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Viernes, 15 de mayo de 2015

LETRAS

La ironía de la muerte

Tras 22 años de triunfos masculinos, el Premio Herralde cayó en manos de una mujer: Guadalupe Nettel (Ciudad de México, 1973) con su novela Después del invierno (Anagrama). Del machismo en la literatura –y en su prosa acelerada–, la familia disfuncional y el baño de sangre que tiñe a su país habla en esta nota.

 Por Flor Monfort

“La gente se muere, deja su nombre escrito sobre una lápida, sus vidas cesan de correr en línea recta. Desaparece el cuerpo y con él su rutina, sus necesidades, pero queda una infinidad de pruebas. Las emociones que cultivaron durante años siguen flotando en el aire: la ira, la frustración, también el desamparo y la ternura. Todas esas cosas son como garras minerales que se perciben más allá de las lápidas. No es casual que las tumbas sean tan distintas entre ellas. Ni siquiera los nichos son semejantes. Se ensucian de manera desigual. Uno tendrá manchas de grasa junto al epitafio, en otro crecerá el musgo, en otro el mármol se verá más pulcro, intacto. También la muerte tiene sus ironías: permanece lo que uno quisiera expulsar y lo que desearía conservar se olvida con rapidez.” Un pasaje de Después del invierno que condensa esa fascinación por el cuerpo, como maquinaria y fórmula matemática, pero también como desecho y enigma. ¿Qué pasa cuando no estamos más pero perdura en el aire esa bruma de lxs que fuimos? Por ese laberinto arenoso se desliza la pluma de Nettel, ágil, liviana, pero de repente increíblemente densa e inquietante. A lo largo de una década, la escritura de esta novela (ganadora del Premio Herralde 2014, lo que significa un gran espaldarazo a una carrera que venía pisando fuerte, traducciones a varios idiomas y la posibilidad de más premios) fue interrumpida por otra, El cuerpo en que nací (Anagrama), tal vez porque su work in progress así lo pedía: hacer una suerte de alegato autobiográfico sobre su propia máquina perenne, la que creció con un ojo tapado por un defecto de nacimiento y los otros sentidos hiperdesarrollados, lo que le permitió crear una gran resistencia y una fuerte e inusual habilidad para una niña, de reptar y trepar. De esas habilidades, de recrearse en un cuerpo nuevo pero siempre siendo lxs mismxs, tropezando con las mismas piedritas una y otra vez, y con una fuerte reflexión sobre aquello en que devenimos muertxs, trata entonces ésta, su última obra. Nettel hace hablar a sus dos personajes principales: Claudio y Cecilia narran la historia, donde los desencuentros y fallidos son una constante. La voz masculina está construida con la naturalidad pasmosa de quien habla desde el poder, el macho latino que, cubano y pobre de raíz, aprendió de memoria la lógica del patriarcado para replicarla a sus anchas y sin resquemores. Dice Claudio que las mujeres somos “ciudadanos de segunda” con la tranquilidad de alguien que le pide a un mozo la cuenta. “Creo que Claudio es un personaje recurrente, que todas conocemos. Disfruto mucho de las amistades con los hombres y a veces cuando llegas a ser muy amiga de ellos y te hablan sin tapujos te preguntas ‘¿cómo me está contando estas barbaridades sin tener un poco de cargo de conciencia?’. También tengo un hermano que siempre me ha contado su vida privada. Es muy extraño cómo de repente sienten que tienen mucha más libertad de acción dentro de parámetros no tan éticos. Y eso siempre me ha llamado la atención, entonces tenía ganas de hablar en primera persona, siendo una de ellos, uno de estos hombres.”

¿Cómo ves el lugar de la mujer en la escritura mainstream?

–No sé bien en el mundo, pero en México todavía tenemos muchos progresos que hacer en términos de aceptar a la mujer como un ser intelectual y a la altura de cualquier escritor. Hasta hace poco me invitaron a hablar en mesas sólo con mujeres de “literatura femenina”, y a mí eso me parece muy raro porque nunca he visto una mesa de hombres hablando de “literatura masculina”. ¿Dónde está la igualdad de género que venimos conquistando? De repente pareciera que existe un subgénero que es la literatura femenina y hay que hablar de ella. Poco a poco eso está cambiando, pero en cosas muy sutiles se notan las inequidades: a las escritoras las llaman “la” Fulana y siempre demarcando que la mujer escribe alta literatura, cuando eso es algo que se toma con total naturalidad en el caso de los hombres.

Sos mamá de dos varones pequeños y viajás por el mundo presentando tu libro, ¿sin culpa como Claudio o en una maratón desquiciada?

–Es todo un tema, porque si bien las mujeres estamos mucho más presentes en todos los ámbitos profesionales, en el editorial y en el literario siento que cada vez somos más. Hace poco estuve hablando con mi editora francesa, que tiene tres hijas, vive en Londres y trabaja en París y se toma el tren de dos horas para ir a trabajar. Y ella me decía “si yo fuera el padre sería normal que regresara solamente los fines de semana”, pero las mujeres tenemos un chip muy incorporado de que tenemos que estar ahí, y la sociedad nos pide un poco eso también. Y nosotras no nos queremos perder a los hijos. Es una época corta de la vida y muy disfrutable pero al mismo tiempo es difícil conciliarla con tus intereses profesionales y con el desarrollo de tu carrera. Para mí este momento en el que justo después del Premio Herralde he tenido una gran cantidad de invitaciones a muchos países (acabo de estar en China, en España) hay cosas a las que no te puedes negar porque sabes que son importantes: va a salir tu libro en Suecia, entonces quieres hacer promoción. Y es muy difícil, tienes que recortar los períodos de viaje para poder estar con los niños. Los míos son muy chiquitos y se quedan con el papá, porque eso también está evolucionado, veo a hombres de mi generación como mamás gallinas. Creo que los papeles familiares se están moviendo y eso también es muy desconcertante. Por un lado no quieres dar la vuelta atrás pero siempre, cuando caminas en un territorio incierto y ambiguo donde no se saben bien las reglas, da cierta angustia: no sabes hasta dónde una madre se puede permitir viajar y dejar a los niños solos y hasta dónde no. Me dicen “si fueras el padre dirías es mi carrera y tengo que hacerla, lo siento”.

¿Y dentro de tu pareja?

–Bueno, para empezar, ya no estoy en pareja (risas). Y luego sí, él es alguien que aprecia mucho estar con sus hijos y en este momento se lo puede permitir a nivel laboral pero siempre me está lanzando comentarios, a veces nada sutiles, de recriminación o de hacerme sentir culpable.

¿Lo logra?

–Hay un punto en el que sí. Ahora, por ejemplo, mi libro El cuerpo en que nací está concursando en Italia en un premio importante, el Von Rezzori, y el día de la premiación es la noche antes del cumpleaños de mi hijo. Yo vivo en el DF y esto es en Italia, claramente es complicado, y él va a cumplir 4 años. Una madre que viaja todo el año y que no puede estar en el cumpleaños de su hijo... Llega un momento donde miras tus prioridades y tienes que elegir. Ahora estoy buscando todos los boletos de avión posibles para que aunque sea matadora la conexión, poder aterrizar en México ese día, aunque sea de noche (risas).

Bueno, por lo menos te lo tomás con humor.

–Sí, porque además hay un montón de cosas buenas en el caos, no sólo los hijos que te cambian la vida: la maternidad me ordenó porque yo antes pensaba “bueno, cuando llegue la inspiración me sentaré a escribir” y ahora es “tengo de las 8 y media a la 1 y media y tengo que aprovechar ese tiempo”. Entonces si tengo que escribir algo me instalo en el café más cercano al colegio para no tener que desplazarme. Luego hay períodos en los que casi no escribo y soy normal.

¿Qué escritoras te gustan, leés, recomendás?

–En todas las épocas hay escritoras que me han inspirado. Desde Virginia Woolf, Carson McCullers, las beatniks me encantan como personajes, Diane di Prima me gusta mucho, Alice Munro, de acá Samanta Schweblin. Figuras grandes: Alejandra Pizarnik, Silvia Plath. Pero son siempre muy atormentadas, y una dice “bueno, pobres”. Sor Juan Inés de la Cruz me parece un gran personaje, su enamoramiento era con el conocimiento, y leía de todo y sabía de política y de historia y le gustaba la poesía, era un ser muy social, su única opción fue ser monja pero era la menos espiritual de las monjas. La Iglesia la fue obligando a dejar de escribir, a donar todos sus libros y a prometer que no va a volver a tomar la pluma jamás, esas historias trágicas de mujeres que se les ha condenado por saber siempre me han interesado, o que han tenido mucha competencia con su pareja, porque para una mujer inteligente no es fácil relacionarse...

Eso está en el libro, con qué hombres se relacionan las mujeres inteligentes...

–Hace poco Samanta me contó algo interesante: las dos estuvimos en China, en distintos momentos, pero las dos salimos horrorizadas. Me dijo que había leído un estudio donde se categorizaba a hombres y mujeres como ciudadano A, por ejemplo, quienes tienen estudios de posgrado, ganan más de tanto dinero, tienen casa propia. Ciudadano B no tiene tantos estudios pero tiene un negocio que va bien, gana tanto dinero, tiene casa propia. Los hombres A sólo están en pareja con mujeres D para abajo, los B están con C pero nunca con B, y las mujeres A no tienen pareja...

Que es lo que nos pasa a nosotras...

–Exacto (risas).

¿Cómo te interpela la violencia que está viviendo tu país?

–Me afecta muchísimo. Y pasa algo terrible, que es que la violencia de género ha quedado sumergida entre la violencia general, es muy difícil representarse lo que está pasando, incluso para quienes vivimos allí. Tú oyes 200 mil muertos y no te dice ya nada. Pero van 200 mil muertos y 23 mil desaparecidos. La violencia contra las mujeres quedó en una bruma. Se dice que el presidente es un golpeador, es un rumor muy generalizado, así que ya ves, en todas las esferas hay violencia, y también se golpea bastante a los niños. Y no se habla de eso por vergüenza o miedo. Las leyes que durante mucho tiempo defendían a la mujer empezaron a desprotegerla: ahora para que a una mujer le hagan caso sobre que fue golpeada tiene que llegar con el golpe y muchas pruebas. La lucha de los varones en el terreno de familia, la custodia compartida y demás, les han hecho mucho mal a las conquistas de las mujeres. Es muy inquietante, en el ámbito rural la mujer no es un ser de segunda, es un ser de cuarta. Vas por las carreteras y ves a la mujer cargando la leña como si fuera el burro y al lado ves al hombre sin nada.

¿Qué viene después del Premio Herralde? ¿Qué ambiciones tenés?

–Ahora no lo tengo muy claro, esta novela fue durante mucho tiempo mi refugio y ya está, la dejé ir, estoy medio perdida. Cuando no te pasa, lo de viajar por ejemplo, es algo a lo que aspiras, pero cuando ocurre y se convierte en una vorágine deja de ser un objetivo, y dices “tengo que equilibrar aquí” y ya no disfrutas tanto, muchas veces no puedes ni ver la ciudad a la que viajas. No fantaseo concretamente con nada, ni premios ni dinero, obviamente sí soy ambiciosa pero también soy naturalmente esforzada, estudiosa. Escribir ficción es algo que disfruto mucho. Las experiencias de vida, las más dolorosas, sirven para algo cuando las escribís. A mí se me murió un novio igual que a Cecilia, no se parecía a Tom para nada, pero cuando lo conocí estaba enfermo y todo fue en ese hospital, es casi una crónica esa parte, y sin duda ponerlo en palabras fue reparador.

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Imagen: Constanza Niscovolos
 
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