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Domingo, 17 de febrero de 2002

EN EL FRENTE

Las huellas de la adrenalina

A 25 años de la publicación de Despachos de guerra, Salman Rushdie visita a Michael Herr en Londres y rinde homenaje al hombre que no sólo escribió el mejor libro sobre la guerra de Vietnam sino que, además, fue guionista de dos de las mejores películas sobre esa guerra: Apocalypse Now de Coppola y Full Metal Jacket de Kubrick.

POR SALMAN RUSHDIE
“¿Vietnam? ¿Eso fue una guerra o qué?”. El que habla es la Sargento Benson, personaje en un cuento de Richard Ford, y no es que no sepa nada sobre Vietnam, sino que no quiere saber. Le está hablando a un veterano de guerra en un tren. “Usted seguramente estuvo a bordo de uno de esos botes que patrullaban los ríos a ciegas noche y día, rodeados de jungla, y ahora no quiere discutir el asunto debido a sus pesadillas, ¿verdad?”. Quién quiere los diarios de ayer, solían preguntar los Rolling Stones. Eso es Vietnam: el apocalipsis de ayer.
Ha pasado más de una década, desde que Michael Herr terminó de escribir el mejor libro que salió de toda esa locura y, releyendo Despachos de guerra después de todo este tiempo me impresionó, sobre todo, por el lenguaje. Porque Vietnam era, además de todo, lenguaje; el lenguaje muerto de la jerga que cubrió el evento y trató de generar cortinas de humo a través de eufemismos: sellar las fronteras, la guerra de Vietnam será una guerra económica y, algo que nunca olvidé, aquel vocero militar norteamericano describiendo un bombardeo al que el enemigo había respondido “con un 100 por ciento de mortalidad”. Contra ese lenguaje, Despachos de guerra erige el argot vivo de los hombres bajo bandera, y deja colar, además, un tercer lenguaje: el rock’n’roll.
Estoy sentado con Herr en su departamento de South Kensington hablando de cómo Vietnam fue invadido por Hendrix, por Morrison, por Zappa además de por soldados norteamericanos. Herr dice: “Los hombres eran conscientes de estar metidos en un territorio mental que era una prolongación de las drogas y el rock’n’roll. La mayoría de los combatientes, blancos y negros, provenían de la clase trabajadora. Para ellos, la guerra era una prolongación de su vida en las calles. El rock’n’roll tenía una vigencia en esos días que no ha vuelto a tener desde 1970. De alguna manera, la guerra no sobrevivió al rock y el rock no sobrevivió a la guerra”. Ésos eran los días de los verdaderos freaks. Si estar puesto era el lugar donde había que estar, Vietnam era lo último en trips. Cuando se entraba en combate, recuerda Herr, “las armas hacían rock’n’roll”. Es fácil decir que Vietnam era locura de la mala; mucho más difícil es admitir que la locura venía de adentro. Esa honestidad es lo que hace de Despachos de guerra un libro cabal, duradero. “Quería intimar con la guerra”, dice Herr. “Pero también quería mantener el control. Como todo el mundo allá, no pude. Debido a lo que podríamos llamar circunstancias”. Hubo momentos críticos en los que Herr tuvo que cruzar la línea, tomar un arma, disparar. “Me lo he explicado a mí mismo diciéndome que tuve que tomar prestada otra vida para preservar la mía”. En el libro, transcribió sus sentimientos tan sinceramente como pudo, incluida la felicidad. “Estaba feliz por el solo hecho de estar vivo. Tras cada noche interminablemente terrible, salía el sol y yo me sorprendía de seguir respirando”. Años después de terminar el libro, Herr es “esencialmente un pacifista”. Quitar la vida a un hombre es, como ya se decía entonces, un karma demasiado pesado. “Estoy convencido de que, en algún momento, uno paga por ese tipo de cosas”.
Hablando de deudas y cuentas pendientes: sí, hay pesadillas. Cuando trabajó para Coppola en Apocalypse Now y, diez años después, cuando trabajó para Kubrick en Full Metal Jacket, los sueños volvieron. “Toda la gente equivocada recuerda Vietnam. Creo que todos los que recuerdan Vietnam deberían olvidarlo, y todos los que lo olvidaron deberían recordarlo”. Vietnam es una herida en la psique norteamericana que nunca cicatrizó porque “nunca se utilizó el remedio adecuado”. ¿Y cuál sería? “La reflexión. Los medios norteamericanos todavía impiden reflexionar sobre lo que sucedió allá.” En ese clima, resulta imposible cualquier comprensión colectiva; por ahora, sólo hay lugar para la comprensión individual. “En ese sentido soy un pascalista de la línea dura. Todo el sufrimiento del mundo se debe a las personas incapaces de estar a solas en una habitación.” Una clásica solución de los 60, para lo que fue, quizá, la quintaesencia del crimen en los 60.
Como ya hemos dicho, Herr trabajó en dos de las mejores películas sobre Vietnam. No piensa demasiado de las otras, pero reconoce que, allá en Vietnam, las películas eran una forma de experimentar la guerra. “Soy un chico de mi tiempo y un hombre de mi cultura. Crecí con el cine. Don Quijote experimenta sus viajes en el lenguaje de las novelas de caballería, pero cuando muere, sabe lo que le ha sucedido. Lo mismo nos sucedía a nosotros: la mayoría sabíamos que esa guerra no era una película.” Hoy en día, sin embargo, las películas sobre Vietnam se basan según Herr en falsas representaciones: “Quieren mirar lo que pasó y a la vez no quieren mirar. El público quiere realismo, quiere que sea auténtico, pero no demasiado auténtico. Quiere que le remuevan el dolor, pero no demasiado, porque lo que quiere en el fondo es que se lo saquen”. La verdadera tragedia es que “no existe un aparato para liberar de culpa a los soldados. Esos tipos fueron dejados a la deriva. Eran simultáneamente tan inocentes y diabólicos allá como Alden Pyle (el “americano impasible” de Graham Greene). No había forma de solucionarles ese problema cuando volvían”.
Hoy en día, Herr se niega a hablar de política en relación con la guerra. “Me politicé mucho durante Vietnam, pero después alcancé un estado más allá a la política. La politización quedó entumecida por la abrumadora experiencia de estar allá. La guerra se convirtió en comportamiento. Un comportamiento arquetípico más allá de todo juicio”. ¿Pero existe tal cosa? ¿No es una forma de exoneración? “No quiero exonerar a los culpables. Es sólo que, desde afuera, la guerra era percibida como un evento exclusivamente político. Pero desde adentro era, fundamental y eternamente, un evento humano. Y como evento humano sobrevivirá mucho más tiempo que como evento político”.
Para los soldados, estaba el Mundo y estaba Vietnam. Tras la muerte de Martin Luther King, hubo revueltas negras en muchas bases americanas del sudeste asiático. Pero después las cosas se calmaron. “Los hombres se necesitaban los unos a los otros. Se necesitaban más de lo que necesitabansus prejuicios.” En Vietnam, Herr aprendió que el verdadero coraje era negarse a pelear. “Una vez que corriste frente a una ráfaga de ametralladoras un par de veces, sabés que lo verdaderamente difícil es enfrentar a tu mujer y tus hijos.” En Vietnam, aceptó que la guerra era glamorosa, por su intimidad con la muerte. “No hay nada en el mundo que bombee tanta adrenalina en el organismo humano. Y en parte estoy agradecido, porque hoy puedo evitar el dramatismo ante hechos triviales.” Corresponsales extranjeros curtidos como Ryszard Kapuscinski admiten que necesitan revoluciones, guerras; son adictos a esa adrenalina. “Es maravilloso que Kapuscinski sepa y admita eso. Pero yo no soy un corresponsal de guerra clásico. Vietnam fue mi única guerra. Y no quiero volver a ver otra nunca más, ni volver a pisar ese país.” Vietnam, Vietnam, Vietnam, todos estuvimos ahí, termina su libro. Por estos días, con el Mundo alcanza.

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