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Viernes, 10 de mayo de 2002

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Un marido idealizado

 Por Moira Soto

Dejarse encantar por Oscar Wilde es una de las proposiciones más felices de la actual cartelera teatral, en la que figura su pieza Un marido ideal, sagazmente adaptada por James Murray, responsable asimismo de la oportuna puesta en escena y de la interpretación de un personaje clave, Lord Goring, “el primer filósofo bien vestido en la historia del pensamiento” (según apunta en sus indicaciones para el escenario el propio autor). Citando a Stevenson, dice Borges que hay una virtud sin la cual todas las demás son inútiles, y esa virtud es, claro está, el encanto: “Largos siglos de literatura nos ofrecen autores harto más complejos e imaginativos que Wilde; ninguno más encantador. Lo fue en el diálogo casual, lo fue en la amistad, lo fue en los años de dicha y en los años adversos. Sigue siéndolo en cada línea que ha trazado su pluma”. Ese agrado irresistible y constante brota generosamente en Un marido ideal, obra que se desarrolla en un día y medio, a través de cuatro actos breves, y en su transcurrir resplandecen epigramas famosos, con frecuencia citados fuera de contexto, como: “Vulgaridad es el comportamiento de los demás”; “Todo hombre tiene su precio”; “Amarse a uno mismo puede ser el comienzo de un romance eterno”; “Lo único que se puede hacer con los buenos consejos es transmitirlos”.
De El marido... se conoció hace poco una deslucida trasposición cinematográfica dirigida por Oliver Parker, con un cast equivocado –salvo en el caso de Julianne Moore– y previamente, en 1948, tampoco acertó con el ritmo Alexander Korda conduciendo a Michael Wilding y Paulette Godard. Con acotados recursos de producción que se han concentrado sobre todo en el cuidado vestuario, James Murray le saca lustre a un texto que no sólo ha mantenido intacta su frescura humorística (se estrenó en 1895) sino que además resulta de una actualidad casi inquietante en el plano argumental (se plantean dos casos de corrupción política, y aunque el segundo no se concreta, está ligado a la Argentina), y por cierto la clara mirada moral de Wilde (en la ilustración caricaturizado en su época por Max Beerbohm) permanece vigente.
Como muchas de ustedes recordarán, esta pieza narra el caso de un marido idealizado por su impecable mujercita, encumbrado y respetado en el ámbito político, cuyo perfecto bienestar privado y público es amenazado por una falta de juventud. El pasado se presenta bajo la forma de Mrs. Cheveley, una consumada femme fatale victoriana que tiene las pruebas de la venta de un secreto de Estado que perpetró el pretendido esposo ideal. Y el precio por no revelar esa mancha es que Sir Robert Chiltern, el hombre al que mujer y mucha otra gente tiene sobre un pedestal, cometa un fraude. Aterrado, Chiltern, después de una débil resistencia, acepta el trato. Afortunadamente, los buenos oficios del amigo Lord Goring (otrora víctima de Cheveley), con alguna ayudita del azar, evitarán la catástrofe sin soslayar el conocimiento de la verdad por parte de la hiperexigente Lady Gertrud Chiltern, que se vanagloria de no cambiar nunca. Esta señora está lejos de ser el personaje femenino más interesante de la pieza, con esa fastidiosa manía de excelencia, con esa intransigencia que le reprocha cortésmente Goring.
Más humanas, divertidas e inteligentes resultan sin duda Mrs. Cheveley y Miss Mabel, hermana menor de Robert (estupendamente interpretadas, respectivamente, por Maite Núñez y Liu Dambolena). De la primera ya se dijo que es una malvada disfrutona, a la que la aburre infinitamente que le hablen de moral. Mabel, por su lado, es una chica sincera y espontánea,con gran sentido del humor, que hace sus propias elecciones en una sociedad hipócrita, de pura fachada y que se atreve a proclamar su amor por Goring en sus narices (“Lo sabe todo Londres menos usted; es un escándalo público mi manera de adorarle, no me queda ya ni sombra de reputación”) y cuando éste le avisa que es extravagante, ella le retruca: “Yo también”. Sobre el final, cuando todo parece volver a su lugar, pero -como dice Robert– para empezar otra historia la pareja protagónica, Mabel acepta que Goring no tenga carrera: lo que menos quiere es un marido ideal.

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