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Domingo, 17 de febrero de 2002

Reseñas

¡Psicoanálisis, transfórmate!
ESTADOS DE ANIMO DEL PSICOANALISIS
Jacques Derrida
Traducción de Virgina Gallo
Paidós, Buenos Aires 2001
84 págs., $ 10

POR RUBÉN H. RIOS
Una vez que se apartan las inevitables volutas de los protocolos, las vacilaciones, las idas y vueltas, las digresiones, las dudas, los condicionales, las preguntas que quedan flotando como cabos sueltos o vástagos atrofiados, los juegos de las palabras (con las etimologías, las sonoridades, los prefijos), en fin, las ambigüedades y ambivalencias que suelen caracterizar el estilo de Derrida, es posible despejar el tema, el problema, un interrogante conductor. No por eso hay garantía de llegar a buen puerto al concepto claro y distinto. Aquel que entre en los textos del padre de la deconstrucción (quien, como Sócrates, sólo sabe que nada sabe, “si es que lo sabe”) debe abandonar toda esperanza de alcanzar un mensaje unívoco y plano, el silogismo salvador de todos los naufragios.
Si bien Estados de ánimo del psicoanálisis recoge una conferencia pronunciada en julio del 2000 en París ante un público de psicoanalistas (los “Estados Generales del Psicoanálisis”) no es la excepción a la regla. Cuando Derrida se decide a entrar a tema (si bien no está claro si efectivamente entra alguna vez) finalmente se consigue aislar el eje o los ejes del discurso, algunas ideas que circulan con alguna insistencia y que al final componen una figura o un horizonte definido. Sería ir muy rápido, además de requerir de muchísimas explicaciones previas, establecer si aquello de lo que trata esta alocución es acerca del más allá de la pulsión de poder y de muerte en la teoría freudiana. Un más allá que el psicoanálisis ha dejado impensado y que Derrida –con astucia felina– recomienda pensar a partir de una mezcla de Levinas, Nietzsche y el propio Freud (siempre, ellos dos, tan cercanos). Esto contra el fondo de la globalización del capitalismo y de una filosofía del acontecimiento como lo imposible que acontece, o la alteridad inesperada. Sin embargo, aunque Derrida trate de estas cuestiones intra y extrapsicoanalíticas una y otra vez, lo que organiza todo el texto (y, de paso, lo engancha en algo como una posición) consiste en un desafío o un invite al psicoanálisis, un llamado a transformarse.
Es la palabra “crueldad”, sobre todo (aunque sin que jamás se agote o se determine su significación) la que da lugar a la reflexión llena de sugerencias y ramificaciones de Derrida en torno a la correspondencia de Freud y Einstein entre 1931 y 1932 a propósito de la guerra, la existencia actual de la pena de muerte en los Estados Unidos (donde, según el autor, el futuro del psicoanálisis tiene su frente decisivo), además de los exterminios y genocidios del siglo XX y la ausencia de un derecho internacional real, respecto de lo cual –y aquí está la clave– el psicoanálisis aparece capturado por cierto cruzamiento complejo de “resistencias”: en relación a sí mismo, al contexto social e histórico y respecto de su propio saber. En un libro anterior (Resistencias del psicoanálisis, de 1996), Derrida ya había escarbado en el campo psicoanalítico con el fin de localizar y comentar la manera en que éste resistía y era resistido en las sociedades contemporáneas, incluso poniendo en escena las sombras y luces de la relación con Lacan (cuyo escrito sobre “La carta robada” de Poe conoció la violencia deconstructiva de Derrida y la calificación de “falogocentrismo”), pero no se animaba a proponer la “revolución de la razón psicoanalítica”, como lo hace explícitamente en las páginas finales de esta conferencia.
Para arribar a esa formulación acerca del orden de “instancias” revolucionarias de la razón psicoanalítica (más que otra cosa algunasprescripciones de apertura), la estrategia discursiva de Derrida es por supuesto múltiple y heterogénea, no pocas veces elíptica y metafórica, pero se concentra a grandes rasgos en la pulsión de muerte como fundamento de las pulsiones destructivas del hombre, la cual abre hacia un principio de crueldad y al examen de esta noción y de la misma palabra –en latín, en alemán, en francés– hasta el vértigo. De todos modos, lo que parece orientar (al menos por momentos) las sinuosidades y los sondeos derridianos proviene de la conjugación de Nietzsche y Freud. Para ellos la crueldad está asociada a la esencia de la vida orgánica y la voluntad de poder (de modo que sólo habría diferencias de intensidad, de modalidad, de actividad, de calidad, siempre dentro de la misma “crueldad”). De allí proviene en parte la interrogación interminable, perpleja, indecidible, de Derrida respecto del ser de la crueldad. Y seguramente el desafío al psicoanálisis.

La enfermedad y sus mujeres
CUERPOS FRAGILES, MUJERES
PRODIGIOSAS
María Martoccia y Javiera Gutiérrez
Editorial Sudamericana
204 págs., $ 14.90
POR CLAUDIO ZEIGER
La idea de que los artistas son seres excepcionales es, fuera de duda, uno de los principios básicos que dan aliento y fuerza de convicción a las biografías que sobre ellos se escriben. Esa singularidad opera como una doble fuerza que se despliega en el trabajo biográfico y que puede llevar a marcar contradicciones: ¿puede haber obra excepcional sin vida excepcional? ¿Una vida singular lleva necesariamente a producir un artista?
El libro de María Martoccia y Javiera Gutiérrez, dos autoras argentinas que tienen escritos textos de ficción (Martoccia publicó el libro de relatos Caravana y pronto se anuncia la aparición de su novela Los oficios; Gutiérrez mantiene inédito Muda, anunciado como una serie de relatos breves sobre películas), indaga en los misterios de esta relación entre la vida y la obra, pero lo hace ampliando el concepto de producción artística a partir de las mujeres sobre las que investigan: Frida Kahlo, Virginia Woolf y María Callas –artistas en un sentido más estricto de arte– conviven en este volumen con Madame Curie y Simone Weil. La concertista de violonchelo Jacqueline Du Pré (esposa del director y pianista Daniel Barenboim), Billie Holiday, Katherine Mansfield y Judy Garland completan la galería de mujeres prodigiosas de cuerpos frágiles. He ahí el otro ingrediente que da unidad al relato de estas vidas en breves retratos biográficos: el cuerpo como carne que sufre el embate de las enfermedades. “Las nueve mujeres excepcionales cuyas vidas presentamos produjeron obras artísticas o científicas fascinantes y sostuvieron una pasión intrincada por la que extremaron el cuerpo hasta el padecimiento.”
No parece casual que Frida Kahlo sea la mujer-artista que abre el libro. No sólo por ser una de las figuras femeninas más atractivas de todos los tiempos. Si nos atenemos al eje somático del libro, en su caso la “enfermedad” es el resultado de un quiebre de la vida, algo que parte el tiempo en dos mitades, un antes y un después: el choque brutal, ampliamente relatado en este libro, del camión en el que viajaba el 17 de septiembre de 1925, embestido por un tranvía eléctrico. “El cuerpo de la muchacha queda desnudo, la ropa vuela hecha jirones por las ventanas y algunas partículas de polvo dorado cubren las heridas que parecen fatales. Sangre y oro como en las corridas de toros.” De inmediato viene el anticlímax: “Tiene la columna rota en tres partes, la clavícula fracturada, la tercera y la cuarta costillas rotas, la pierna derecha quebrada en once partes distintas, el pie derecho aplastado. El hombro izquierdo fuera de lugar y la pelvis rota... El pasamanos de hierro le había atravesado el abdomen; entró por el lado izquierdo y salió por la vagina. “Perdí mi virginidad”, solía decir Frida cuando se refería al accidente, y luego añadía: “Mentiras que uno se da cuenta del choque, mentiras que se llora”. Lo que sigue es el relato comprimido de la vida de Kahlo con los avatares más o menos conocidos junto a Diego Rivera.
Tampoco debe ser casual que cierre el libro Simone Weil, una mujer en los antípodas del quiebre abrupto e involuntario sufrido por Kahlo. En Weil es la voluntad de no alimentarse, de someter el cuerpo a los rigores del hambre sufrido por sus semejantes, lo que corporiza la entrega del cuerpo a una causa. Entre uno y otro extremo, el libro retrata con cierta heterodoxia padecimientos y mujeres tan diferentes como Virginia Woolf, Billie Holiday o Madame Curie, por tomar algunos ejemplos. Una vez planteado el hilo conductor de Cuerpos frágiles, mujeres prodigiosas, el lector puede optar por olvidarse un poco del eje planteado para absorber unas piezas delicadamente escritas para la divulgación, que podríamos llamar “biografías narrativas”: retratos hechos de pinceladas intensas, pero trabajados con la intensidad de la ficción, donde la vida de cada unade las mujeres convocadas es el eje de la trama. Cuentos femeninos, historias singulares, trabajo de investigación sobre fuentes biográficas (memorias, cartas, testimonios) redondean un trabajo que por un lado tiene el rigor de la crónica y por otro se asoma a la exaltación de un imaginario romántico donde las enfermedades del cuerpo y del alma realzan –más que explicar– la producción de los artistas que de un modo o de otro lucharon contra las diferentes caras de la desgracia.

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