiva y las políticas de población. Pero no sólo en esos temas.
–No hay duda de que una guerra como la de Irak ocurriría durante la presidencia de un cristiano conservador. Lo que yo llamo la religión triunfante, que no es la de Sor Juana, es la tradición de las Cruzadas, de la Inquisición. Es la tradición para la que la única posibilidad es aniquilar al otro. Es el resultado de una cierta clase de fundamentalismo y cristiandad. (...) Vemos el vínculo entre fundamentalismo político y el deseo de controlar las vidas de las mujeres. Muchos hombres han sentido que se está desafiando su poder, el desafío del desarrollo de una práctica de igualdad para las mujeres. Eso ha creado la mayor reacción política y religiosa contra las mujeres desde que se quemaban a las brujas en la hoguera.
–¿Por qué sigue siendo católica?
–Estoy bautizada.
–Pero si la Iglesia en la que cree hace todo esto, ¿por qué?
–Si yo me tuviera que retirar de todas las instituciones que son imperfectas, me volvería una ermitaña. No podría pertenecer a un partido político ni a un grupo feminista. No podríamos estar acá. ¿Por qué una persona pertenece a una religión? Es un misterio, porque la religión va más allá de lo que uno puede probar, tiene que ver con una conexión misteriosa. Cuando yo dije “porque estaba bautizada”, no era un chiste. Yo tengo este vínculo trascendental, sacramental, que es una realidad de ese tipo, con la Iglesia. Y en segundo lugar, la Iglesia hace muchas cosas buenas.
–¿Qué cosas le parecen buenas?
–Está en contra de la guerra. Yo estuve en televisión la semana pasada en Estados Unidos defendiendo al Papa porque él se pronunciaba en contra de la guerra contra Irak. La Iglesia muchas veces defiende los derechos de los pobres, los derechos humanos. No tenemos que tomar solamente a la Iglesia por su posición con respecto a la sexualidad. Ahora, sí, existen contradicciones. El Vaticano dice que está en contra de la guerra contra Irak y el cardenal que enviaron a hablar con Bush para que no vaya a la guerra es Pío Laghi, justamente, a quien en la Argentina conocen muy bien.

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