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Viernes, 4 de febrero de 2005

TALK SHOW

Del barrio de las vengadoras

Entre el bolero y la ranchera, ella se encrespa cuando se dirige a los hombres desatentos, traicioneros, maltratadores. Mientras que en el bolero tradicional se expresa la nostalgia por el amor perdido, el dolor de la separación inevitable y entre lágrimas se sobrevive, Paquita la del Barrio –en la mayor parte de los temas que hace– ataca a los desconsiderados sin miramientos, llegando a desmadres como el de Rata de dos patas (“Infrahumano,/ espectro del infierno,/ maldita sabandija/ cuánto daño me has hecho (?) Maldita sanguijuela,/ maldita cucaracha/ que infectas donde picas,/ que hieres y que matas”).

La madura y maciza cantante mexicana –que ya lleva 23 discos grabados y que se ha presentado en muchos países latinoamericanos (no en el nuestro, inexplicablemente) y cuyo suceso llegó a España bajo el padrinazgo de Almodóvar– inventó un subgénero musical dentro de la ficción amorosa cantada: el improperio desafiante, el denuesto casi sin atenuantes, la catarsis revanchista hacia los machistas. Allí donde el bolero habla de arrancar la vida con un último beso de amor, del miedo atroz de perder al ser amado, del alma que se entrega solamente una vez con dulce y total resignación, Paquita la del Barrio se despacha irascible –y muy entonada– con un “arrástrate a mis rodillas,/ te quiero ver llorando sangre,/ vas a pagar lo que me hiciste”. Y si el infiel osara volver y pidiese compasión, ella está preparada: “Te aplastaré como a un gusano/ y ya después te enterraré/ en el pasado”.

No todas las letras de esta mexicana zafadísima tienen el mismo voltaje de agresividad, y por otra parte, en sus recitales no deja de hacer algún clásico más tranquilo como Amor perdido, pero su éxito entre las mujeres se basa sobre todo en su actitud de desquite, sin pelos en la lengua, tirando a incontinente. Francisca Viveros Barradas –tal su nombre en los papeles– cantaba “desde chamaquilla en Veracruz”, pero descubrió el filón del berrinche “una vez que iba en el carro con mi segundo marido, disgustada con él, como casi siempre. Puse el casete de Chelo Silva y cuando la oí cantar Cheque en blanco, empecé con los lagrimones. Decidí aprenderla e interpretarla en mi negocio”.

Antes de tener su propio boliche en el barrio de Guerrero, Ciudad de México (Zarco 202, 5583-8131), donde canta desde hace muchos años los viernes y sábados a sala llena, Paquita formó un dúo con su hermana Viola. Muy joven se casó enamoradísima y, después de tener dos hijos, descubrió que su presunto marido ya estaba legalmente matrimoniado. Lo dejó en el acto. Las cosas le fueron mejor con el segundo (y auténtico) cónyuge, Alfonso Martínez, una larga unión que duró hasta la muerte de él, en el 2002. Pese a que en ocasiones Paquita, desde el escenario, le lanzaba su ya famoso latiguillo: “¿Me estás oyendo, inútil? ¡No te escondas que va por ti!”, Alfonso no se daba por aludido y la ayudaba a elegir las canciones más belicosas, entre los centenares de letras que le hacían llegar sus admirador@s.

“Paquita representa la respuesta femenina al México casto y común, donde las mujeres cantan sólo si son unas ‘perdidas’ profesionales o si están lavando la ropa. Y donde los hombres disponen de libertad y repertorio para abordar en público los problemas que les causan las mujeres”, anotó en el diario español El País (26/8/2000) el escritor mexicano Juan Villoro acerca de esta señora que actúa ataviada con trajes de terciopelo negro bordados en pedrería para hacer temas tan celebrados como Tres veces, dedicado a un marido indiferente: “Tres veces te engañé:/ la primera por coraje,/ la segunda por capricho,/ la tercera por placer./ Y después de esas tres veces,/ no quiero volverte a ver”.En sus recitales y en sus discos, Paquita, para matizar, puede ponerse picarona y toma la iniciativa, como en Invítame a pecar: “Invítame o te invito,/ quiero estar junto a ti,/ quiero sentir bonito”. Pero lo habitual, lo que fanatiza a su auditorio es que cargue contra ellos. No sorprende, entonces, que su último CD –que aún no llegó a estos pagos– se llame Hombres malvados. En ese territorio emocional del bolero, donde se impusieron unas cuantas damas bravías, Paquita ha hecho de la rabieta un estilo desfachatado, en el que a veces no falta un dejo humorístico.

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