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Domingo, 3 de abril de 2005

NOTA DE TAPA

La ecografía sentimental

La misteriosa llama de la reina Loana (Lumen) es la autobiografía sentimental de Umberto Eco revestida (apenas) con los ropajes de la ficción. Eco recorre así la cultura popular bajo los años del fascismo triunfante y la desorientada posguerra en una auténtica novela ilustrada. Radar anticipa un fragmento del texto y una aproximación a ese mundo de libros, comics, discos, marcas y publicidades que conformaron la cultura de masas de los ’30 y ’40.

 Por Juan Sasturain

Un crítico español acaba de escribir que ésta es “la más honesta” de las novelas de Eco. Quiere decir –creo– “la más personal”. Y debe ser cierto. Tan cierto como el hecho de que es la menos novela de las cinco que escribió en 25 años –desde El nombre de la rosa hasta Baudolino–, pues se trata de una alevosa autobiografía sentimental con un protagonista alter ego transparente y un disparador narrativo –o dos, para ser más precisos– absolutamente funcional, un pretexto. Y que funciona. No como novela, seguramente; pero funciona, como todo Eco.

El mecanismo que posibilita el arranque del relato es simple y contundente; las primeras frases dan el tono de las casi quinientas páginas intimidatorias, aligeradas por las figuritas: “¿Y usted cómo se llama? Espere, lo tengo en la punta de la lengua”. Ese yo sexagenario y amnésico que empieza a contar lo que no sabe se llamará –o así le dicen que se llama– Giambattista Bodoni, alias Yambo. Una elección nominal que remite de salida nomás al corso e ricorso de Vico, en el nombre; a la tipografía y a la letra impresa, en el apellido. El aviso es: vamos a hablar de la historia –que va y viene– y de la letra, lo escrito, lo leído y visto, testimonio flagrante, sedimento del tiempo.

Porque ese cultísimo Yambo, narrador traumatizado (pero no mucho) por una desmemoria selectiva (perdió los recuerdos personales, pero no la información cultural; no sabe quién es ni cómo se llama, pero sí cómo lavarse los dientes y quién era Napoleón) descubrirá enseguida que sólo es lo que ha leído y visto, suma de citas que le suben sin cesar ni identificarse, pedazos de imágenes que se le imponen: una prolija memoria digna del borgeano Funes –al que puede conscientemente compararse–, pero sólo de recuerdos escritos y dibujados, patrimonio común.

Habrá que explicarle, mostrándoselo, que también hay cosas sólo suyas, una biografía y una vida vivida: que es un bibliófilo milanés, que hay una mujer aún bella de cincuenta años, Paola, que es (dice ser) la suya, que hay hijos y nietos, que los ama, que tiene amigos y acaso amantes e incluso una ideología que ni siquiera recuerda... Durante la primera parte, en un tono casi de comedia ingeniosa, llena de citas, alusiones y complicidades de lector omnívoro, Yambo se pasea por su casa, su negocio y su ciudad sólo para comprobar que él mismo no aparece: no sabe quién es el que tanto sabe. Lo olvidó. La bruma, recogida en infinidad de ocurrencias literarias por él mismo antologadas, es simbólicamente el leitmotiv que atraviesa el texto.

El segundo y más extenso tramo del relato es resultado de una estrategia que le propone su atribulada (aunque no demasiado) mujer: ir a la vieja casa solariega familiar, en la campiña piamontesa, para intentar reavivar en ese contexto la memoria de los años de infancia. Es entonces cuando Eco/Bodoni aprovecha para pasar literal revista –mediante el recurso de viejos y sucesivos desvanes con arcones y baúles saturados de papeles– al inventario más completo de la cultura popular de los ‘30 y los ‘40, los años de su infancia y adolescencia, que son los del fascismo triunfante, la guerra ajena y cercana a la vez, y la inmediata y perpleja posguerra.

“Novela ilustrada”, La misteriosa llama de la reina Loana evoca, desde esa denominación descriptiva con que se autodefine, todo un universo retro. Y es en esta segunda zona del texto donde las imágenes campean: libros infantiles y de aventuras, revistas de historietas, discos, sellos postales, marquillas de cigarrillos, avisos publicitarios, afiches de películas, libros de lectura... Todo el imaginario y la iconografía de la cultura de masas de la época queda registrada en este extenso tramo en que el pretexto del relato se hace más aparente. Lo que se reconstruye es una verdadera biografía generacional a través de la enumeración crítica y comentada de los mensajes que saturaron –iluminando, confundiendo y marcando para siempre– la experiencia de esos años. Y ésa es una de las motivaciones explícitas del libro, que vale la pena subrayar. Tironeados sin saberlo entre las admoniciones de la omnipresente Iglesia y la propaganda del régimen por un lado, y la liberalidad equívoca de los productos de masas norteamericanos que filtraban su mensaje por otro, esos italianitos crecieron en la esquizofrenia. Dice Eco, al respecto, en comentario reciente a su novela: “Esa esquizofrenia ha sido beneficiosa para algunos de nosotros y nociva para otros; los que están en el gobierno, por ejemplo”. Todos pudimos ser (y fuimos) niños y jóvenes fascistas, y carne de lectura de los medios masivos, hijos de nuestro tiempo al fin: hay que ver qué hicimos con eso.

Así resulta que esa segunda zona del texto, balance generacional y ajuste de cuentas, pero más didáctica e ilustrativa que confesional, es la crónica de un fracaso: Yambo, pese a su revisión exhaustiva de semejante patrimonio colectivo, no consigue acceder a su propio pasado –reconocerse– y sufre un nuevo colapso. Cuando salga de él estará, a la inversa de la primera situación que inaugura el relato, en ninguna parte –¿en coma?, ¿del Otro Lado?– y a solas con su memoria y su conciencia. Ahora que sabe quién es, no puede comunicárselo a nadie... Pero no hay drama.

En esta parte final, en que el narrador recupera la posibilidad del testimonio personal, están las secuencias estrictamente narrativas más brillantes. La historia de chicos y partisanos –un verdadero insert– y todo ese capítulo 16, Sopla el viento, marcados por la figura del anarquista Gragnola, actor trágico y mentor iconoclasta, resultan inolvidables. A su vez, la evocación del primer e idealizado amor, esa Lila Saba que es su Beatrice dantesca, se convierte en motor de la última búsqueda (lograr recordar su rostro) y ocasión de reconstruir, para Eco/Bodoni, una adolescencia que oscila entre la Vespa y el confesionario. El aparatoso Apocalipsis del final, concebido como un espectáculo de comedia musical brillante en que la escalinata del escenario se confunde con la del Colegio por la que bajaba la Amada, es un desfile en que campean –vuelven a aparecer– los personajes e invenciones de Flash Gordon, Mandrake, Sandokán, Los Tres Mosqueteros, Mickey, como preludio a la aparición siempre diferida de Ella. El narrador recurrirá, para rescatarla del olvido, a la reina Loana del título; perturbadora hechicera africana con poder sobre el tiempo y la muerte.

La referencia es emblemática. La misteriosa llama de la reina Loana es el título de un episodio menor y no de los mejores de la famosa Tim Tyler’s Luck, historieta escrita y dibujada por Lyman Young, el hermano de Chic, autor de Blondie, que fue muy famosa y popular en Italia y España (con otros nombres, traducidos y feos) en los años ‘30, sobre todo. Una marca generacional.

Y uno no puede dejar de pensar en Fellini y en Hugo Pratt –doce y cinco años mayores que Eco, respectivamente– como puntos de referencia ineludibles para ver cómo diferentes creadores que trabajaron con la imagen y la memoria procesaron esa experiencia común. El mundo africano, pasado por la historieta en sus dos variantes –la yanqui y la nazionale, incentivada por la efímera y mitificada experiencia colonial italiana– dio, convertido en ficción de fotonovela, cosas como El sheik blanco, primera película de Fellini, que fue “autor de Superman” durante el fascismo cuando la importación estaba prohibida, que quiso hacer Mandrake con Mastroianni, que le dio argumentos a Manara al final de su vida. Y en el caso de Pratt, Ann y Dan es su versión de Tim Tyler’s Luck, y los rebotes temáticos llegan hasta Corto Maltés.

Eco está hecho de otra madera que Fellini y Pratt, dos mentirosos, dos mitómanos, geniales contadores. A Eco, un profesor, un hombre hecho entre libros, crítico, cerebral y estudioso, como a Borges, le han pasado muchas menos cosas que las que ha leído. Por eso se puso a inventar. Ya lo dijo, cuando publicó El nombre de la rosa, hace un cuarto de siglo, primera ficción de un ensayista consagrado: “Llegado a los cincuenta años, un hombre o escribe una novela o se va detrás de una colegiala”.

Ahora, saludablemente, no ha podido resistir la tentación de una autobiografía más o menos encubierta, didáctica y ejemplar, llena de guiños y muecas, ademanes de su tierra. Fellini hizo Amarcord con algunos materiales comunes, Pratt escribió El placer de ser inútil evocando esos tiempos. ¿Qué escribiría Berlusconi?

E l’Italia va.

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