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Viernes, 2 de diciembre de 2005

La fraternidad del 36

Por Carolina Sborovsky *

Es otoño y es de siesta: un hermoso combo de fiaca. Dentro del colectivo que nos cobija hace luz naranja, como de película sueca. Evoco qué me da placer. Coger, comer, bailar, primero. Después, la música, el agua, mis amigos. Pisar el césped descalza, el olorcito a bebé, el helado de dulce de leche, usar polleras floreadas en verano, el sol a través de la ventanilla en otoño aquí y ahora en el 36, yendo temprano a la facultad con los músculos cansados después de haber bailado, con la cabeza repiqueteando contra el asiento, ladeada como los perritos, al compás de los adoquines que me masajean el cráneo y me adormecen, plácida, con la convicción que el Gran 36 sabe adónde va y, con él, todos nos deslizamos hacia alguna parte. No se puede hacer nada más que dejarse llevar y disfrutarlo, como los bebés que se calman con el andar del auto porque (dicen) les trae señales de cuando dormitaban tibios y acuosos en la panza de sus mamás. Como a ellos –y ahora que los nombro vuelve el olorcito–, la carcaza roja del 36 nos envuelve, nos arropa en un interior cálido, que nos suspende del tiempo en un entreacto entre dos actividades, dos espacios.

No se trata de un detenimiento soso, el trayecto en bondi tiene su aventura, sus picos de suspenso en la curva dramática: la pugna por el asiento que se libera, los que le sacan el cuero al que recién bajó, ¿adónde irá este bomboncito que subió conmigo?...

Adoro sentir que se va creando una cierta fraternidad con estos N.N. Bailamos juntos en las frenadas, las curvas, los pozos. Compartimos la sensualidad extraña que provoca la vibración del colectivo en el asiento. Mi respiración se sincroniza con la de al lado, se juntan los vahos, vemos los mismos paisajes. Incluso hice un pacto imaginario con estos anónimos: ellos se dejan mansos que yo especule sobre sus vidas y, a cambio, trato de que mi mirada no los incomode. Entonces armo mi apuesta interna: “Esas dos viejas que tienen el mismo color de pelo seguro que son hermanas, se deben teñir una a la otra con el mismo pomo”, “me juego cualquier cosa que este pibe que sube la tiene enorme, se le nota en la cara”. Y así deslizo mi viaje. No quiero llegar. No quiero que el viaje se termine. Me gustan las road movies donde lo que importa es ir hacia algún lado. Estar yendo.

* Carolina tiene 26 años, es licenciada en Letras y su colectivo fetiche es el 36.

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