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Viernes, 11 de mayo de 2007

Las legendarias ocho horas

Ahora estoy peleando por la reincorporación”, dice Juan Pablo Juárez, mientras le pone la película Lo que el agua se llevó a su hijo Santiago de tres años. Un conflicto gremial con Farmacity se llevó su empleo y, también, el recuerdo de las ocho horas laborales. “Los domingos trabajaba dieciséis horas corridas”, dice, de corrido, Juan Pablo, que además de vivir en Farmacity tenía que ser papá de Santiago y estudiar en la Facultad de Ciencias Económicas de la UBA. La precarización de los y las estudiantes universitarios generó la adhesión de la FUBA en la toma del local de Corrientes y Angel Gallardo, el 13 de abril pasado.

Pero las condiciones de trabajo no sólo se vinculan con la posibilidad (o no) de estudiar, sino con el derecho a ser mamá de las trabajadoras y con la salud. “En ese local funcionaba una droguería ilegal (porque no pueden estar en el mismo lugar que una farmacia) y por eso tomamos ese establecimiento”, explica Juan Pablo. “El trabajo es precarizado y nosotros necesitamos tiempo para estudiar y para nuestras familias. Ahora se están dando los últimos pasos para que volvamos a trabajar en diez días hábiles en una droguería que se va a abrir, pero sólo ocho horas”. Santiago agradecido. Su papá no va a ser sólo una película. Y los derechos laborales, una de dibujitos animados.

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