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Viernes, 18 de julio de 2003

TEATRO

Que trabajen los grandes

Una comedia para chicos, Enrulados Derechos, cuya acción transcurre en el país de Rulolandia, donde impera la “Ley de la raya al medio”. La obra plantea el tema del trabajo infantil. Y los chicos sacan conclusiones.

Por Sonia Santoro

En un reino peluqueril paralelo al nuestro, donde el poder está en manos de la reina malvada, los chicos se ven obligados a trabajar, perdiendo todos sus derechos. Pero un joven llamado Leo Pino, que no tiene un pelo de zonzo, cambiará el destino de Rulolandia y logrará finalmente conquistar el corazón de la princesa Dulce Carola... Enrulados derechos es una comedia infantil que logra que los chicos se diviertan mientras entienden un poco más acerca de sus derechos. Es presentada por la Compañía Teatral El Ventilador (te vuela las chapas) en El Taller del Angel (Mario Bravo 1239).
Una histriónica y malvada reina Pritty Carol (Flavia Vilar) domina Rulolandia bajo la rígida “Ley de la raya al medio”, que permite que los chicos trabajen en las minas para que ella se enriquezca. Además, Pritty Carol tiene dos propósitos que guían su vida: robarle la cabellera a un joven de no más de 18 años para fabricarse una peluca de oro puro y casar a su hija, la princesa Dulce Carola (Sol Canesa) con el príncipe Miguel Romano. Sin querer, el adolescente Leo Pino (Ezequiel Gelbaum) entorpecerá sus propósitos. El trabaja en la mina de la reina y está enamorado de la princesa. El Oráculo (Moyra Agrelo) lo ayudará a darse cuenta de que tiene tanto derecho a cambiar su vida como en pelear por mejorar la de los demás chicos. “Yo quiero un mundo que no tenga miseria, donde los chicos tengan identidad. Donde el trabajo sea para los grandes. Así nos queda tiempo para jugar... Jugar y cantar, y crecer y aprender, ése es el mundo que quiero tener”, canta Leo Pino, después de la revelación.
Con un argumento simple y ameno, el espectáculo logra transmitir a los chicos lo que las cifras indican de manera cada vez más alarmante. El último informe de la Organización Internacional del Trabajo dice que 1.500.000 chicos argentinos se ven obligados a trabajar. Representan el 22 por ciento de los niños de entre 5 y 14 años. Y el 40 por ciento de ellos deja la escuela por tener que trabajar. La mayor parte de estos chicos viven en zonas urbanas (1.232.800 chicos), donde trabajan junto a sus familiares en la selección y recolección de basura, en la elaboración y venta de alimentos en lugares públicos en trabajos artesanales o en la casa. Los más grandes trabajan en talleres, comercios y en la construcción. En zonas rurales, los 271 mil niños trabajadores cumplen tareas agropecuarias. Lo peor es que, en los últimos ocho años, la cifra se sextuplicó: los datos de Unicef de 1995 decían que eran 252 mil los chicos que trabajaban en el país.
Enrulados derechos fue estrenada en el Centro Cultural San Martín durante septiembre y octubre del 2002. Cuenta con el apoyo del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires y de Unicef. ¿Por qué elegir este tema para acercarse a los chicos? “Porque, de la forma en que están redactados, los derechos son inasibles. Por eso nos dimos la tarea de hacerlos llegar a los niños de manera comprensible”, dice Vilar, autora del guión, junto a Canesa. “Los chicos que vienen a este teatro pueden pagar una entrada y después ir a comer una hamburguesa. Son chicos de clase media que van por ahí en el subte con su mamá y ven a otro chico que sube a pedir limosna. Esto les causa extrañeza, porque es un niño igual que él, pero estátrabajando, canta y pasa la gorra, vende estampillas. Entonces el reto era mostrarles este tema, para que aprendan a no discriminar”, agrega Gelbaum.
Hay una relación metafórica entre los personajes de Rulolandia y otros del planeta Tierra. “La reina Pritty Carol simboliza una sociedad tirana y discriminatoria; Leo está en el papel del niño que reclama sus derechos como tal; el apañamiento sectorial está encarnado en el súbdito Spray; y la disconformidad e incomodidad de la comunidad, toda en las manos de la princesa Dulce Carola. Dentro de la pequeña historia vemos cómo se violan y se restablecen los derechos a la identidad, a la condición sexual, a la educación, a la salud, al esparcimiento y a las leyes que reglamentan el trabajo infantil”, cuentan.
No hace mucho que los niños del mundo son considerados no sólo como objetos de protección especiales (por parte de los adultos y del Estado) sino como portadores de un conjunto de derechos civiles y políticos que los equiparan a la condición de ciudadanos. Así lo estableció la Convención Internacional de los Derechos del Niño, aprobada en la Asamblea de las Naciones Unidas, en noviembre de 1989. En la Argentina, la Convención tiene carácter de Ley Nacional.
“Yo agregaría un artículo que diga que todos somos iguales, no importa si somos pelados, peludos, blancos, negros, de Boca, de River o de cualquier otra religión”, dice al final de la obra Pritty Carol, que rápidamente parece entrar en razones: destierra el trabajo infantil de toda Rulolandia y escribe los nuevos derechos para los niños.
Retomando la metáfora peluqueril, en el planeta Argentina, tan acostumbrado a los recortes, las cosas no se resuelven en lo que tarda en hacerse un peinado nuevo. Por lo pronto, el Ministerio de Educación firmó un acuerdo con Unicef para apuntalar el sistema de becas para las familias que las necesitan, así los chicos no tienen que salir a trabajar. Algo así como un toque de color, un brushing, una planchita.

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