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Viernes, 14 de noviembre de 2003

SOCIEDAD

La jueza de La Dársena

Fueron los cuerpos vejados y torturados de dos mujeres –Leyla Bshier y Patricia Villalba– los que escribieron las primeras líneas de una historia que ahora, gracias al empuje de otra mujer, la jueza María del Carmen Bravo, parece hacer tambalear la impunidad que reinaba en Santiago del Estero. Aun cuando es acusada de poner a salvo a los Juárez, el matrimonio gobernante, haciendo caer a sus fieles servidores –Musa Azar y sus grupos de tareas–, la jueza de los batones y el cuerpo generoso fue capaz de develar una trama en la que las peores aves de rapiña no son precisamente las águilas.

Por Alejandra Dandan
Desde Santiago del Estero

Sobre los cuerpos de las dos víctimas de los crímenes de La Dársena ahora se bate un tercero: el de La Gorda, aquella mujer que ha trasformado un juzgado en un bunker iluminado con luces durante las horas más insólitas de la noche. La Gorda es la forma con la que trasciende, circula y se repite el nombre de la jueza María del Carmen Bravo. Su señas particulares, su cargo, sus jerarquías judiciales y hasta la propia historia judicial de Santiago han sido devoradas por ese otro lugar: el de La Gorda. A La Gorda, y no a la jueza, aplaudieron los familiares de las dos chicas muertas durante esta semana cuando salía del tribunal, a La Gorda y no a la jueza escuchan los santiagueños cuando habla de sus batones, ante La Gorda y no ante la jueza va respondiendo la indagatoria el propio Musa Azar, sentado ahora en una silla de reo, de preso común, de hombre que va agonizando y se va hundiendo después de haber comandado la provincia como un tirano.
Durante estos, días por los tribunales de La Banda, a los pies de su bunker de combate, circulaba una de las páginas más delicadas del historial de la jueza. Esa misma mujer que ahora parece dispuesta a darles pelea a los diablos que han comandado ejércitos de piratas, de ladrones, de represores, de asesinos y de torturadores; esa misma mujer que ha comparado a las bandas de policías con los grupos de tareas de la dictadura militar; esa misma mujer que se animó a meterse en el territorio de uno de los hombres más fuertes del juarismo para encontrar las pruebas de la imputación por homicidio, esa misma mujer firmó la resolución 145 y 146 del año 1996 con un sobreseimiento sobre Musa Azar. El expediente lleva el número 5086 de aquel año, María del Carmen Bravo formaba parte de la Cámara de Juicio Oral de Tercera Nominación. El 16 de mayo de 1996 esa misma cámara resolvió declarar el sobreseimiento total y definitivo por prescripción de la acción penal del ex comisario en el marco del juicio por privación ilegítima de la libertad y el homicidio calificado de Daniel Dichiara, uno de las víctimas de la dictadura militar de Santiago.
Hace sólo una semana, esa misma mujer se sentaba frente a uno de los autores del secuestro de Dichiara. Ese día comenzaba con un cuestionario de 60 preguntas. 60. Al día siguiente lo imputaba esta vez con una calificación que podría llevarlo a la cárcel para siempre: homicidio triplemente calificado, le dictó, agravado por alevosía, promesa remunerativa y criminis causa, Musa Azar había ordenado la muerte de Patricia Villalba, dijo, para tapar el crimen de Leyla Bshier.
Con la acusación La Gorda daba vuelta la historia de la causa, la sensación de impunidad sentida entre los santiagueños, la historia del todopoderoso jefe del aparato de represión del juarismo pero además, tal vez, daba vuelta su propia historia. María del Carmen Bravo llegó a La Banda hace apenas dos meses, para meterse en una de las causas más duras de la historia de la provincia. La historia de La Dársena lleva nueve meses de trámites, se devoró a dos jueces, se trasformó en el plafón de reclamos y de denuncias de todos los sectores de la sociedad civil y de los organismos de derechos humanos de la provincia. Provocó el aterrizaje de una delegación de la Comisión de Derechos y Garantías de Diputados y de la Cámara de Senadores de Nación desde donde se hicieron denuncias e informes que terminaron disparando los diagnósticos más duros sobre el Poder Judicial y el reclamo de intervención federal sobre la provincia.
Hace dos meses, el sillón donde ahora se sienta estaba acéfalo. Las primeras denuncias sobre el caso terminaron corriendo al único juez criminal de La Banda, ahora detenido y acusado por ella misma de asociación ilícita y encubrimiento. Por esa época, la Nina, la gobernadora Mercedes Aragonés de Juárez, asediada por los reclamos de las familias, decidió hacer al menos formalmente un prolijo llamado a concurso buscando un juez para La Banda, y para el crimen. El concurso terminó como estaba previsto: tres jueces fueron elegidos a dedo como candidatos por Carlos Juárez, según una de las fuentes directas de esa elección. Ninguno de los tres aceptó el sillón de La Dársena previendo que venía la intervención sobre Santiago. Entre los nombres no estaba La Bravo, pero sí entre los concursantes. Hasta ese momento había sido camarista y fiscal, pero desde hacía algunos años trabajaba por su cuenta, defendiendo presos que la trasformaron en una penalista de combate: “¿Sabés por qué la elegimos?”, confesaba uno de los que fue parte de la elección: “Perdón que lo diga así –decía–, pero nos habían dicho que tenía huevos de rinoceronte”.
Huevos de rinoceronte y no vagina, y no concha. Huevos de macho, huevos de caudillo en una tierra comandada históricamente por los hombres. Mujer caudillo, igual a la Nina, aquella comandante de Santiago que no es otra que la señora esposa de Juárez. Mujeres sin formas femeninas, como La Gorda que anda de batones, sin pinturas, sin tacos para meterse como lo hace en una expedición dentro de la nada santiagueña siguiendo ahora las pistas que le van soltando en el juzgado de presuntas y siempre supuestas tumbas de nuevos y más muertos.
Así cuentan algunos de los locales que fue hilvanando parte de esa causa que mientras la salva a ella también va salvando a la Nina y a Santiago. La Gorda y no la jueza era una de las que caminaba a la noche por las zonas de prostitución de Santiago buscando datos sobre Leyla. Desde entonces sabía que era conocida, por eso no se metía en los boliches sino que los rodeaba, los merodeaba como ahora merodea a Musa Azar. La jueza lo interroga, dicen, pero a su estilo: se sienta, pregunta y cada tanto lo marea inventado alguna causa, alguna historia para que el viejo Musa hable. Dicen los que están con ella que el viejo habla, que por eso mismo se siguen armando carpetas y expedientes que podrían generar nuevas causas. ¿Pero lo hará?
Nadie lo sabe, como nadie sabe a qué hora se irá Bravo del juzgado cada noche o cada madrugada, cómo hace para dormir tres o cuatro horas, para almorzar en medio del juzgado con las bandejitas que van saliendo desde el único bar de los tribunales. Cómo hace para sostener, tal como dice el murmullo popular, el teléfono desde donde todos los días la llama La Nina. Y cómo hace para sostener los huevos de rinoceronte, sus resoluciones y la autonomía.

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