libros

Domingo, 9 de marzo de 2003

EDITORIALES

Un lugar en el mundo

En un contexto más bien pesimista, la industria editorial busca resquicios para seguir imaginando proyectos, el último de los cuales es Interzona, un nuevo sello que se lanza con todo en busca de su lugar en el agobiado mercado del libro. Radarlibros conversó con su director editorial, Edgardo Russo, para interiorizarse sobre el proyecto.

Por Walter Cassara

Con una larga trayectoria como editor, que va desde el Centro de publicaciones de la Universidad del Litoral, pasando por EspasaCalpe, El Ateneo y Adriana Hidalgo, Edgardo Russo (Santa Fe, 1949) es también poeta y narrador. Publicó, entre otros libros, Reconstrucción del hecho y Guerra conyugal. Entrevistado por Radarlibros, habló de la situación actual en la que se encuentra la industria editorial y anticipó parte del catálogo de Interzona, un nuevo emprendimiento con aporte de capitales argentinos que se propone como una zona de cruces, de confluencias y encuentros, donde los límites de género y las marcas sectoriales de los mercados se ponen en cuestión. Edgardo Russo es director editorial de Interzona y Damián Ríos se desempeña como editor.
¿Qué opina sobre el actual panorama de la industria editorial en relación con el pasado?
–Digamos que el pasado fue esplendoroso y el presente un tanto desolador. Malvendidas las joyas de la abuela, nos encontramos con grandes sellos “globalizados” que matizan la voracidad mercantilista con alguna pizca de mercancía refinada que muy rápidamente va a parar a las mesas de saldos. Lo que aparenta ser bueno para el bolsillo del consumidor de hoy es catastrófico como política cultural y editorial. Hoy se compra a dos pesos la Poesía completa de Perlongher o Así es mamá de Juan José Hernández, pero el lector futuro no los conseguirá más porque están “fuera de catálogo”. Por no hablar de hechos más irritantes, como encontrar en bateas de supermercado, mezclados a granel como repasadores o trapos de piso, libros de Stephen King, Martín Kohan y las Britney Spears por la módica suma de un peso. Los antecedentes gloriosos de la industria editorial argentina, cuyo paradigma más refinado y certero fue Sur (dirigida por José Bianco, publicó en los años 50 y 60 a Genet y a Kerouac, a Sartre y a Mishima, a Natalie Sarraute y a Graham Greene) parecen haber desaparecido por completo. No está de más recordar la existencia de sellos independientes, conviviendo con los grandes grupos de Sudamericana, Emecé o Losada, con proyectos muy sólidos y originales como en el caso de Jorge Alvarez, Tiempo Contemporáneo o Siglo XXI Argentina, decididamente barridos la dictadura.
En un país decididamente minado y capturado por grandes corporaciones multinacionales que también se apropiaron del mercado cultural, ¿qué política editorial piensa implementar en el lanzamiento de un proyecto independiente como es Interzona?
–Es cierto que el país ha cambiado, y también el mundo. Pero quizá sea hora de dejar de atribuir las catástrofes a los otros. Así como hubo pioneros y fundadores (en muchos casos asalariados), también hubo dilapidación del capital real y el simbólico. Creo que la marca de las editoriales independientes (a nivel mundial) es justamente la existencia de una política editorial y de un imaginario proyectivo, que se sintetiza en la conformación de un catálogo. La cuestión es definir ese imaginario y renovarlo. Con esto no quiero decir que una editorial, para ser buena, tenga que estar siempre arriesgándolo todo; pero sí que debe investigar y aventurarse.
¿Cómo se hace para que coincidan ese imaginario editorial con el espacio de lectura?
–Entre ese lector potencial y un editor que desea vender determinado libro se produce una suerte de oscilación pulsional donde no se sabe quién impone la oferta y quién la demanda. Se trata de captar esa oscilación, de hacer coincidir el imaginario editorial con un eventual lector que está buscando determinada producción de calidad que el mercado no lo ofrece o, si lo hace, es caóticamente. Eso no quiere decir que la editorial se va a convertir en el canon del gusto, porque eso sería tratar de imponer un orden igualmente perverso o dictatorial.
En este sentido, ¿cuál es la propuesta de Interzona?
–Planificamos cuatro espacios. El determinante probablemente sea Interzona latinoamericana, donde haremos intercircular textos de narrativa, poesía y ensayo que, desde nuestras “afinidades electivas”, consideramos lo mejor de la producción argentina, uruguaya, mexicana, chilena, brasileña o cubana. Incluirá obras de Fogwill, Marosa di Giorgio, Hugo Padeletti, Alberto Laiseca, María Maratea, Haroldo de Campos, Pedro Lemebel, Mario Bellatin y Daniel Moyano, entre otros. En segundo lugar, estarán las traducciones de obras esenciales de la literatura internacional: Interzona ficciones, que se iniciará con El gran espejo del amor. Episodios de la vida samurai, el clásico japonés de Saikaku en versión completa traducida y prologada por Amalia Sato, y seguirá con la última novela de Henry James, The Outcry, recientemente relanzada en los Estados Unidos. Interzona ensayo empezará con Lo próximo y lo distante del sociólogo brasileño Renato Ortiz, que aborda los efectos de la globalización tomando como modelo el caso Japón. Incluiremos también obras de filósofos y críticos italianos, como Maquiavelo, Hobbes, Spinoza y la filosofía política contemporánea de Carlo Altini y La biblioteca de Nietzsche de Giuliano Campioni. Finalmente estará Interzona registros, cuyo primer título es el Diccionario de la moda de Victoria Lescano con ilustraciones de Pablo Ramírez.
El plan para el 2003 incluye 20 títulos. En abril lanzaremos la última novela de Fogwill, Runa, y el nuevo libro de relatos eróticos de Marosa di Giorgio, Rosa mística, a los que le seguirán Canción de viejo de Hugo Padeletti y Las aventuras del profesor Filigranati de Alberto Laiseca.

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