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Domingo, 28 de diciembre de 2008

Hombres de a caballo

Sin dejar del todo de lado el hecho de ser filósofo, Fernando Savater se animó con una entretenida novela de suspenso e ideas sobre una de sus confesas pasiones: las carreras en el hipódromo.

 Por Fernando Bogado

La hermandad de la buena suerte
Fernando Savater
Planeta
288 páginas

El azar tiende a la forma circular: revisemos juegos tan diferentes como la ruleta o las carreras del hipódromo con sus pronunciadas curvas, en donde una ínfima bolilla o un pura sangre da vueltas a toda velocidad con el objetivo de agraciar a pocos y condenar a demasiados. La novela de Fernando Savater, La hermandad de la buena suerte, no sólo sigue con recelo círculos y azares, sin también a cada uno de los conceptos desprendidos de la unión de estos términos, como el destino, como la muerte, como la filosofía.

Ligeramente desprendido de su faceta más ensayística o polémica, Savater nos ofrece una novela de aventuras que con mejor o peor “fortuna” logra introducir problemas de tinte metafísico, como la naturaleza de la buena suerte y su influencia en la vida particular de los protagonistas. El planteo inicial, que de detectivesco deviene rápidamente en aventurero (sobre todo en los capítulos finales), nos muestra a dos magnates enfrentados en una competencia que se despliega en la pista de carreras del hipódromo: el Dueño y el Sultán son propietarios de los caballos que participaron de la última Gran Copa, célebre contienda recordada por los fanáticos del turf debido a que el favorito, el nacido para ganar, la pura idea arrolladoramente materializada en la forma de un caballo de nombre Espíritu Gentil, salió sospechosamente tercero. El Dueño, poseedor de esta maravilla natural, sabe que el único que puede domar el carácter rebelde del equino –para nada acorde a su nombre– es Pat Kinane, un jinete desaparecido hace ya varios días. Y claro, se ve obligado por la cercanía de la próxima Gran Copa a recurrir a las fuerzas non sanctas de un grupo de mercenarios más entregados a la cavilación que a la actividad cuasi-guerrillera para encontrarlo.

El Príncipe –líder del mencionado grupo–, el Profesor, el Doctor, el Coman-dante: los nombres de cada personaje funcionan como tipos o ideas que andan sueltas en un texto narrativo y que, como pueden, tratan de resolver el misterio. Los capítulos, de ágil lectura, van sucediéndose según la óptica del Profesor o del Doctor; atendiendo a una interpretación de los hechos volcada a la intuición y lo incognoscible o a la deducción y la vana persecución de la explicación más racional, respectivamente. Estos caracteres opuestos, que articulan dos formas de acceder al enigma que lleva adelante el relato, suspenden su voz sólo para dar paso a la del narrador omnisciente, quien entrega fichas pseudo-policiales al lector o relata episodios (como el posible atentado a la vida del Sultán llevado a cabo por un fanático religioso musulmán) que dilatan la acción principal, aportando mediaciones entre esos grandes bloques de conceptos –los personajes– que la historia arrastra hasta la resolución.

Sin ser una novela de ideas, no podemos dejar de reconocer la enorme influencia que dicho género ha tenido en la construcción de este trabajo.

Fernando Savater, famoso por su rol como filósofo y pedagogo (algo rápidamente demostrable gracias a obras como Etica para Amador), agrega a sus laureles el Premio Planeta 2008 por La hermandad de la buena suerte, distinción de la cual ya había resultado finalista en 1993 con la novela El jardín de las dudas (el galardón, en aquel momento, fue entregado a Mario Vargas Llosa por Lituma de los Andes). Con personajes arquetípicos y un misterio que deja entrever la pasión del autor por las carreras de caballos, La hermandad de la buena suerte sorprende más por algunas nociones que vierte antes que por la narración en sí; texto que, quizás, no sea el favorito en la carrera, pero no por eso sospechamos que no pueda ser un rendidor primer lugar. Hagan sus apuestas.

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