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Viernes, 25 de septiembre de 2015

Economía del privilegio

 Por Blas Radi*

Desde los estudios trans se objeta el uso instrumental que la academia queer (y feminista) hace de las personas trans. Es decir, se cuestiona que las personas trans son introducidas como medio (generalmente para hablar de identidad e ilustrar la construcción social del género) para fines tales como desmontar el patriarcado y la homofobia. Sin duda, son empresas que harían de este un mundo mejor pero que dejan intactas las condiciones de existencia de las personas trans.

En la conferencia que la profesora Butler dictó en Untref, tuve oportunidad de preguntarle qué respuesta da a este tipo de críticas –que también aplican a su obra– explicitando que mi interés apuntaba sobre todo a los varones trans y considerando que para las personas trans “caminar juntxs” (expresión que ella había utilizado en su exposición) con feministas, gays y lesbianas cis (o sea, aquellas que no son trans) implica, en general, el mantenimiento de un modo devaluado de existencia.

Me explico. Estoy hablando de cisexismo, es decir, del sistema de exclusiones y privilegios simbólicos y materiales vertebrado por el prejuicio de que las personas cis son mejores, más importantes, más auténticas que las personas trans. Esta dinámica de poder se actualiza a diario en la academia y fuera de ella. La visita de Butler a San Pablo y a Buenos Aires es apenas un ejemplo en el que se expresa esta economía del privilegio, pero uno muy útil porque adquirió carácter público. Así es que el I Seminario de Teoría Queer brasilero fue bautizado “cisminario” porque no había personas trans –aunque se hablaba de ellas– y en Argentina, el conversatorio sobre “imbricación de los regímenes de opresión: género, sexualidad, raza, clase” estaba a cargo de inclasificables y escurridizxs sujetxs inestables... ah, no, eran investigadoras blancas, cisexuales, universitarias y capacitadas. Ante la crítica, hubo quienes se enojaron y exclamaron ¿por qué debería haber personas trans? Acaso la pregunta debería ser por qué no es un problema que no las haya. O bien, por qué es un problema que las personas trans lo señalen. Lo más perverso es que la ausencia de las personas trans en estos espacios no es una desaparición a secas, sino que ellas aparecen encadenadas a la órbita del feminismo y la teoría queer, pero sólo en tanto objeto de estudio y medio para hacer más vivible la vida de otrxs.

Volvamos al auditorio de Untref. Butler no dijo ni una sola palabra sobre los varones trans y eludió por completo la dimensión epistemológica de la pregunta formulada. Con relación al aspecto político, insistió en el valor de mantener la alianza contra “opresiones mayores”. ¿Qué quiere decir esto? Quiere decir que aunque las lesbianas feministas –Butler incluida– han sido muy críticas con las exclusiones operadas desde el feminismo heterosexual (bajo la excusa de la idea de universal de mujeres y las opresiones de las mujeres en tanto tales), las personas trans deben abrazar el estado de indigencia ontológica en el que teóricxs queer y feministas lxs ubican porque estxs últimxs también sufren. Es curioso cómo se activa este doble estándar cuando la opresión afecta a otrx.

Si hubiera un “efecto Butler”, quisiera que fuera el de poner en evidencia estas relaciones asimétricas de poder inherentes a la teoría queer y el feminismo. Por mi parte, no puedo llamar a quebrar una alianza que no existe. Sí invito a las personas trans y a quienes pretendan revisar y transformar la indagación académica y/o cuestionar y renovar los mecanismos de construcción de las agendas políticas locales, a deshabitar estos espacios y construir desde otro lugar.l

* Filosofía y Letras, UBA.

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