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Viernes, 1 de marzo de 2002

TALK SHOW

Recelos

 Por Sandra Russo

Uno de los extraordinarios tormentos del amor, según Jeanne Moreau, los celos son democráticos y atacan a todo el mundo, aunque han sido estigmatizados como enfermedad burguesa: basta el dato de que, se calcula, que uno de cada cinco crímenes es de orden pasional, es decir motivado por los celos o el abandono (suelen ir en yunta), casi siempre cometidos por varones, y tanto víctimas como victimarios pertenecen a las distintas clases sociales.
Se habla de celos salvajes, feroces, incontrolables; se dice de ellos que muerden, envenenan, enloquecen. El celoso es un monstruo que se engendra a sí mismo, definió Shakespeare en Otelo; para los celos no hay pasado ni futuro, lo que los motiva siempre está en presente, opinó Proust con la misma claridad con que reconoció: uno encuentra inocente el desear y atroz que desee el otro... Como quiera que sea, los celos devoradores, nacidos de y alimentados por el deseo enfermizo de la posesión absoluta del ser amado, no son para bien vistos, por lo que el/la celoso/a tiende a negarlos, a ocultarlos en sociedad, en tanto que en la intimidad los justifica con mil protestas de amor.
Claro que no todos los que sufren el dolor lacerante de los celos son paranoicos sin remedio. Como Jeanne Moreau (Los celos, de Madeleine Chapsal, Emecé) hay quienes experimentan esporádicamente, inesperadamente esa embestida virulenta que provoca “una atroz sensación de violencia que te sacude de la cabeza a los pies, el cuerpo entero empieza a temblar, estás a punto de perder le conocimiento...”.
Innumerables novelas, poemas, ensayos, piezas teatrales, films, óperas, canciones populares han sido –lo son aun– motorizadas por ese sentimiento que según Roland Barthes hace sufrir cuatro veces: por ser excluido, por ser agresivo, por estar loco, por ser vulgar... Sin embargo (Proust de nuevo), se asegura que los celos redoblan el amor. O demuestran que la pasión existe verdaderamente: “Titus está celoso, Titus está enamorado”, deduce Racine en boca de Bérénice...
Esto es lo que se cree Nelly frente a los primeros celos de su marido Paul en el film El infierno, de Claude Chabrol. Esta obra maestra que se mete –y mete al público– en la mente de un paranoico, proviene de un proyecto que el director heredó de Henri-Georges Clouzot, a quien un infarto impidió completar un rodaje que había comenzado con Romy Schneider y Serge Reggiani, en 1964. Chabrol se entusiasmó con la idea de hacer vacilar, moverle el piso al espectador. De modo que repasó Bigger than Life, de Nicholas Ray, y sobre todo, El, de Buñuel, actualizó la historia y los personajes y se lanzó a la realización de El infierno. Título que no solo alude al dolor terrible del propio celoso, y al que provoca en la persona a la que quiere poseer en exclusiva, sino también a los siete círculos del Dante, que se comunican entre ellos formando una espiral. “Esa es la figura que traté de obtener”, dice el realizador, “creo que lo logré a partir del quinto, porque previamente los círculos son más amplios (...), después de los dos primeros círculos, el tiempo se distorsiona (...) Traté de identificar al espectador con la locura del personaje, mostrar la posibilidad de que cualquier ser humano puede caer en la paranoia total”. Pese a las penurias de su Nelly, Emmanuelle Béart (en la foto junto a Chabrol) disfrutó mucho de la libertad que le otorgó Chabrol, que estimuló la inventiva de la actriz, si cabe más bella que nunca en El infierno: “Es un personaje muy vivo, carnal, al que le gusta reír, la vida, el amor; que necesita ser amada, ser mirada. Tiene su lado exhibicionista, brilla especialmente cuando se siente admirada”. Al comienzo, los celos de Paul son como una prueba de amor. Hasta que, sutilmente, se va produciendo el pasaje a la violencia, el descontrol, la locura del marido. Los estragos de los celos, ese monstruo que nace de sí mismo y desde esta ficción perturba al público, lo desliza hacia la ambigüedad, la confusión. Como dice Béart, “la inocencia se mezcla con la posible culpabilidad”.

El infierno se proyecta en la Sala Lugones, del Teatro San Martín, el lunes 4 de marzo, a las 14,30, 17, 19,30 y 22, a $ 3 (100”)

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