Domingo, 20 de diciembre de 2009 | Hoy
Un lenguaje desmesurado atraviesa la sexta novela de Gustavo Ferreyra. La violencia de la crisis en los candentes días de 2002 son la materia de un original proyecto de la actual narrativa argentina.
Por Marcos Herrera
En Piquito de oro, su sexta novela, Gustavo Ferreyra despliega su artillería narrativa desmesurada y a la vez detallista. Dos historias que ocurren en la Buenos Aires de la crisis se alternan en capítulos fechados que van desde el 5 de mayo hasta el 20 de septiembre de 2002. Una de las historias es la de Piquito de oro, un sociólogo recién recibido que vive con una filósofa diecinueve años mayor que él. Narrados en primera persona, los capítulos de Piquito de oro son soliloquios desaforados que arremeten contra todo –empezando por él mismo–, poniendo especial énfasis en ese pastiche conservador y contradictorio conocido como sentido común burgués. La otra historia es la de Susana –reciente viuda, ya que acaban de asesinar a su marido de un martillazo– y sus cuatro hijos. Narrados en tercera persona, estos capítulos van mostrando los aspectos oscuros de la familia. A medida que avanza la investigación se van revelando los intereses de todos ellos, que, lejos de sentir pesar por la muerte del padre/esposo, intentan abrirse camino para satisfacer sus deseos. Susana se siente liberada y sueña con otro hombre a la vez que se debate por el papel que debe representar; Cecilia –la hija mayor– intenta usar la muerte del padre para zafar de un examen y odia a su padre cuando la profesora no acepta sus razones; Maxi piensa que a su padre lo mató con su deseo, Micaela y Dadá tratan de recuperar una pelela del padre como si fuera un objeto de gran valor.
Ferreyra construye antihéroes vergonzosos y explora las modulaciones de discursos políticamente incorrectos, escatológicos y grotescos para arribar a verdades con fuerza epifánica. Con su lupa que todo lo deforma podemos ver partes de la realidad que escapan a otras lentes.
En esta novela encontramos lo que ya a esta altura es una marca de estilo en su escritura, arcaísmos como barruntar, perdidoso, pelafustán. Y una declaración de principios para defender su uso en la voz del personaje Piquito de oro: “A veces me gustan las antiguas usanzas, los viejos términos. Aunque parezca mentira suenan novedosos y hasta verdaderos. Desnudan más la realidad que la parafernalia actual, todos estos vocablos de una época que trata de ocultarse”. Hay poéticas que trabajan con la exclusión (Hemingway, Carver) y otras con la inclusión y la proliferación (Faulkner, Pynchon, Bernhard); a esta segunda tradición pertenece la literatura de Gustavo Ferreyra. “Subrepticiamente exagero todo hasta llevarlo al paroxismo. Nadie puede sospechar hasta dónde yo llevo las cosas”, señala. Así, en los capítulos narrados en primera persona aparece una suerte de antropomorfismo al revés, humanos con características de animales o que devienen animales: tortugas, monos, hurones, ardillas, mejillones, etc. Una lista similar y equivalente se podría hacer con los personajes célebres de la historia, la política y el espectáculo –Trotsky, Nietszche, Duhalde, Simone de Beauvoir, Reutemann, Sarlo, Nerón, etc.– que se incorporan al sistema ficcional de la novela. Satírico y desmedido, el discurso de Piquito de oro todo lo abarca, lo deforma y lo desmenuza mezclando los registros. En el final de la novela, cuando el personaje concurre al acto conmemorativo por la muerte de Kosteki y Santillán en el puente Pueyrredón, hay una reflexión que deslumbra: “¿Qué es lo que regresa cuando Santillán vuelve sobre sus pasos para auxiliar a Kosteki? ¿Existe algo que haya retornado junto con esos pasos con los que Santillán retorna hacia el compañero caído? Santillán vuelve a pesar de los tiros y el pánico, ¿y qué retorna con él? Me lo he preguntado hasta hoy. Los giros en la historia siempre son retornos. Y Santillán retorna. Contra todo pronóstico. El derrotero de todas esas carreras que huían de las balas parecía inexorable y sin embargo la historia es una sucesión de derroteros quebrados. Y Santillán quebró un derrotero”.
La rabiosa máquina nihilista de Ferreyra produce artefactos anticomerciales y específicos, literarios en extremo. Sería muy difícil traducir al lenguaje cinematográfico una de sus novelas. Esta es una de las características que comparte con grandes obras de la literatura del siglo XX.
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