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Domingo, 20 de agosto de 2006

GUY DEBORD: EL PLANETA ENFERMO

El espectáculo continúa

Un libro al rescate de peligrosos artículos de un pensador situacionista.

 Por Santiago Rial Ungaro

El planeta enfermo
Guy Debord
Anagrama
90 páginas

“¿Cómo hacen los hombres la historia a partir de unas condiciones preestablecidas para disuadirlos de intervenir en ella?” Eso se preguntaba Debord a mediados de los ‘60; y si el medio es el mensaje, el sólo hecho de que la pregunta fuera editada en un artículo de la revista La Internacional Situacionista daba algunas respuestas (aunque sea tentativas) a un interrogante que no ha perdido actualidad. Es lógico que estos tres artículos (editados entre 1965 y 1967 por La Internacional Situacionista) formen hoy parte de un libro. El tono de Guy Debord mantiene aún hoy el atractivo que sólo tienen ciertas voces que parecen resonar en un idioma olvidado: agudo, independiente y a la vez siempre esperanzado en que la revolución es instantánea (algo típicamente surrealista) y que además está a la vuelta de la esquina (algo típicamente francés). Debord describe, como un forense, una modernidad abocada a un inevitable proceso de entropía, en la que hasta los discursos sobre la contaminación son excusas para seguir contaminando el planeta y a sus habitantes, convertidos en meros espectadores pasivos de un Apocalipsis en cámara lenta. Es sabido que todo esto Debord lo supo describir magistralmente en La sociedad del espectáculo, a esta altura un libro clásico e inevitable por muchas razones. Pero estos textos nos devuelven al Debord revolucionario, el que propuso una utopía en la que fuera posible “diseñar situaciones más humanas”. Claro que para eso también había que destruir. En “El punto de la explosión de la ideología en China” (segundo artículo, editado por primera vez como panfleto en 1967) enumera en menos de 30 páginas el caos político de una China desmembrada por las mentiras ideológicas del maoísmo y sus oponentes. Apenas le bastan algunos párrafos para entender por qué fue tan odiado por sus contemporáneos: sus comentarios ridiculizando a la intelligentzia francesa fueron lapidarios y los intelectuales burgueses de la izquierda filo-stalinista (y en Francia por entonces había muchísimos) jamás se lo perdonaron. Este carácter desafiante (heredero de los dadaístas y de los surrealistas, pero con una dimensión urbanística y política mas profunda) hace que su prosa siga resultando tan estimulante.

Lo de Debord no fue nunca ofrecer la otra mejilla, y ahí está “La decadencia y caída de la economía espectacular mercantil” para confirmarlo. En su análisis de la revuelta de la comunidad negra de Watts (que entre el 13 y el 15 de agosto de 1965 se levantó en Los Angeles, saqueando armerías y tiendas de alcohol y prendiendo fuego parte de la ciudad) su interés es defender y justificar la actitud de rechazo total y radical del capitalismo moderno de los amotinados, pero también hay algo más; para Debord, la revuelta era un ejemplo perfecto para enunciar sus tesis sobre la sociedad espectacular; la revuelta no era ni más ni menos que una revuelta contra el mundo de la mercancía, a la que, como trabajadores consumidores los miembros de la comunidad estaban fatalmente sometidos.

El último artículo, que le da nombre al libro, termina hablando sobre el cielo limpio y hermoso que sorprendió a París en la primavera del ‘68, confirmando lo sabido: la revolución situacionista (que tanto Debord como Henry Lefebvre imaginaron como un festival) buscaba incidir, más que en lo ecológico, en lo meteorológico.

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