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Lunes, 15 de octubre de 2007

CONTRATAPA

García, el boxeador tupamaro

Campeón panamericano en 1963, militante social, preso de la dictadura uruguaya, fue secuestrado en la Argentina en 1974 y su cadáver apareció acribillado en Canelones. Centella, el club montevideano donde tiró las primeras piñas, le rinde homenaje rescatando su memoria.

 Por Gustavo Veiga

La medalla de oro le colgaba a la altura del ombligo. Era peso mosca y los mosca, se sabe, son bajitos, metro sesenta y pico. Gualberto Floreal García la había ganado en los Juegos Panamericanos de 1963; una de las trece (cuatro doradas) que Uruguay conseguiría en San Pablo, Brasil, para clasificarse sexto, un escalón debajo de Cuba, que respiraba los nuevos aires de su revolución. Cuentan las crónicas de la época que el crédito del barrio Los Olivos, cuando llegó al aeropuerto de Carrasco, se negó a subir a un viejo Cadillac que lo aguardaba para mostrarse por las calles de Montevideo. El prefirió un camión compartido con sus amigos. La anécdota lo define con precisión quirúrgica, la misma que tuvo para derrotar por puntos al brasileño Pedro Días en aquella final.

“La decisión de los cinco jurados fue unánime”, informó el diario uruguayo La Mañana. La inconfundible voz de Buck Canel, un relator de origen hispánico, referente de las transmisiones deportivas en Estados Unidos, mantuvo en vilo a toda su familia por la radio. Hasta que, de pronto, aquel 4 de mayo de 1963 se escuchó: “Gualberto Floreal García, campeón panamericano”.

Un año después, en vísperas de los Juegos Olímpicos de Tokio, el mejor boxeador del club Centella se bajaría del viaje. “¿Qué le pasó a ese deportista disciplinado, que nunca faltaba a sus entrenamientos, que no tomaba ni fumaba, que aceptaba las normas más duras desde los primeros años de entrenamiento?”, se preguntó el periodista Nelson Lista, del diario vecinal Periscopio, que se edita al otro lado del Río de la Plata, el 20 de mayo de 2006.

Aún hoy, no encuentra una respuesta que lo convenza. “No está claro por qué renunció”, se interroga desde Montevideo cuando lo consulta Líbero. ¿Una hipótesis posible? Las promesas incumplidas de los directivos del boxeo que no le consiguieron un trabajo mejor remunerado. O acaso, la que cuenta Uruguay, uno de los hermanos de Floreal (a quien se lo conoce más por el nombre del célebre cantor de tangos, que por Gualberto): “No estuvo de acuerdo con el cambio de técnico que hicieron los dirigentes. Ellos sacaron a Pedro Carrizo, que era del club Olimpia y con quién él se sentía a gusto, y colocaron a Francisco Costanzo, que era del club Nacional”.

Lista cita en su extenso e interesante artículo el testimonio de Rocío, la cuarta de los hermanos García: “Cuando él dijo que no iba a Tokio, no habló más. Después vinieron a buscarlo mil veces y no había caso, era de una sola palabra”. Esa es la bisagra que marcó un antes y un después en la carrera boxística del campeón uruguayo. Ni Tokio, ni los Juegos Olímpicos estaban marcados en el itinerario que imaginó. Sí Minas, la principal ciudad del departamento de Lavalleja. Allí donde vivía uno de sus inseparables amigos, Hugo “Pocho” García.

Pasaron siete años, los puños de Floreal ya eran un lejano recuerdo en el Boxing Club Canillitas o Peñarol y su medalla de oro se transformó en una estadística. El se había bajado del ring, pero mantenía la guardia en alto. Sus peleas irían cambiando de escenario. De la fábrica textil Cuoopar a la militancia en Tupamaros, su tránsito fue tan rápido como las victorias que acumuló con los guantes en sus comienzos.

En 1971 resultó detenido y terminó en la cárcel de Punta Carretas. Desde allí, el 11 de septiembre de ese año, escaparon 106 guerrilleros y cinco presos comunes. Floreal se quedó adentro. Sus compañeros le habían sugerido que no se fugara porque tenía chances de salir en poco tiempo. Hoy, en donde se levantaba el penal, funciona el shopping más exclusivo de Montevideo.

En febrero de 1972, tras su liberación, viajó hacia el exilio en Santiago de Chile. Se le sumarán después su compañera Mirtha Yolanda Hernández y su pequeño hijo Amaral. El golpe de Augusto Pinochet, estimulado por los Estados Unidos, provocó un nuevo exilio de los García, esta vez en Argentina. Sería la anteúltima escala de la pareja. El 8 de noviembre de 1974, Floreal, Mirtha y tres militantes uruguayos más (Graciela Estefanell, Héctor Brum y su esposa María de los Angeles Corbo), fueron secuestrados en Buenos Aires y trasladados al Uruguay. “Yo ya estoy jugado”, le advirtió el ex boxeador a su cuñado Carlos la última vez que lo vio, camino a la casa donde se ocultaba.

El final del campeón panamericano que militaba en el Movimiento Nacional de Liberación Tupamaros lo informaron los diarios uruguayos con la misma letra de molde con que habían ensalzado su éxito del ’63 en San Pablo. El País tituló: “Soca: encuentran cinco cadáveres acribillados”. Soca es una pequeña localidad de Canelones, donde el 20 de diciembre de 1974 apareció fusilado Floreal junto a sus compañeros. Lo habían torturado con saña. Sus secuestradores también lo separaron de su hijo Amaral.

Juan Gelman rescató su historia en la contratapa de Página/12 el 22 de mayo de 1998: “Amaral García –que se sepa– fue el primer chiquilín secuestrado en la Argentina en 1975. Asesinaron a sus padres y llegó la orden de asesinarlo también a él: tenía cuatro años, sabía hablar y decir su nombre y apellido. Es decir, era peligroso. El asesino designado, como en el mito de Edipo y algunos cuentos infantiles, no se atrevió a matarlo y lo llevó a algún lugar del interior”.

En la actualidad, Amaral es camarógrafo de TV Ciudad, el canal de la intendencia de Montevideo. Su papá, aquel cuya medalla dorada encandilaba desde una fotografía tomada hace 44 años, tiene el nombre de una pequeña plaza circular en la intersección de las calles Torricelli, Chapicuy y Emilio Zola, del montevideano barrio Las Acacias. Juan Gargiulo, el actual presidente del Centella donde Floreal tiró las primeras piñas, justificó el homenaje: “El club entendió que había que hacer justicia con uno de sus socios”. La historia del militante popular también lo merecía.

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