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Viernes, 18 de febrero de 2011

RESCATES. VIOLETA PARRA (1917-1967)

La diferente

 Por Aurora Venturini

Nació esta inspirada criatura en San Carlos, Chile, de la pareja formada por Nicanor Parra Parra y Clarisa Sandoval Navarrete, ambos humildes, pero con vocación artística, que heredaría Violeta.

El papá cantaba en bares y quintas de recreo, motivos españoles, mexicanos y melódicos en general; la mamá, costurera, mientras cosía y vainillaba prendas, entonaba antiguas romanzas y cuecas chilenas devenidas de una infancia campesina. La hija desde muy pequeña bordoneaba su guitarra reproduciendo los temas armoniosos y regionales maternos. La familia numerosa –diez hijos trajeron al mundo los Parra-Sandoval–, dos de ellos especialmente inclinados al arte cancionero: Violeta y Nicanor.

Estos progenitores trabajaban en el campo o en cualquier colocación que consiguieran y deseaban que Violeta fuera maestra. El señor de la casa, don Nicanor, fue maestro rural de música. Violeta no quería saber nada de estudios, ni de asistir regularmente a los institutos dedicados a la educación; ella insistía en llegar a los estadios de difusión folklórica, cantar y guitarrear con su instrumento, guitarrón de madera que atesoraba en su rústica entraña el sabor de la tierra arisca de arauco.

El hermano Nicanor viajó desde el campo a la capital, Santiago, donde perfeccionó su saber de folklore y ya tenía nombre entre el público, y entonces invitó a su hermana a dejar los surcos de labrantío y venirse a Santiago. Trataría de formar un dúo con Violeta. Ya había fallecido el tata. Grave situación se les planteaba a los Parra-Sandoval.

Nicanor ayudaba económicamente a los suyos y Violeta resolvió imitarlo y viajó a Santiago. Cantaba en bares y clubes nocturnos, participando de una bohemia santiaguina que enriquecía su repertorio y la contactaba con una verdad amarga emanada de la ranchería villera de la que cosechó melancolía y tristeza sin esperanzas.

En el año 1937 conoció a Luis Cereceda, un peón ferrocarrilero, se casaron y tuvieron dos hijos: Isabel y Angel, quienes con el correr de las aguas debajo de los puentes serían talentosos como la madre y el tío Nicanor. En cuanto al matrimonio, se disolvió luego de once años de aguante de Cereceda que no pudo seguir el vuelo de la esposa y nunca comprendió la luz de sus talentos. Esto acaeció en 1948, y al año siguiente la cantora reincidiría en la dura aventura matrimonial con el tapicero Luis Arce.

Del connubio nacieron dos nenas: Carmen Luisa y Rosita Clara, esta última de breve estada en el universo de los seres vivientes, siendo el dolor más tremendo sufrido por Violeta Parra.

Para consolarse, multiplica sus apariciones recorriendo el país y comienza con las manualidades de estatuas de alambre, cerámica, cañamazos y bordados en arpillera.

En el año 1953, Pablo Neruda la oirá y admirará en Isla Negra, residencia del Premio Nobel de Letras, y casi no cree lo que está oyendo... Violeta es maravillosa, extraordinaria. Sabemos que la poesía musicada de esta autora estremece, seduce.

Gracias a Neruda entrará a los medios cultos, a la radio chilena. De todos los centros artísticos la reclaman. A ella le hace falta olvidar sus fracasos, su pobreza, la muerte de Rosita Clara.

Las décimas que escribe y da al aire impresionan porque ha invadido el campo de protesta y puesto al descubierto las diferencias sociales: “Yo canto a la diferencia, un tema muy doloroso”.

En 1954 gana el premio Caupolicán a la mejor folklorista del año.

Los éxitos la conducirán a los escenarios europeos. En París, especialmente, es sumamente valorada por sus aptitudes artísticas como guitarrista y por su obra artesanal, siendo la única latinoamericana que ha expuesto en el Museo del Louvre una muestra de trabajos manuales.

Triunfa a lo largo y ancho de sus virtudes y capacidades y, de no ser por la ausencia de Rosita Clara, podría afirmarse que está contenta y tranquila, pero comete la estupidez de enamorarse de un antropólogo y músico llamado Gilbert Favre, suizo y buen mozo. Violeta se desafora como una adolescente. Ya es madura y la vida le ha dejado huellas imborrables en el rostro... El suizo no le es fiel.

Lo que dura el vuelo de un picaflor dura el romance y él se va a Bolivia. Ella cancionará las sentidas coplas de “Se fue pa’l Norte” y “Qué pena siente el alma”, obras que con sólo mencionarlas suenan en los oídos de una sensibilidad increíble... Pobre Violeta...

La enamorada viaja a Bolivia en procura de su amor esquivo y lo encuentra casado...

Regresa a Chile y el 5 de febrero de 1967 se dispara un tiro y cae sobre su guitarrón de madera que atesoraba el ánima de arauco.

Sus hijos Isabel y Angel Cereceda adoptarán el apellido materno y cantarán “Rin del angelito”, “Versos por una niña muerta”, “El lamento mapuche”, “Rodríguez y Recabarren”, “La carta” y otros que recopilan en álbumes y discos.

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