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Viernes, 14 de noviembre de 2003

TEATRO

todo queda en familia

Una mujer adulta y una adolescente se buscan y se chocan en el escenario, tal como podrían hacerlo una madre y una hija –lo que son las actrices fuera de escena–, desplegando una fuerza física tal que contrasta perfectamente con los tangos melancólicos que entona la mayor. Es “Tango nómade”, el último espectáculo del grupo pampeano Andar que ahora se presenta en el Centro Cultural Recoleta.

 Por Moira Soto

No, no es un show de chicas peleando en el barro para alimentar el morbo de ciertos señores. En Tango nómade, Edith Gazzaniga y María José Jerónimo son dos mujeres que se dan con todo (coreográficamente, claro, y con un entrenamiento corporal admirable), acaso una madre y una hija que pelean sin desmayo por imponerse la una a la otra. Y en medio de la violencia desencadenada, de los electrodomésticos funcionando, brotan tangos evocadores, tiernos, melancólicos, graciosos, duros, sombríos, como “La muchacha del circo”, “Campana de plata”, “No salgas de tu barrio”, “La mina del Ford”, “Loca”, “Maldito tango”, “Yo soy Graciela Oscura”, entonados por la mujer adulta adoptando posturas nada convencionales, en sitios inesperados (como el techo de una heladera). Es que estos matches tienen lugar en un monoambiente de una casa rodante que en medio de la noche oscura abre la cuarta pared frente al público en el Auditorio del Centro Cultural Recoleta (jueves y viernes a las 21, a $ 8).
Tango nómade tiene dramaturgia y dirección de Silvio Lang, y luces, diseño y realización de escenografía de José Jerónimo, que viene a ser marido y padre, respectivamente, de las protas Edith y María José. Todos ellos integrantes del grupo Andar, fundado en 1987, en Santa Rosa, La Pampa. Los de Andar son capaces de hacer un espectáculo basado en narraciones populares orales pampeanas, armar una murga o un show de clown, trabajar creativamente un texto de Alejandro Urdapilleta (La intemperie). Y presentar Tango nómade, que no sólo fue suceso de crítica y público en su terruño sino que anduvo por el país y llegó al Brasil. Además, Andar ya tiene su teatro propio en Santa Rosa, una preciosa sala de cien localidades.
–Entre las particularidades del grupo Andar figura la de contar con un autor y director tan joven como talentoso, que es precisamente el responsable de la dramaturgia, diseño escenográfico y puesta de Tango nómade, el espectáculo que están presentando actualmente en Buenos Aires.
Edith Gazzaniga: –Sí, Silvio Lang, que nos viene dirigiendo desde el 2000 y acaba de cumplir 24. Debutó en la puesta en escena a los 16. Nosotros habíamos visto algunas producciones de él y nos interesaba mucho. Su primer trabajo fue Formas de hablar de las madres de los marineros, de Veronese. Con esta obra nos presentamos en distintas muestras del interior, ganamos premios.
–¿Cómo se organizan para ir de la murga a la performance didáctica, entrenar, trabajar con edades tan diversas?
E.G.: –En principio, de acuerdo a las necesidades y a las preferencias de cada uno. Yo creo que el teatro te ofrece múltiples posibilidades y a nosotros nos importan, claro, la búsqueda y la experimentación, y también comunicarnos con la gente y darle una mano a través de otras formas de expresión. Es increíble la entrada que tiene en el público el teatro con contenidos didácticos, pero procesados artísticamente a través de distintos géneros. Sé que no es una práctica habitual lo que hacemos nosotros, pero se trata de un lugar donde el teatro hace falta y se puede hacer codo a codo con la gente, que interviene y nos modifica. Es muy interesante desde el punto de vista actoral y humano. Tenemos experiencias maravillosas con este trabajo: en Cachos de la vida de Amelia, luego de mi participación que sirve como disparador de los temas que después van a aparecer, me voy y quedan una sexóloga y una asistente social. A mí no me parece menor, nunca siento que estuviera haciendo algo subalterno.
–¿Cómo surgen las escenas de luchas entre una mujer adulta y una adolescente, en un trailer encallado no sabemos dónde?
E.G.: –La idea sale de una charla con Julio en la que le comenté que quería abordar algo relativo al tango, de una forma no convencional. María estaba estudiando danza, tango y contemporánea. El se viene a Buenos Aires y hace el guión de acción de esto que ahora es Tango nómade.
–Ustedes dos, sumadas a José Jerónimo, forman una familia de artistas.
E.G.: –Sí, además está Lucía, de doce años, integrada a la murga. Todas nuestras actividades están relacionadas con el arte teatral: yo soy docente en una escuela y José trabaja en el Teatro Español, que depende de la municipalidad. María está en el grupo de clown con adolescentes, trabajó en la murga. Yo logré incluir en la escuela, donde soy profesora de educación física, un proyecto de teatro que implica que los chicos vayan dos veces por semana a los talleres de juego teatral. Por otra parte, estamos con un programa nacional, Promin (Programa Integral de Nutrición Infantil), que atiende la franja de niños de 0 a 5 años y los derechos de la mujer en salud y sexualidad. También hemos hecho producciones para Bienestar Social en talleres de capacitación.
–María José, ¿cómo llevás toda esta historia de haber nacido y vivir entre juegos teatrales, casi con un destino marcado?
María José Jerónimo: –Bien. En realidad es mi primer espectáculo con un papel coprotagónico, aunque ya había hecho Historias ñatas, el de clown. Es un trabajo muy exigente físicamente, incluso los ensayos hay que hacerlos de verdad porque si no, no sirve. No se trata de pasar letra sino de expresar con el cuerpo. Lo mío es todo físico, gasto más energía que ella por el tipo de acciones. A mí me encanta Tango..., es como hacer un yo reprimido que sale afuera, que se suelta. No me considero actriz todavía porque me falta formación, y en cuanto a la danza, estoy en ese camino. Pero para crear es necesaria una buena base técnica. Ya sé que para mi edad me defiendo, pero para mí ha sido todo acelerado. Pensá que hace ya casi tres años que venimos con Tango..., con presentaciones, giras aquí y allá. Fue muy intenso, no me dio tiempo a sentarme a pensar en lo que representaba para mí. En Brasil tomé conciencia de todo lo que podía comunicar un espectáculo como el nuestro sin apelar al lenguaje verbal, salvo a través de los tangos. Cómo se traspasaban todas las barreras sin traducción de nada. Ahí empecé a valorar mucho más este trabajo.
–¿Está en tus planes seguir conjugando teatro y danza?
M.J.J.: –En realidad, yo siempre quise bailar. El tema es que en Santa Rosa, La Pampa, faltan escuelas de nivel más alto, más exigente. Ahora se anuncia la apertura de una nueva escuela, Crear, sin fecha fija, que va a dar títulos de profesorado de música, danza, artes visuales. Este año yo estoy terminando de hacer el secundario y algo me voy a poner a estudiar. Igual, esto me interesa muchísimo, representó un crecimiento más allá de la danza, que me sirvió mucho para esta obra.
–¿Fue un desafío extra el tener que actuar en un espacio tan acotado, esa suerte de escena dentro de la escena que es el trailer?
M.J.J.: –Es que la danza te da una libertad por encima del tamaño del escenario. Me siento muy cómoda en ese espacio, que es muy funcional para el relato, y que se fijó desde el primer día. Tuvimos tres días de improvisación, a los que siguieron cuatro meses de ensayo.
–¿Silvio Lang creó el guión directamente para ustedes? Porque si bien esa lucha sin cuartel entre la mujer joven y la adulta parece abierta a otras lecturas, la más evidente es la que remite a la relación madre-hija...
E.G.: –Sí, totalmente. Quizá contribuyó a estos contenidos del relato el hecho de que lo escribió pensando en nosotras. Desde la primera lectura me gustó el clima que describía, el contraste entre los tangos un poco melancólicos que canta esta mujer y ese despliegue de energía física que hay sobre el escenario.
M.J.J.: –De entrada, yo no lo veía. Para mí es un día en la vida de esas dos mujeres, por eso me sorprendo cuando la gente se acerca con mil interpretaciones diferentes. Para mí son ellas dos tratando de ganar terreno y provocando accidentes. Obviamente existe una relación entre las dos, comparten cosas, compiten todo el tiempo.
–A vos, Edith, la madre en la vida y quizás en la ficción, ¿te pareció que estas luchas cuerpo a cuerpo reflejan a la vez las relaciones humanas en general?
E.G.: –Sí, además de la relación madre-hija, me parece que están las que se dan entre oprimido y opresor, la lucha por el poder que aquí aparece relacionada con el espacio. El competir y el ganar. Una vez delimitado el espacio, se trató de dejar bien sentado esto: que las cosas sucedían de verdad, que ese despliegue de energía no estaba simulado. Por otro lado, realicé todo un trabajo de técnica vocal para hacer los tangos. Dos entrenamientos separados que al unirse hicieron que se fuera entramando toda esta historia, que apareciera el sentido de determinadas acciones, sin planteamientos psicológicos. Primero se puso el cuerpo, después se trabajó con los temas musicales y desde dónde cantarlo. No se trata de interpretaciones para un recital: hay temas que se cantan desde lugares corporales específicos y otros relacionados con la anécdota, pero siempre emparentados con lo orgánico. Creo que mi personaje va encontrando referencias, identificaciones con esos tangos que aparecen en la tele, en la radio. La madre tiene la palabra, no la hija.
M.J.J.: –Cuando trabajamos con Silvio, le aclaré que yo no quería hablar, fue mi única condición. Pero después resultó que mi personaje tampoco tenía esa necesidad en escena. Salvo una vez que digo “la concha de tu madre”, o cuando grito mientras ella canta y en el final con el tema de Palito Ortega, pero que canto en son de burla, mal a propósito, como que no me importa.
–Tango... inquieta con esa puesta en acto de deseos del inconsciente. La agresión verbal que suelen manejar las mujeres se traduce en choques físicos. El trabajar en semejante pieza, siendo ustedes madre e hija, ¿hasta qué punto las movilizó, modificó las relaciones entre ambas?
M.J.J.: –Nos peleamos más todavía.
E.G.: –A mí me sirvió todo el proceso hasta que la obra tomó su forma actual. ¿Viste que cuando los hijos entran en la adolescencia hay como un alejamiento desde lo físico? Bueno, a mí me sirvió para entrar en contacto con ella. Me gustó, fue bueno a nivel personal. Creo que hay una cosa liberadora para ambas en esto de blanquear la situación, dejar hablar al cuerpo.
M.J.J.: –Yo estoy en desacuerdo con esa expresión de la edad difícil. No es que me crea nada, pero pienso que a veces la edad cronológica de las personas no quiere decir nada. La edad no existe por sí misma para mí. Las madres y el resto de los adultos suelen decir: “Ay, pobres adolescentes, están en la edad del pavo”. Esa terminología es terrible, discriminadora. Creo que es una edad en la que una empieza a darse cuenta de lo que puede hacer sola y de lo que no. Y una tiene ganas de empezar a hacer cosas sola, a liberarse. Creo que la independencia es una necesidad básica de la adolescencia que hay que respetar.

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