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Viernes, 14 de junio de 2002

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Un cuerpo a la carta

 Por Moira Soto

¿Lifting o no lifting?: según la revista francesa Elle, en algún momento, rondando los 40, todas las mujeres se plantean este dilema presuntamente estético. En verdad, la inquietud se extendería más allá del alisado de la cara, porque el menú es hoy casi ilimitado y la presión mediática incesante: befaroplastia, mastopexia, dermolipectomía, botox, silicona, láser, colágeno... Todo sirve para obtener perfiles seriados en cualquier zona del cuerpo cortando, estirando, rellenando, succionando, emparchando, zurciendo. Según la publicación citada, la edad ideal para empezar a intervenirse son los 18 (lipos, prótesis mamarias), mientras que para retocarse los párpados se sugiere empezar a los 40; óvalo y cuello se merecen un tirón alrededor de los 42. En nuestro país, entretanto, siguen apareciendo regularmente notas en diarios, revistas y TV que dan cuenta detalladamente de las renovadas propuestas de la cirugía estética. Y un raudo zapping por los canales abiertos (y alguno de cable como Plus Satelital) es más que suficiente para comprobar cuántas conductoras, actrices, modelos, vedettes devenidas conductoras, etc., han pasado por el bisturí despersonalizador, por la inflación del colágeno o la silicona.
Hace un año, Rosa Montero, después de un viaje por Latinoamérica, regresó a España impresionada por el auge de este tipo de refacciones en “las clases medias y pudientes”. Para la escritora, “un auténtico frenesí mutilatorio, una fiebre por el bricolage corporal de hordas de mujeres y tropillas de hombres dispuestos a alterar la realidad y a fingir que son otros a un coste feroz en carne y sangre”. Montero señala que “nunca había visto a las argentinas, que siempre han sido guapas, tan morrudas y turgentes como ahora”.
Muy de vez en cuando, alguna película –como Brasil o La muerte le sienta bien–, algún telefilm se animan a cuestionar o satirizar esta dependencia de tantas mujeres que se arriesgan a sucesivas cirugías que terminan por convertirlas en falsificaciones seudorrejuvenecidas de sí mismas. Pero es raro que el teatro se ocupe de esta problemática generada y alimentada por lo que es ya toda una industria (clínicas, cirujanos, proveedores). Un busto al cuerpo (Celcit, Bolívar 825, sábados a las 21 y domingos a las 20, a $ 5) es una incisiva comedia que gira exclusivamente, exhaustivamente en torno al culto de la propia imagen, a través de tres personajes femeninos: Cristina 1, cuarentipico; Cristina 2, treintipico, y Cristina 3 (hija de 1), teenager.
La primera parece tener muy claro que no hay que ceder a las presiones y lamenta que la segunda se quiera “inflar las tetas” para trabajar en la TV. 2 le recuerda a 1 que ella usa un aresenal de cosméticos al tiempo que intenta mostrarle un catálogo de prótesis. “El cuerpo es un campo de batalla, combato del lado de los desposeídos: frente a la injusticia, estoy junto a otras mujeres, a las travestis...”, sostiene 2. En medio de alguno de los debates aparece Cristina 3, decidida a achicarse sus generosas lolas, confundiendo aún más a su madre. El delirio va in crescendo hasta que finalmente 2 se opera, pero se hace colocar una sola prótesis; “Es para demostrar que me da lo mismo cualquier medida”, se justifica desafiante la ahora despareja mujer cuando la adolescente la increpa: “Es un acto de terrorismo anatómico”.
Frente a la posibilidad perturbadora de cambiarlo, dice el autor, el cuerpo se ha vuelto problemático. La directora de Un busto..., Teresita Galimany, apunta en el programa: “Caos, miseria, desocupación. Crisis, hambre, depresión, ¿a quién le importa una teta más o menos, un muslo bien torneado, un culito parado? ¿A nadie?, ¿a algunos?, ¿a todos? En medio del desastre, las listas de espera en hospitales para cirugías estéticas de todo tipo siguen creciendo...”
Correctamente actuada por Susana Varela, Norma Peña y Patricia Maddonni (foto), el potencial humorístico de Un busto... habría quizás requerido un punto más de delirio, de desmadre cómico en sus intérpretes. Pero aun en el tono medio elegido, la pieza divierte de manera incitante, con ritmo sostenido.

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