Viernes, 28 de agosto de 2015 | Hoy
La versión menos pensada: Mujercitas, la clásica novela de Louisa May Alcott, podría ser adaptada como serie de tevé distópica, futurista y superestilizada.
Por Guadalupe Treibel
Desde adaptaciones para tevé, múltiples obras de Broadway, musicales, ballets, una ópera, versión japonesa en animé y cintas varias (en 1933, estelarizada por Katharine Hepburn; en 1949, con June Allyson y Elizabeth Taylor; en el ’94, con Winona Ryder a la cabeza), las Mujercitas de la escritora –sufragista, antiesclavista– Louisa May Alcott han tenido una travesía ajetreada desde que la novela de iniciación fuera publicada en 1868. Con Jo March, hermana favorita, a la cabeza, amén de un temperamento decidido, creativo, independiente, adelantado a su tiempo. De allí que no sea de extrañar que Sony Pictures haya motorizado una nueva (y promisoria) remake sobre Meg, Jo, Beth y Amy, con la canadiense Sarah Polley a cargo del guión, y el deseo imperante de que sea ella quien también dirija. Empero, no es este proyecto el que ha dejado temblando (de miedo, ¡terror!) a lxs aficionadxs al mensaje bonachón, de amor fraternal, contención y paciencia de la historia de mil amores. Oh, no: ha sido el anuncio de la cadena estadounidense The CW, especializada en series juveniles, sobre un programa en fase de desarrollo que –de ser aprobado– vería la luz el año próximo. Se trata de “una versión superestilizada y cruda que contará la historia de estas cuatro ‘medio hermanas’, unidas para sobrevivir en las calles de una Filadelfia distópica mientras intentan resolver una conspiración que abarca más de lo que hubieran imaginado y tratan no matarse entre ellas en el proceso”. Ajá... Little women distópicas. Medio hermanas. Peleonas. Filadelfia. Conspiración macabra... Del original, ¿quedará algo?
Lo que a priori pareciera una propuesta irrisoria (ojo, lo es, pero ¿habría que darle el beneficio de la duda?) no puede sino explicarse por un momento actual donde la distopía –término cuyo primer uso documentado se atribuye al político, economista y filósofo inglés John Stuart Mill en 1868– continúa gozando de buena salud entre jóvenes y adolescentes, mal que les pese a quienes vaticinan un ocaso inmediato, el fin de una era estelarizada por el éxito de sagas literarias como la icónica Los juegos del hambre, Divergente, Maze Runner o la novela The Giver (todas correspondientemente adaptadas a formato fílmico), además de títulos como Delirium, de Lauren Oliver, la serie Matched, de Allyson Braithwaite Condie, The Uglies, de Scott Westerfeld, Dustlands de Moira Young o la trilogía Legend, de Marie Lu (todas prontas a ser fagocitadas por potenciales, posibles, presuntas adaptaciones cinematográficas). Por mencionar unas pocas olas de un tsunami en proceso, que también tiene réplicas en lo audiovisual, y entre adultxs. Porque, como bien anotó el medio The Guardian recientemente: “Estamos viviendo la edad dorada de la distopía”. Y luego: “El mensaje en todos los casos es idéntico: hemos visto el futuro. Y luce muy mal”. Lo que, en términos de desarrollo narrativo, significa: contar el cuento de gobiernos totalitarios y abusivos, gestión estatal del odio y la violencia, degradación ambiental, cambios climáticos, avanzadísimas tecnologías de biopoder, inmersión de lo real en lo virtual, vigilancia estilo 1984, entre otros cables pelados del subgénero literario; léase, historias que transcurren en un mundo antiutópico, en sociedades hipotéticas indeseables. En fin, imaginaría pesadillesca de un futuro relativamente inmediato, que funciona en cierto sentido advirtiendo acerca del imperativo de moderar los horrores actuales para evitar aquel fin posible, en miras de un pasado mañana que sería mucho, mucho peor.
Que, en este contexto, las hermanas (bueno, medio hermanas de considerar la propuesta de The CW) March acaso acaben vistiendo un look steampunk, dando patadas karateka y salvando al mundo de vaya-una-a-saber-qué-conspiración no sería, entonces, tan sorprendente. Menos aún, de considerarse la (otra) moda actual: las reversiones de los clásicos de la literatura, ambientados y narrados en la época actual, el día moderno. Una tendencia que, aunque con casos en tevé del tipo Sherlock (el detective, en la piel del estupendo Benedict Cumberbatch) o Sleepy Hollow, tiene su veta sorprendentemente exponencial en YouTube. Sí, sí, han sido las webseries las que –inspiradas y respetuosas del espíritu de su original, haciendo además buen uso de escasos recursos financieros– han dado la nota el último rato, con platea juvenil gustosa de embucharse sus múltiples producciones. Entre ellas, The Lizzie Bennet Diaries, la premiada, interactiva y actual reversión de Orgullo y prejuicio, de Jane Austen, en formato videoblog y desde la perspectiva de la querida heroína, versión 2.0. O Emma Approved, que refresca a la icónica chica Woodhouse de Emma (de nuevo, gracias Austen) como una brillante entrepreneur que dirige un negocio casamentero con su amigo de toda la vida, Alex Knightley. O Frankenstein, MD, sobre una estudiante de medicina (sí, ¡una mujer! ¡Victor es aquí Victoria!) que no cree en los límites morales o naturales de la ciencia y experimenta con dar vida a lo muerto. O Carmilla, propuesta vampírica lgbt que recupera la belleza gótica de la novela homónima de Sheridan Le Fanu de 1872. O The New Adventures of Peter and Wendy, sobre el niño que inauguró un síndrome con su negación total a crecer, amén de la pluma del escocés J. M. Barrie. O The March Family Letters sobre, ¡yeah! Mujercitas, donde las chicas envían videos-cartas a su madrecita, actualizándola de las novedades que acaecen en su día a día (actual, en 2015, aunque con resonancia directa a la línea argumental original).
En resumen: la intentona de The CW, aún en proceso de aprobación, pareciera tomar dos modelos exitosos (distopía y reimaginación) para moldear un argumento del que poco se conoce aún, y que tiene a lxs agnósticxs en vela. Si el fuego cruzado de las dos tendencias logra –mágica, increíblemente– sincronizarse amablemente, sólo el tiempo lo dirá. El periplo, de momento, suena a misión imposible.
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