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Domingo, 3 de octubre de 2004

El fuego inolvidable

Llegó el momento del gran final de La saga de los confines. Liliana Bodoc se mandó con todo a romper los límites de la épica estilo Tolkien y logra emocionar con una reivindicación americana y femenina.

Los días del fuego
Liliana Bodoc
Editorial Norma
468 págs.

 Por Mariana Enriquez

La saga de los confines de Liliana Bodoc es una verdadera proeza: fantasía épica en lengua castellana que no reproduce el modelo de las mitologías del norte de Europa, sino que traslada los arquetipos de hechiceros y guerreros a la tradición del continente americano. Y no sólo cambia el escenario, sino el lenguaje: la escritora mendocina nunca abandona su estilo inexorable que está en deuda con el lenguaje de la tradición oral de la literatura indígena. Afirma que, para el registro narrativo, el Popol Vuh fue su texto de referencia: una forma de decir paralela, repetitiva, anafórica. También se nutrió de los poetas aztecas, sobre todo de Netzahualcoyotl, el rey poeta de Texcoco, y de un texto mapuche llamado Carilad y Rocamila, que no está editado. Estas fuentes le dan a la narrativa de Bodoc una originalidad pasmosa, y una belleza poética desvergonzada.
En Los días del fuego –última entrega de La saga de los confines, precedida por Los días del venado y Los días de la sombra– finaliza la gran batalla de las Tierras Fértiles contra el Odio Eterno encarnado en Misáianes, gran villano nacido de la desobediencia de la muerte que, condenada a no engendrar, da a luz un hijo; así pierde su función natural, su esencia, polo opuesto de la vida pero garantía de continuidad. Este quiebre tiene como espejo el cisma de la Magia en el mundo imaginario de Bodoc: en las Tierras Fértiles viven los Brujos de la Tierra –la Cofradía del Aire Libre– en contacto con la naturaleza; en las Tierras Antiguas, donde mora Misáianes, gobiernan los elitistas Magos del Recinto, que han cedido al poder del Odio. O casi, porque Los días del fuego es el relato de la resistencia en ambos continentes, y la posibilidad de que esa magia rota vuelva a ser una sola. Los días del fuego es un gran final, ambicioso, abarcador pero también ambiguo. Es principio y fin. Bodoc tiene claro su rumbo y apego a la concepción mágica de los pueblos nativos americanos y no cede al cierre mecánico de la épica occidental porque prefiere una mística circular. Tampoco ignora los conflictos particulares de este escenario: en la épica tradicional la restauración de la paz se resuelve con la llegada de un nuevo Rey –el ejemplo más claro es El señor de los anillos de J.R.R. Tolkien– pero Bodoc introduce problemáticas políticas diferentes. En las Tierras Fértiles, el País del Sol tiene una estructura de poder monárquico, y los Confines un modo de organización comunitario: aunque luchan juntos contra el enemigo común, los guerreros husihuilkes del Sur no se arrodillan ante el rey del Norte. Hacia el final, el gran capitán Thungür dice: “Vi a los Señores del Sol contando los dedos que apoyaban en la corona mientras los que fueron valerosos guerreros miraban amontonados desde lejos. En este día amargo puedo decirte, hermano, que si Misáianes volviera, yo sólo pelearía por el sur que amo y por el nombre de mi raza”. En las Tierras Antiguas, donde se libra una batalla paralela –aunque clandestina– los dos jóvenes hermanos que encarnan el enfrentamiento contra el Odio también se diferencian: Vara, la chica, tiene la ideología aristocrática del Recinto, mientras su hermano Aro prefiere la compañía de los esclavos que, en una interpretación arriesgada, pueden considerarse obreros. En el nuevo mundo después de la gran guerra permanecen las tensiones, y no existe la consolación mediante la presencia tranquilizadora del monarca.
Además de introducir este nivel de complejidad, Bodoc realiza otros aportes no menos importantes al género. Por un lado, el equilibrio entre los acontecimientos épicos colectivos –la guerra, la política, las alianzas– y lo privado –el amor, la vida familiar, las fiestas–. En un capítulo como Los días del fuego Bodoc demuestra que es una excelente narradora de batallas; pero en “La Destrenzada” escribe sobre un encuentro sexual en el bosque con un romanticismo exacerbado. Mucho tiene que ver en este doble juego la descarada introducción de lo femenino. Acila, por ejemplo, la misteriosa esposa del Rey del Sol, es una mujer que conoce los laberintos de la intriga política y el deseo (se trata, sin duda, de uno de los personajes femeninos más impactantes de la literatura argentina); Wilkilén, una joven husihuilke, encarnación de la inocencia, es la protagonista del gran y trágico romance que dispara el melodrama en Los días del fuego. Y las nuberas, habitantes de los bosques de las Tierras Antiguas, tienen “afición a enamorarse con tanta vehemencia como deslealtad”. Estas cortesanas diánicas son, además, jefas de la Resistencia. Así, Bodoc va más lejos incluso que Ursula K. Le Guin en sus retratos de mujeres: no son sólo depositarias de la tradicional relación con lo doméstico y la tierra, sino grandes heroínas que desencadenan hechos centrales de la trama.
La saga de los confines carece de la rigidez formal de la épica y se abandona a la emoción y la imaginación desbordada, con una valentía casi sin precedentes en la narrativa argentina. Los días del fuego es un acontecimiento que merece salir del estante de libros juveniles y del encasillamiento del género para ser celebrado como un logro inclasificable.

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