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Viernes, 28 de marzo de 2014

EL MEGáFONO

El jardín maternal que impulsó una desaparecida

 Por Lucía García Itzigsohn *

“Una flor recogida por la calle bebé / un país con su bandera. / Un jardín a tu gusto y de tu talle bebé / y una tarde con manguera.”

(“Regalitos”, de Luna Monti y Juan Quintero)

Mi mamá se llamaba Matilde Itzigsohn. Trabajaba en el Astillero Río Santiago (ARS), era una de las pocas mujeres en la fábrica de barcos que regenteaba la Marina. Una de las muchas que el 24 de marzo de 1976 no se presentó a trabajar. La persecución política puertas adentro era cara a cara. Ella integraba la Juventud Trabajadora Peronista y era una delegada visible. Tanto que le habían dirigido amenazas directas en algunos folletos y paredones: “Judía hija de puta, te vamos a matar”.

Ella era programadora de IBM y en su legajo quedó asentado que no se recomendaba su reincorporación por “delincuente subversivo”, no había sutilezas de género para el lenguaje de la persecución.

Tenía 26 años el día del golpe de Estado, una hija y un embarazo de seis meses. Entre sus planteos en las asambleas se la había escuchado insistir con un jardín maternal para las hijas y los hijos de los laburantes. Entendía el cuidado como una tarea colectiva. Y el trabajo como un derecho.

No llegó a ver su proyecto concretado. Fue secuestrada el 16 de marzo de 1977 y desaparecida. Pasaron 37 años hasta que en un encuentro por el Día de la Mujer en Ensenada, Rosa Bru, la madre del estudiante de periodismo Miguel, propuso que el jardín maternal que desde hace un año funciona en el Astillero lleve su nombre: Matilde Itzigsohn. La iniciativa tuvo eco, el pedido llegó hasta las autoridades y trabajadores del ARS y se hizo un acto en el local del PJ de Ensenada para impulsarlo.

La dictadura dañó especialmente a niñas y niños. Transformó a las hijas e hijos en botín de guerra, secuestrándolos y ocultándoles su identidad, como un modo más de borrar cualquier rastro de las madres y los padres. Nos condenó a otros a la incertidumbre de esperarlos en cada cumpleaños. Y de crecer rodeados de impunidad, con los genocidas en nuestro entorno. A no conocer las historias de vida de nuestros padres y madres ocultas, tapadas de miedo y de silencio. A elaborar la perversa realidad de la desaparición, una tarea que nos llevará la vida. Quebró nuestras infancias en dos.

Será por eso que hay algo mágico en imaginar a mi vieja asociada a un jardín maternal. Si el sueño se concreta, habrá una foto suya, sonriente y joven, mirando a los pibes jugar. Y algún día una nena le preguntará a la maestra quién es esa mujer. La maestra le contará que era una trabajadora que soñó con ese jardín y que tanto, tanto, lo quiso que lo hizo posible. Y que como ella hubo 30 mil.

* Periodista y columnista de género en el programa de Radio Nacional A cara lavada.

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