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Jueves, 30 de abril de 2015

PERFILES > MARINA ABRAMOVIC

La hechicera

 Por Marta Dillon

Apareció en el escenario con su largo delantal negro, la boca roja, las trenzas unidas sobre la espalda, y un auditorio de cientos de personas se levantó de sus sillas para aplaudirla de pie, como a una estrella de rock. Hay algo enigmático en su presencia, un peso específico, tal vez la estela de su obra en ese cuerpo presente como mayor evidencia de su arte. Leerá un manifiesto, entonces, un manifiesto plagado de imperativos condicionales que ella no ha cumplido y no es posible saber si cumplirá. Marina Abramovic, que dice que el artista no debería tener nada más nueve cosas apenas y entre ella una bata, planea a la vez un instituto cuya sola construcción implica un desembolso de varias decenas de millones de dólares. Ella, que se puso de frente a una flecha encajada en el arco que tensaba su pareja tensando el tiempo de la performance que hacían juntos y que años después caminó tres meses a lo largo de la muralla china, él, también artista, comenzando de un extremo y ella de otro para encontrarse en el medio, darse un abrazo y decirse adiós; ella dice que un artista no debería enamorarse de otro artista. Esa mujer de una altura que va a sobresalir entre la mayoría de quienes comían canapés y bebían vino en su honor la noche del lunes cuando la conferencia había terminado, la que se dejó atravesar por el dolor, el ardor, el peligro, durante tiempos extenuantes, desnuda las más de las veces, ataviada con su sangre o un gorro militar; esa mujer dice que no es feminista, que el feminismo es un ghetto y que no importa qué cuerpo se exponga a esta operación, esta ruptura del tiempo que es la performance –lesbiana, trans, gay, hombre, mujer–, lo que importa es lo que sucede con la audiencia como si no supiera que parte de su potencia es ese cuerpo de mujer y no otro que hace más de 40 años viene haciendo presente. ¿Quién es esta bruja? ¿Es lo que hace o es lo que dice? ¿Para qué hacer hablar a la artista si está la obra?

“La primera razón por la que trabajo con el dolor es una razón personal, una experiencia de mi infancia. Pero luego investigando las culturas antiguas, en todas ellas encontré diferentes tipos de ceremonias por las que todos llegaban al extremo del dolor por diferentes medios y causas, ellos llegaban al extremo del dolor y renacían. Y para mí el dolor extremo es una puerta para llegar a otro estado de conciencia, por eso es tan importante para mí llegar a ese límite. Es como una experiencia fuera del cuerpo, era ni más ni menos que la llave que me permitía entrar a otros estados de conciencia, digamos superiores. La primera parte es la peor, esa en la que se sufre extremadamente pero una vez que se cruza, las posibilidades de trabajar con la conciencia y la mente son infinitas”, dijo a Las12 la mañana del último domingo, mientras se distraía soñando con alquilar un departamento en alguna calle de esta ciudad que desconocía. Algo parecido repetirá en la conferencia, como cansada de sí misma, de repetir su historia para quienes se iniciaron de pronto en el fanatismo por esa obra fugaz que ella produce y que a la vez insiste en llamar “de larga duración”. Verla caminar entre la gente bajo las luces rojas de la inmensa usina que ahora ocupa la Universidad de San Martín y que es el epicentro de la Bienal de Performance 2015 es como contemplar a una guerrera perdida, con la rigidez de la Yugoslavia comunista en la que fue educada, madre soldado, padre soldado, los dos la retuvieron en la casa natal hasta que huyó a los 29 de Belgrado. Marina elige con quien hablar, no se ajusta al protocolo, va hacia un grupo de tres mujeres que le piden besarla en los labios y accede aunque se queja de que eso ya no se usa. “Un(a) artista debería ser erótico(a)”, dice en el manifiesto personal la mujer que ofreció su vulva al cielo en una obra inolvidable pero intenta, como si pudiera, desmarcarse de cierta potencia. “Quería hacer un trabajo sobre la pornografía, pero lo encontré un poco aburrido. Entonces indagué en mis raíces balcánicas y encontré una leyenda, o quizá fue parte real de la historia de los Balcanes, por la cual las mujeres, en grupo, ofrecían sus vaginas al cielo para que parara la lluvia que hacía tanto mal a las plantaciones. Encontré mujeres de todas las edades desde 40 años hasta 86 años, te imaginás lo complicado que sería para una anciana pararse bajo la lluvia exponiendo su vagina pidiendo que la lluvia pare. Bueno, eso sucedió en la historia ancestral de los Balcanes y fue lo que reproduje en Erótica Balcánica”, dice a Las12, sacudiendo la melena que en la entrevista lleva suelta, cubriendo la mitad de esa cara hechicera que menea cuando se le plantea que la inequidad de género no es una idea si no algo palpable. “Como artista no la padezco. Me dio mucha ventaja ser mujer. Siempre me planté en este mundo masculino como alguien superior, creyéndome absolutamente que lo era y lo soy, y eso me dio resultados. Si me hubiese plantado diciendo ‘pobrecita yo’, la historia hubiese sido distinta, habría perdido mi poder natural. Nosotras ya tenemos el poder. Hablo como artista.” ¿Ser feminista es decir “pobrecita yo”? ¿Es por eso que aplaude el auditorio cuando ella desprecia suscribir esa ideología política? Algo de la magia de la guerrera de los Balcanes parece quebrarse como si pisara con sus inmensos zapatos contra un vidrio. Pero está su obra. Y ese cuerpo presente. Y la capacidad de que la experiencia del hecho artístico y el arte sean la misma, intangible, misteriosa cosa. “Es encasillar mi arte decir que es político. Es político, pero es social. Estuve en Qatar, en Abu Dhabi, y ahí quería dar una conferencia. Me dijeron que iba a ser completamente imposible que las mujeres asistieran y que ni siquiera lo podía anunciar. Yo humildemente sugerí si no podíamos al menos promocionarlo por Internet y ver qué pasaba. Se llenaron cuatro buses de donde bajaron mujeres. Increíblemente la sala se llenó de mujeres con burkas, pero que asistieron a mi conferencia. ¿Mi arte es político? No sé, en ese caso trascendió la política y creo que en general la trasciende”, como trasciende su obra a la veneración que le regalan, como atraviesan su cuerpo y sus ojos de maga, su arte como un cuchillo que no es una convención si no que lastima, hace manar sangre verdadera, sangre de la que no se lava nunca del todo, al tiempo y a las palabras.

Entrevista: Cristina Civale.

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