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Viernes, 10 de octubre de 2014

MúSICA

Valiente

La Orquesta Típica Fernández Fierro profundiza su boicot ético y poético al establishment del tango. Una vez más, rompe el molde. Ahora comparten escenario con una mujer, Juli Laso, cantora rea por accidente. Un eslabón perdido imantado hacia su tribu. ¿Quién es esa chica?

 Por María Mansilla

Quiero. Quiero... Quiero que cada día tenga dos noches.

Eso contestó Juli Laso, una vez, a Las 12, entrevistada como actriz para la sección del Cuestionario Proust. Ese era su sueño. Su salida al encuentro con el tiempo perdido.

Profecía autocumplida.

Muchas mañanas después de pedir aquel deseo, un vecino golpeó la puerta de su PH. Era un pibe de pelo largo, campera de jean, anteojos Ray-Ban. Era músico, Yuri Venturín, el director artístico de la Fernández Fierro. No llevaba encima el arco de su contrabajo, que podría haber sido usado de varita mágica.

–¿Vos sos la que canta tango? Te escucho desde mi patio. ¿Querés ser la cantora de la Fierro? Mirá que YA nos vamos de gira a Australia. Mirá que cumplimos 10 años y YA tenemos que grabar un disco en vivo. Mirá que es YA.

Pasaron siete meses desde aquella escena costumbrista fantástica, digna de un Bafici. Sí, quiero. Pugliese, Pugliese, Pugliese.

Hoy el cuerpo de nena de Juli Lazo cada vez pesa más en el escenario de la Fernández Fierro, ese colectivo rupturista, esa cooperativa de tango punk que vive en estado de asamblea permanente y se fuma la mística del barrio del Abasto, territorio que hizo propio. La Orquesta rompió el molde cuando arrancó, en el 2001, okupando el empedrado de la Feria de San Telmo con esa banda de mechudos que zapaban a cielo abierto, a puro bandoneón y con un piano con rueditas que durante la semana dormía en una playa de estacionamiento. Transgredieron la estética del mainstream arrabalero. Con una ideología sustentable, su boicot ético y estético no para. “Doce chongos.” Música. Romanticismo. Un emblema.

Las noches de miércoles y sábados ahora valen por dos para Julieta Laso. Llega al galpón del Club Atlético Fernández Fierro (CAFF) siempre lista. Chaqueta de cuero negro, borcegos, cara lavada. Cruza las cortinas de tiritas de plástico rojo. Las mesas están vacías. Sube sin perder equilibrio por los miniescalones que llevan detrás del escenario. Deambula en el entrepiso con paredes de tela negra, esa especie de camarín comunitario con sillones bordó, un locker industrial y una computadora vieja, de esas con monitor beige culón. En un rato va a llenar el escenario; hará su perfo espontánea mientras canta. Mientras, doce príncipes anarquistas con dredlocks y capuchas le pisan el compás. De frente y de perfil, los quiebres de su cintura competirán con los espasmos del bandoneón hasta dejar con la boca abierta a los gringos que llegaron por la recomendación de la Time Out, que subraya lo de “violenta sonoridad y puesta en escena”. Y la troupe dejará con el espíritu endiablado a sus fieles de siempre. El olor de las empanadas de cantimpalo da su toque. El gato blanco y negro, la mascota de la casa, se pasea pancho, acaso a esta altura habrá quedado sordo... La bola de espejos le tira lunares a la chapa acanalada de las paredes. “Hablaremos de todo lo que pasa en silencio...”, recita Juli, un clásico de la Fierro. Y luego le inyecta su poética a Sierpe, de Palo Pandolfo, uno de los temas del disco nuevo (En Vivo) que están presentando. Los reflectores le hacen sombra justo a la altura de la mirada (pero parece que canta con los ojos cerrados). El rodete improvisado se le despereza y Julieta se transforma en Valiente, la pelirroja audaz de Pixar, pero en versión morocha argentina. Usa una remera de red y calzas con pitucones de cuero (que le hizo su mamá).

Estar ahí arriba se ve como manejar un camión a 500km/h...

–Es una bomba. Requiere concentración. Hay que pelar fuerte porque la orquesta pide, pide, pide. No para. Al principio trataba de no pensar, es una parada difícil para mí. No sé, es tan distinto a lo que hacía... Esto está vinculado al rock, al punk. En escena hay que proyectarse, recurrir a la actriz. Todo es al palo, me siento en acción. Es muy teatral. Entro como en un túnel, me monto y salgo. Dejo que me pase. Soy mina, pero mi estética es bastante parecida a la de ellos. Lo único que me preocupa es cantar las notas y saberme las letras. Si no estás ahí te llevan puesta.

¿Elegiste alguna actitud en particular como estrategia para colarte en el grupo?

–¡Sí! Entré callada y tranquilita. No soy tranquilita, pero por lo menos intenté serlo para entender los códigos y estar atenta. Ir tranquilita y escuchar, escuchar todo. No sólo lo musical. Fueron generosos, bastante tiernos. Igual, no dejan de ser doce chongos acostumbrados a trabajar entre ellos. Una vez lloré y no sabían qué hacer.

¿Por qué lloraste?

–Soy exigente, y había cosas que no me salían como quería. Sentía presión. Me reía mientras lloraba y pensaba ay, pobres... Igual, desde que empecé a cantar tangos trabajo con hombres. Pasa que éstos son un montón.

¿Y cómo empezaste?

–Nací en Boedo, viví en Paternal. Familia de clase media, abuelos españoles. Mi papá es economista, mi mamá es psicóloga y astróloga. Tengo un hermano. En casa se escuchaba música, pero no eran melómanos ni nada. Escuchaban Parodi, Violeta Parra, Goyeneche por ahí. Yo me dedicaba a la actuación y por esas cosas de la vida se dio y empecé. Ibamos a una milonga donde eran todos músicos. Y los músicos son bastante exigentes. Así que dije me voy a dar cuenta en cinco minutos qué tan buena puedo ser. Porque simpático, ahí, no es nadie. Canté una vez, y acá estamos.

También hiciste tango queer. ¿Pensar que el tango puede tener su lado queer es un oxímoron, un milagro, un imposible? En ese mundo de “la vieja”, “la puta”, “la mina”, “el malevo”... ¿de verdad puede haber fisuras?

–El ambiente es así de pequeño. Yo cantaba tangos clásicos pero nunca estuve ligada al ambiente más clásico del tango. Saqué un disco, Tango Errante, con los chicos de La Púa, con un trío de violas. Estoy ligada al ambiente gay, y nunca tuve problemas. Cada vez hay más mujeres en el género. Igual, son remachistas.

Sos la Ana Prada del tango. Por tus vestidos, tu dulzura, tu fuerza, tu estrella...

–Podría ser. Pero un poco más rockera. Más rea.

¿Hay una búsqueda o una pregunta que, como artista, te acompañe?

–Sí, hay una pregunta que siempre está. Es permanente: “¿Para qué?”. Nunca hice un camino convencional. Cuando hacía teatro, hacía teatro antropológico. Siempre estuve lejos de lo convencional y más vinculada al under, a las vanguardias, como el teatro de Jerzy Grotowsky. Y no me considero una cantante. Siento que me apoyo en otras cosas, no en mi técnica. Si bien estudio y mucho, porque es importantísimo, la herramienta que una tiene como artista, con el talento que sea, con la técnica que sea, con menos o más virtuosismo, es transmitir. Y hablar de cosas que también son medio negadas en la vida cotidiana, como las emociones, la complejidad. Estar acá no es una muestra ni una vidriera sino una señal de que estoy viva, sintiendo, haciendo cosas medianamente profundas que hablen de cosas profundas, que una las sienta propias, sobre todo tener estilo y hacer las cosas de una forma personal. Eso es lo que valoro cuando veo arte o estoy en el escenario. Y si encima se pueden hacer en el marco del trabajo colectivo, mejor.

¿Qué te conmueve a vos, qué te gusta mirar?

–Me encanta ver teatro, mucho. Veo mucha música. Necesito ver buenas cosas porque una se puede también ir apagando, ¿no? Como que para salir y cantar tenés que vivir, tenés que resignificar todo el tiempo lo que hacés. Me inspira conocer gente que está trabajando, la necesito.

Tres tangos para cantar en primavera...

–A ver... son bastante para abajo, podrían andar en una tarde de lluvia. Diría... “Suerte loca”, “Las cuarenta”, “El pescante”.

Más allá de la anécdota del vecino que te escuchaba cantar detrás de la medianera, es simbólico pensar con qué pasión lo hacías, cómo te apropiabas de la música aunque fuera sólo para vos.

–Al principio era más niña y tenía una visión como más virtuosa del asunto. Después me fui organizando porque tampoco me funcionaba del todo. Varias veces tengo que estar como alimentando las ganas. Si no lo hago algo en mí se me cae, por cosas internas. O cuando veo que hago cosas que no me hacen más bella, cuando veo que caigo en las trampas del oficio tengo que ir un poco más profundo, ser más, más, más libre. Por eso necesito fuego interior.

Entonces una orquesta punk y trashumante te pasó a buscar...

–¡Es tan romántico lo que hacen! Admiro el trabajo cooperativo. De tanta gente, de tantos años, que no haya peleas por acaparar poder. En las asambleas se habla de todo. De música, de giras, de si hay que arreglar un enchufe o pintar el CAFF. Yo he trabajado mucho en grupo y sé que no es fácil. Esto no tiene precio. Aprendo.

Para no ser sexistas, ¿qué te aporta ese aluvión de energía masculina?

–A mí lo que me gusta, viste, es que los hombres son sobrios. Me bajan, me bajan la locura que tengo. Yo soy más de desbordarme. También tengo bastante energía masculina, si no no podría subirme ahí, con los monos.

En tu cuenta de Instagram (@JuliLaso) posteaste la foto de una señora rubia y contaste “La sopa crema de Ema antes del show es un bálsamo”. Qué curiosidad. ¿Qué tendrá esa sopa? ¿Quién es Ema?

–¡Grosa! Desde que empezaron en San Telmo a tocar en la calle, ella iba con su marido y les cebaba mates. Hoy es la que hace las empanadas y está en la barra del CAFF, cerraron el almacén, trabajan acá. Esto es una comunidad. Es como una familia. Y ella sería como la madre. Vivió todo con ellos. Esta es una orquesta que te puede gustar o no, pero está haciendo historia.

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Imagen: Constanza Niscovolos
 
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