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Viernes, 20 de febrero de 2015

VISTO Y LEíDO

Todo puede ser peor

“Literatura sin sentimientos” es una forma bastante precisa de describir los relatos que conforman Santoral, el primer libro de Acheli Panza, y al mismo tiempo una forma que requiere explicaciones.

 Por Marina Yuszczuk

Los sentimientos están sobrevaluados, en algún punto ésta parece ser la era de los sentimientos: la sensibilidad y las emociones venden desde Coca-Cola hasta seguros médicos mientras las personas exhiben su intimidad en los medios y las redes sociales. Cualquiera con la mínima tecnología a mano puede abrirse un espacio para expresar, y darle relevancia, a lo que siente. En cambio, como si el lenguaje de Acheli Panza se armara completamente por fuera de esa trama de confesiones y discursos y, al mismo tiempo, por completo desde adentro de la literatura, Panza se dedica a contar. La idea de subvertir o explorar o tensar los límites es algo que no roza ni de cerca a Santoral, más ocupado por narrar perfectamente que preocupado por pensar las condiciones de esa narración obedeciendo algún mandato externo, y que incluso trabaja con los géneros sin ironía.

De hecho, si hay algo en Santoral que se parezca al amor –ese territorio tradicionalmente ligado a las mujeres en tanto animalitos que sienten y basan toda su sabiduría en el sentir– es eso que no puede llamarse del todo enamoramiento. Más bien se trata de la atracción irresistible, en “El pelirrojo”, de una mujer por el cadáver que un día se encuentra tirado en la entrada de su departamento al volver del trabajo. Como cualquier personaje del género fantástico, la narradora se pregunta rutinariamente por el origen de ese cuerpo pesado que tanto le cuesta arrastrar hasta un sillón, y luego se dedica fervorosamente a encontrárselo vivo y en sueños. Soñar con nitidez puede ser una forma de habitar otro mundo donde lo onírico no sea relojes que se derriten sino la realización de esos deseos salvajes que no tienen lugar de este lado de la almohada, y así, mientras le pone bicarbonato al cuerpo para que no largue olor, la chica de “El pelirrojo” se deja cebar unos mates con miel por el visitante misterioso. Y a medida que pasan las noches encuentra, en la posibilidad de corregir con leves toques los desencuentros de las primeras citas (ya no importa de qué lado de la realidad, el sueño o la ficción), eso que llaman “la felicidad”.

Como si esa narradora enamorada del cadáver de la ficción fuera la propia autora de Santoral, el resto es puro cuento, y no tiene piedad por los que viven de este lado: ni la empleada doméstica que llega a un nuevo trabajo en el relato que da nombre al libro, ni Andresito, el hijo retardado de una familia demasiado absorbida por la supervivencia como para dedicarle algo más que un castigo, ni la chica que en Talavera casi ve y deja morir a la hermana, ni Daniela, que en el cuento final tiene la voluntad casi loca de ayudar a Andresito y llevárselo a la casa para criarlo, tienen el consuelo o la posibilidad de abrirse paso hacia un mundo menos rígido. Porque si se van es a la muerte, ese agujero que está en el centro de Santoral y puede tener forma de río, de hueco en el ascensor, de útero. Acheli Panza les da forma espacial a los encuentros con la muerte, que es todo menos abstracta, algo que les sucede a los cuerpos y que la mayoría de las veces es un acontecimiento mudo. Y para hacerlo modela un lenguaje que se mantiene, punto por punto, más allá de la piedad y más acá de la crueldad o el regodeo, en el lugar preciso donde la desaparición del cuerpo y la aparición del cadáver es algo que pasa y no tiene nombre ni consuelo. En una época de literatura divertida (buena o mala pero divertida), Santoral puede ser la lectura perfecta para llevar a la playa y consumir ocultos en unos lentes negros, mientras miramos a los otros bañándose o jugando y esperamos que lo peor suceda.

Santoral
Acheli Panza
Blatt&Ríos

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