libros

Sábado, 30 de abril de 2005

Recomendados

Medieval y posmoderno

La ciudad medieval
Thierry Dutour
Paidós
334 páginas

Por Martin De Ambrosio

Lo primero que hay que decir de este libro es que se trata de un producto de las ciencias sociales como se las entiende hoy (relativistas, posmodernas, transdisciplinarias) antes que de un libro de historia. Lo cual se evidencia en el fervor que el autor francés destila por los discursos antes que por los hechos y en el (excesivo) afán por declarar que en definitiva todo es “construcción social”. También muestra Thierry Dutour –profesor de la Sorbona– un desmedido apego por justificar constantemente muchas de sus afirmaciones con documentación, lo que da relieve académico pero a la vez transforma en áridos –y, lo peor de todo, discontinuo en términos de la narración– muchos momentos del ensayo. Así se repite la fórmula de “un documento italiano señala que” o “un viajero judío describe la Germania”, etc. Todo lo cual es en algún sentido una pena, al menos si es que el lector espera sumergirse en el sin dudas interesante, controvertido y muchas veces poco entendido mundo de la Edad Media. Sin embargo, en muchas ocasiones a Dutour no le queda más remedio que ocuparse del asunto y contar algo de la intrincada organización social de esos diez siglos medievales, con las restricciones al comercio que hoy nos suenan increíbles, el poder secular de la Iglesia católica (lo que no sorprende) y las relaciones campo-ciudad cuando la mayor parte de la población, entre un 8 y un 15 por ciento, era campesina. En resumen, el libro se transforma en interesante sólo cuando el tema tratado –el fascinante y equívoco período de la historia llamado Edad Media– se sobrepone al tratamiento que ha decidido darle Dutour.

De música ligera

Perfiles del sonido
Héctor Vasconcelos
Fondo de Cultura Económica
152 páginas

Por Diego Fischerman

El arte del retrato callejero es un arte esquivo: la carbonilla recorriendo la hoja casi sin detenerse, la personalidad –una manera de ladear la cabeza, la forma de relajar los párpados, una sonrisa apenas insinuada– reflejada en un trazo breve y hasta casual, la sombra veloz para capturar otras sombras, más profundas. No admite ni la ingenuidad ni la sobrecarga; ni la ignorancia ni el alarde. El mexicano Héctor Vasconcelos –director durante cinco años del Festival Cervantino y embajador de su país en Dinamarca, Noruega e Islandia– practica ese arte, lo hace con la dosis exacta de observación y liviandad y se enfoca, en particular, en intérpretes musicales. En realidad, en algunos de los mejores intérpretes musicales del siglo XX. Menos interesante cuando intenta dar sus propios puntos de vista estéticos, más atractivo cuando pone su sagacidad al servicio de la descripción, sus retratos de Leonard Bernstein, Herbert von Karajan o Carlos Kleibler son sumamente ricos. En ninguno de estos casos intenta una biografía. Jamás pretende dar una visión totalizadora del personaje. En cambio, se centra en algunas de sus características –el perfeccionismo y la valoración de la tecnología en Von Karajan, el director que inventó el disco de música clásica tal como se lo conoce en la actualidad, la cultura, la pasión por la literatura, la antisolemnidad y el radical chic (según Tom Wolfe) de Bernstein– para desde allí dibujar su perfil. Artur Rubinstein, Claudio Arrau, Yehudi Menuhin, Henryk Szeryng, Plácido Domingo, Martha Argerich y Yo-Yo Ma son los otros cuyos gestos más reveladores –no siempre los más evidentes– aparecen recuperados por la carbonilla precisa de Vasconcelos.

Santiago querido

La Nación Interior
Beatriz Ocampo
Editorial Antropofagia
216 páginas

Por Gabriel D. Lerman

Frente a tanto centralismo porteño, que en la vida moderna del país ha resultado mucho más que una categoría de la organización nacional para devenir en sociocentrismo de clase, el consuelo de los intelectuales de cada región ha sido luchar contra el localismo sin resignar al pago chico, y darle pelea al centralismo sin ceder al encapsulamiento. Si cualquier pensamiento, aun desde Buenos Aires, acontece en el borde, en la tensión entre centro y periferia, nación, bloque e imperio, qué le queda a un hombre o una mujer nacidos en Santiago del Estero. “¿Cómo articular la fobia de localidad que la modernidad inoculó en los intelectuales periféricos, con la certeza del valor local, provinciano, en que no quisieron claudicar?”, se pregunta la antropóloga Rita Segato, en el prólogo a este interesante libro de su par Beatriz Ocampo, sobre el pensamiento profundo y reconocido de cuatro intelectuales de Santiago del Estero. Con una revisión exhaustiva de archivos personales sin clasificar y entrevistas a descendientes directos, Ocampo desmenuza y recorre las ideas de don Bernardo Canal Feijoo, Orestes Di Lullo y los hermanos Emile y Duncan Wagner, un corpus de tal riqueza que, si siguiéramos al pie de la letra aquello de pinta tu aldea y pintarás el mundo, podría decirse que nos encontramos ante cuatro personas con un amor infinito, casi abismal, por la tierra que los vio nacer o, en alguno de ellos, morir por elección. El planteo de esta obra, a la luz de tanto ruido porteño y conjuros globalizados, parece anacrónico o complejo. A poco de andar, sin embargo, se descubre la urdimbre y el tenor de cuatro personalidades de fuste en el ámbito cultural del Cono Sur, y su aporte decisivo a un pensamiento sudamericano que no puede permitirse obviarlos.

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