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Domingo, 24 de febrero de 2002

RESEÑAS

El secreto de los hombres

Nuevas historias de hombres casados
Marcelo Birmajer
Alfaguara
Buenos Aires, 2001
477 págs, $ 24

Por Jorge Pinedo

Todas las tribus tienen sus historias de desamores, desesperos, desolaciones, desapegos, desarraigos, desamparos, en fin, variaciones en torno de ese prefijo que quita, arranca y a veces aniquila. Las poseen también quienes se dedican a relatar esas vicisitudes haciéndolas ingresar en la memoria por la doble vía de la verosimilitud y la belleza. En particular cuando éstas ruedan sobre los carriles de la seducción, el deseo y el amor, desde siempre privilegiados en el momento de desplegar las variaciones sobre el universal prefijo. Las tribus que merecen inspirar a otras como tales cuentan con narradores cuyo secreto para nada se circunscribe a los ritos tribales sino que consiste en contar lo que les sucede a las demás, a todas, aun a las de más dura cerviz.
Marcelo Birmajer (Buenos Aires, 1966) despliega los avatares de los miembros de su tribu, atendiendo tanto a su condición como a su relación en esa fatigosa tarea masculina que procura en forma equívoca materializar sus propios fantasmas. En sus Nuevas historias de hombres casados el judío Javier Mossen, el adusto señor Helms, el vietnamita Li Khue, el viejo Borgovo o el inspector Bedele saltan por encima de las cercas que rodean sus respectivas aldeas y avanzan más allá de las fronteras de su propia tribu hacia territorios que en momento alguno les son ajenos ya que están habitados de lenguaje. Pues Birmajer alcanza un sorprendente manejo de la lengua castellana, a la que seduce y posee como a la mejor de las mujeres que pueblan el imaginario de sus páginas, sin palabras que se le resistan, sin giros fuera de lugar, sin formaciones idiomáticas que lo rechacen. Todo lo contrario (“sus manos eran un prodigio. Tal vez describirlas no ayude a describirlas. Eran dedos largos y finos”). Más aún, es capaz de que un personaje trate de usted a otro, de repente pase a tutearlo y después retome el trato formal, sosteniéndose de modo estricto en el desarrollo de la trama. Lo mismo ocurre con los cambios temporales o los lugares de enunciación, donde Birmajer pisa con fuerza allí donde cualquiera resbalaría.
Esa ductilidad le habilita pasar del relato erótico al costumbrista, pasar por el policial y planear sobre la narración fantástica sin inmutarse ni incomodar al lector, tan convencido como contento de que estas vueltas resultan lo más natural del mundo. Así como compone un tríptico que pivotea en el corazón del barrio de Once, es capaz de saltar a un reportaje a Henry Kissinger en el que el periodista pierde el hilo de sus preguntas, queda en blanco y termina aniquilado por la caída de sus propias teorías éticas. Variaciones sobre el deseo de la mujer en general, y con preferencia la del prójimo, esta última entrega de Birmajer excede por mucho la mera historia de adulterio y pecado. Tienta a tribus generacionales que se reconocerán en la mención a algún programa de tevé de los 70 u 80 con la misma soltura con que desliza reflexiones agudas, entre el ensayo filosófico y el retruécano humorístico (“el secreto de los hombres: mantener una relación desigual entre la preocupación por los problemas y la alegría por la solución”).
Rara vez segundas partes son buenas, pero ésta es una de esas rarezas. Si las primeras Historias de hombres casados (Alfaguara, 2000) constituyeron un manojo de relatos desiguales –por momentos brillantes–, éstas adquieren una hondura dentro de la cual se multiplican las facetas de lectura sin dejar lugar a confusión alguna acerca de lo que el autor apunta a relatar. Se despega, al mismo tiempo, de localismos y formalizaun acto de intensa intimidad con el lenguaje, recordándonos de paso, a través de la propia, la generosidad de la lengua.

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