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Viernes, 15 de agosto de 2003

TALK SHOW

Cuidado con las imitaciones

 Por Moira Soto

Su segunda piel fue un maillot negro sedoso que la ceñía de los pies a la cabeza y zapatos de tacones al tono. Pero ella tenía una primera piel, nívea, que pudo ver, abatatado, el asistente del director Marcel L’Herbier, Jacques-Catelain y lo contó así en sus memorias: el tipo debía pasar a buscar al cineasta por la casa de la vedette y llega hasta el lugar, alguien le abre la puerta y desde el pasillo ve un cuarto tapizado de terciopelo púrpura y en su centro, un diván cubierto de pieles de oso negro. Sobre el mueble, reclinada, desnuda, “de una blancura que habría hecho enrojecer de envidia a la Olimpia de Manet, la amante de los villanos, inmóvil, los ojos cerrados. A su lado, un hombre leyéndole pasajes de la pieza teatral, Miracles, que estaba escribiendo. La bella me tendió la mano para que se la besara...”.
Así era –en los años ‘10, ‘20 del siglo pasado– Musidora, una artista completa, que además de interpretar magistralmente a Irma Vep (foto) en la serie Los vampiros (que la Cinemateca Argentina ofreció en la Lugones, en marzo pasado), de Louis Feuillade, con aquel maillot que sublevó los ratones del gran público, se inventó un personaje en la vida llamada real. Es decir, ella cultivó divertida, durante unos años, el mito que eclosionó en la serie, pero que no salió precisamente de la nada (dicho esto sin negar el enorme talento poético, subversivo, cinematográfico de Feuillade y su ojo certero para elegir a Musidora, y a otras actrices).
Anotada como Jeanne Roques al nacer en París en 1889, Musidora pescó su seudónimo en el Fortunio de Gautier. Desde bastante chica siguió cursos de bellas artes y de canto, y muy pronto empezó a trabajar, bailando y cantando en cabarets y teatro. Ya había llegado al Folies Bergère (de ahí sus desplazamientos ondulantes y su manejo de la mímica) cuando ingresó a la Gaumont y debutó bajo la conducción de Feuillade en Le Calvaire (1911) y luego hizo una serie de películas en las que su provocativa belleza y su mirada sin fondo no pasaron inadvertidas. Pero el hechizo se volvió irresistible cuando empezó a ondular, a escurrirse en el paisaje urbano nocturno para realizar atentados diversos contra los satisfechos burgueses, siempre al lado de algún jefe de una sociedad secreta de alcances imprevisibles y métodos anarquizantes. Irma Vep, creativamente homenajeada por Olivier Assayas en el film que lleva su nombre recientemente estrenado, fue una especie de sediciosa política y sexual (no por nada la serie fue acusada de desmoralizante por un jefe de policía nada tonto, desde su óptica).
Así como Irma Vep tenía una doble vida y de día cumplía funciones en empleos anodinos, Musidora, además de actuar, hizo otras cosas –a cualquier hora– menos convencionales para una mujer en las primeras décadas del XX. Además de sus incursiones en el music-hall, fue guionista, poeta, novelista, realizadora, investigadora de la historia del cine en la Cinemateca Francesa, y autora de un delicioso libro de souvenirs: La vie d’une vamp (1950).
Menos polifacética, Maggie Cheung, la protagonista de Irma Vep, actualmente en cartel, ha trabajado como loca en el cine, sobre todo cuando era veinteañera (¡70 films de todo tipo en 10 años!), y ya había sido avistada por directores como Wong Kar-Wai, Ann Hui o Stanley Kwan cuando Assayas la eligió para esta historia de un director en baja, más bien border, que quiere hacer una remake de Los vampiros. En Irma Vep, supuestamente Maggie Cheung se interpreta a sí misma (entrando al personaje de la vamp) con sumo encanto. Pero que no nos vengan a decir,como escribió más de uno, que se parece mucho a Musidora. Cheung tiene su gracia innegable, pero le falta eso, eso, eso que tenía presos a los miles de espectadores que semana a semana llenaban el gran Gaumont Palace de París para no perderse ni un episodio de Los vampiros.

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