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Lunes, 7 de enero de 2002

Lo que importa es respirar

Por Diego Bonadeo
Hasta qué punto vale para el fútbol el título con que encabezó la nota de la semana pasada en Página/12 el compañero Mario Wainfeld –”Lo mejor del 2001 es que ya termina”– si, en términos de performances, la casi inédita campaña del Seleccionado Nacional en las eliminatorias para el Mundial del 2002 puede para muchos ser un argumento casi irrefutable?
Es que aunque Mario no haya hecho ninguna referencia futbolera, y su análisis pasaba por las cuestiones acuciantes para los argentinos en las últimas semanas, en medio de las crisis –valga el plural, porque singularizar sería pijotear la dimensión del drama– no pocos no solamente pudieron afirmar, y por allí no sin razón, que aunque casi todo está muy mal en la Argentina, no sólo el Seleccionado se clasificó con holgura para Japón–Corea sino que en medio del amuchamiento para decir “Basta”, también los hubo para decir “Racing campeón”. Es algo así como asumir que estamos muy mal, casi peor que casi siempre pero que, sin embargo, así como aparecen o siguen vigentes deportistas milagrosamente diferentes, o músicos y artistas en general de los buenos y de los muy buenos para todos los gustos, también las nuevas camadas de futbolistas –y las no tan nuevas– parecen querer priorizar el atrevimiento a la precaución. Como debe ser en el fútbol. Como debiera ser en todo, si el atrevimiento supone creatividad e imaginación, y no simplemente osadía mediática.
Pero volviendo a la idea de que “lo mejor del 2001 es que se terminó”, queda aún por dilucidar si el perverso año impar que se fue ha sido bueno, regular o malo para nuestro fútbol. Antes que nada es imperioso entender que la mayoría abrumadora de quienes integraron la Selección Nacional no forman ya parte de lo que es el fútbol argentino, aunque preserven casi todos ellos el sello vernáculo, y de allí su distinción. Y enseguida hay que hacerse cargo de que, pasiones aparte, la temporada local 2001 ha sido de las peores en varios años, sólo quizá comparable a aquella de 1995, cuando fue campeón el modesto San Lorenzo. Por cierto mucho más modesto que el último San Lorenzo campeón, el de la primera mitad del 2001.
La Selección Nacional, que de a ratos conformó a casi todos y a veces a casi nadie, no fue un espejismo, pero sí una excepción. Y no puede considerárselo representativo de los –en torneos locales comunes– denominadores futbolísticos. Que el año nuevo sea menos infeliz que el 2001 que ya se terminó. Pero que con lo que nos pasó, y nos sigue pasando, no pretendamos demasiado para el fútbol. Porque, como bien dice el compañero de Clarín, Horacio Pagani, no es verdad que lo único que importa es ganar. Lo único que importa es respirar.

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