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Domingo, 15 de julio de 2012

Las muchachas metalúrgicas

Silvia Avallone debuta en la literatura italiana con una obra realista que hunde raíces en la tradición de su país, pero al servicio de retratar la vida urbana de los nuevos pobres.

 Por Mariana Enriquez

Piombino, una ciudad de la Toscana, a orillas del Mediterráneo, frente a la isla de Elba suena, para quien nada sepa de la vida urbana italiana, como un paraíso. Pero Piombino es la ciudad que alberga a la planta siderúrgica Lucchini, una acería enorme que, sin embargo, está casi en retirada, como gran parte de la industria en la Italia 2001 de Berlusconi –los obreros viven en los monoblocks de Via Stalingrado pero están desorganizados: el sindicato sólo reacciona cuando hay una muerte en la fábrica, en general consecuencia de las precarias condiciones laborales. La ciudad entera, sus playas, sus numerosos baldíos llenos de restos de máquinas y hornos, está contaminada, agoniza. Los jóvenes votan a Forza Italia y se burlan de las utopías socialistas. Este es el escenario de De acero, primera novela de la joven escritora italiana Silvia Avallone (nacida en 1984). Y allí crecen las protagonistas, Francesca y Anna, dos adolescentes hipersensuales, hermosas y sin futuro; amigas íntimas que oscilan entre la obsesiva amistad adolescente y el amor romántico, hijas de la Italia proletaria (¿pos-proletaria?) del nuevo siglo, en una ciudad embrutecida donde el embarazo temprano, la violencia familiar, los prejuicios (uno de los jóvenes obreros va a Milán, ve besarse a dos chicas en una plaza y vuelve escandalizado), los pequeños estafadores y, sobre todo, la ausencia del Estado, son la vida cotidiana.

De acero es la historia de una crisis en la amistad de Anna y Francesca, inflexión que coincide con el ingreso de las dos chicas a la secundaria y con sus (diferentes) despertares sexuales. Pero la novela se expande hacia otros personajes y otros mundos, fuera de esas habitaciones llenas de brillantina, pop y bikinis. También es la historia de Alessio, el hermano de Anna, rey obrero de Piombino codiciado por las chicas, que sin embargo está enamorado de la jefa de personal de la fábrica, en una puesta en escena literal de la lucha de clases; de Arturo, el padre, medio buscavidas, medio delincuente, que abandona a su familia por temporadas, y de Sandra, la madre, militante comunista, una mujer que no se resigna al fin de su utopía ni al desamparo, pero que, evidentemente, poco puede hacer. No consigue, ni siquiera, que Rosa, su vecina y madre de Francesca, denuncie al marido que la golpea, a ella y a su hija, hasta romperles los huesos.

De acero. Silvia Avallone Alfaguara 363 páginas

De acero ganó el premio Strega, el más importante de la literatura contemporánea italiana. Y es comprensible: se trata de una novela ambiciosa, hiperrealista, sobre los excluidos de Italia. Algunos críticos muy entusiastas han comparado a Avallone con Zola –por su naturalismo–, con Pasolini –porque, como en Ragazzi di vita, visibiliza a jóvenes lúmpenes– y, sobre todo, con Vasco Pratolini, guionista de Rocco y sus hermanos, autor de Crónicas de los pobres amantes (sobre la clase obrera y baja de Florencia en los años ’20) y gran representante del neorrealismo. Pero son nombres de gigantes para cargarle en los hombros a una primera novela que empieza con gran fuerza pero que pronto debilita su trama, cae en repeticiones e, incluso, en sentimentalismos. El gran logro de De acero es la construcción de esa ciudad, de ese mundo industrial herido de muerte, desde los edificios atestados hasta las playas secretas cubiertas de algas, con la isla de Elba enfrente, paraíso inalcanzable, sólo accesible para “turistas de Alemania y de Milán”. Es posible, sin embargo, ubicar a Avallone con nombres literarios más cercanos, que están escribiendo una nueva literatura realista italiana que referencia la precariedad laboral –el llamado “lumpen free lance”– y la infantilización de adultos que no pueden encontrar su identidad en el trabajo. Avallone se encuentra entre escritores como Aldo Nove, que en los ’90 debutó con un cuento excelente llamado “Ruido” para la antología de horror extremo Juventud caníbal, relato ubicado, justamente, en un barrio de monoblocks; hoy Nove está dedicado al registro de la precarización laboral en Italia con libros como Mi nombre es Roberta, tengo 40 años y gano 250 euros por mes; algunos críticos ubican la sensibilidad melodramática de Avallone junto a Valentina d’Urbano, otra escritora muy joven, que debutó a los 24 años con Il rumore dei tuoi passi, novela sobre un romance en un ambiente social degradado, o incluso con Paolo Giordano, que en otra clase social, en su novela La soledad de los números primos, también usa un amor iniciático para marcar el desasosiego juvenil. Si algo destaca por sobre los demás a De acero y a Avallone –que se confiesa lectora de John Steinbeck, Elsa Morante y Alberto Moravia– es su genuina energía, su confianza en el realismo, una pasión inspirada por los grandes maestros de los años ’40 a quienes invoca para contar un mundo en ruinas.

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